martes, 2 de febrero de 2016

¿Pero a qué diablos juega el PSOE?



Se está hundiendo el barco, y el capitán y los contramaestres discuten ardorosamente durante horas sobre quién debe ceder el paso a quién en el comedor. El espectáculo que está dando el PSOE, y que ya denunciaba el propio Patxi López hace un mes, es lamentable. Mientras la ciudadanía espera que su soberana voluntad se plasme en un programa concreto de acciones legislativas y ejecutivas, y en un gobierno que las lleve a cabo, el PSOE, el partido que, en efecto, tiene la llave de la gobernabilidad, insiste en discutir sobre presuntas humillaciones y desplantes. Amén de manifestar una escandalosa hipocresía con respecto al asunto nacionalista.

El PSOE, que hasta ayer machacaba al PP por no querer sentarse a dialogar con los nacionalistas; el mismo PSOE que defendía soluciones políticas frente a la obsesiva judicialización del problema por parte del PP; el mismo PSOE que, previendo pactos de investidura, ha negociado (¡y prestado senadores¡) para que ERC y DiL tuvieran grupo propio en ambas cámaras. Ese mismo PSOE resulta que, ahora, nada quiere con los nacionalistas. Ni su apoyo. Ni su abstención. Ni sentarse a hablar. Copiando, exactamente, la línea de actuación del PP. Es obvio que hay motivos electorales detrás. Está claro que están pensando (como todos) en unas probables y próximas elecciones. Pero en su afán por comerse votos del PP y Ciudadanos, el PSOE está dando un espectáculo de casino de pueblo, además de un varapalo (tal vez el último que se permiten) a su electorado genuino.

Mientras Podemos anuncia consultas a sus bases, el PSOE convoca un Comite Federal que ofrece, de nuevo, una imagen inoportuna, más parecida a una conferencia episcopal de santos barones, o a un consejo de administración, que a una reunión política del partido obrero y socialista que aún pervive, milagrosamente, en el imaginario de sus electores. Para colmo de males, se le da pábulo a personajes con un crédito ya muy dudoso, como al cínico González, que representa cualquier cosa menos a un viejo luchador socialista. O a la vieja guardia de Corcuera y compañía, que se reúne a cenar y soltar barbaridades, como muy bien puede hacer un grupo de jubilados (con esa soberbia condescendiente que da la edad), pero no unos representantes políticos (aunque sean honorarios) en un contexto como el presente. Todo este espectáculo repele al electorado de izquierda. Y tampoco acaba de atraer al de centro derecha, que percibe un partido dividido y debilitado, en el que cuesta trabajo confiar.

¿A qué diablos está jugando, entonces, el PSOE? Descartado el pacto, suicida, con el PP, y el otro, prácticamente inviable, con Ciudadanos, solo tiene dos opciones: la alianza con Podemos, IU y los partidos nacionalistas, o apostar por unas nuevas elecciones (probablemente, con un nuevo candidato). Pero esta última opción también parece muy arriesgada. El PSOE podría aspirar a ganar algunos votos de un PP en plena descomposición, y de Ciudadanos, que parece noqueado y falto de protagonismo tras las elecciones. Pero el electorado del PP es muy estable, y una renovación populista de sus líderes (sustituyendo al exhausto Rajoy), sumada a los efectos de la campaña del miedo a Podemos, podría levantar de nuevo al electorado pepero, al que se sumaría parte del de Ciudadanos. Y por el otro lado estaría la amenaza cierta de Podemos, que ha demostrado (y escenificado a la perfección) ser el único partido con iniciativa política y con verdaderas ganas de cambiar este país, y que engordaría, sin duda, y tal vez mucho, con los votos que el PSOE deje abandonados a su izquierda.

Quizás hay una salida para el PSOE, y más segura que la de adelantar elecciones. Consiste en hacer a Podemos una oferta que no pueda rechazar sin quedar en evidencia ante su propio electorado. Una oferta que tendría que ser espectacular: un conjunto amplio y profundo de reformas en política económica, social e institucional (todas las que se puedan realizar o, al menos, comenzar a gestionar pese al control del PP sobre el Senado y otras instituciones ). A cambio de este programa extraordinario y urgente de medidas, Podemos moderaría definitivamente su mensaje independentista y su afán de protagonismo político. En el otro lado de la cuerda, el PSOE debería tender una mano firme (pero decidida al diálogo) a los nacionalistas, y convencerles de que, una vez han obtenido todos los réditos electorales posibles del frentismo con el PP, ahora toca arbitrar una solución razonablemente aceptable entre todos y para todos; una solución que incluya el compromiso de una revisión completa del texto constitucional a medio plazo y con todas las de la ley. Todo esto no es, en el fondo, tan difícil. Se llama hacer política.

Esté artículo fue originalmente publicado en el Correo Extremadura (2 de febrero de 2016)



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