Creía el filósofo Walter Benjamin que, antes de la
llegada de la técnica y la cultura de masas, la obra de arte poseía una especie
de “aura” o “presencia irreproducible” – para la mayoría lejana e imposible de
gozar – con la que se distinguía del
resto de las cosas. Nos atreveríamos a decir que también el flamenco – cuando
es fenómeno popular – tiene un aura, pero un aura que, más que la expresión
irrepetible de una “lejanía” – que dice Benjamin –, se relaciona con una
particular “cercanía”. “Cercanía” que no es la de la experiencia
estética privada o la identidad de clase propia al arte de élites – sino la de
la creación común y anónima, ajena a todo sentido de propiedad – ni tampoco la del consumo gregario de la
cultura de masas – sino la de la comunión activa, consciente, espontánea, por
la que un grupo cercano de personas hacen de su propio espacio y tiempo algo
extraordinario y fértil –. Por ello el flamenco – cuando
no es exhibición patrimonial o mera mercancía mediática – ocurre mejor en lo
vivo de la reunión, la peña, la plazuela, lejos de ese trampantojo del poder
que es el gran escenario, y cerca de un público que participa – jalea, bate palmas, cuando no se lanza al
centro de la fiesta, o sus cercanías – en la creación colectiva... Sobre esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
miércoles, 31 de julio de 2019
miércoles, 24 de julio de 2019
La política como empresa literaria
Los elementos en que se asienta la retórica del nuevo capitalismo –y la organización de sus empresas– son los mismos que podemos encontrar en la retórica y el funcionamiento de la política contemporánea: la permanente apelación al «cambio», la mercantilización y manipulación de las emociones –y, en general, de la vida psíquica– , y, sobre todo, su común naturaleza fabuladora. Lo mismo que en la economía se ha pasado del management centrado en el producto o la marca a aquel otro basado en historias (el storyteller y el gurú económico en lugar del coach o el viejo mánager), en la política se ha sustituido el discurso de los fines y la ideología por la retórica de las historias personales cargadas de emociones y ejemplaridad (de los discursos parlamentarios a la secuencia de anécdotas y gestos con las que se comunica hoy el político –en interacción constante y performativa con los medios– , del sabio consejero al spin doctor, o el story spinner). De todo esto trata esta última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
miércoles, 17 de julio de 2019
Haced el amor...
En el relato político se toman
habitualmente como sinónimos términos que, como los de “diálogo”
y “negociación”, no lo son en absoluto, pero que muchas veces
interesa confundir. Es lo que hacen los líderes políticos
exhibiendo la retórica tramposa de la negociación y clamando, a la
vez, con rictus teatral, por un “diálogo” o entendimiento
“verdadero”.
En términos esenciales, “diálogo”
se refiere al uso compartido de argumentos racionales para intentar
clarificar un asunto. La negociación, en cambio, refiere el proceso
por el que, mediante todo tipo de artimañas (amenazas y engaños
incluidos), cada parte trata de imponer sus objetivos a las demás.
El diálogo alude, pues, a la búsqueda – según ley racional –
de una verdad o bien común. La negociación, en cambio, al logro –
según ley económica –del máximo beneficio al mínimo coste para
cada una de las partes.
Por supuesto que la descripción
anterior es muy simple. En política, el diálogo (entre ideas o
principios) se ve ineludiblemente ligado a la negociación (entre esa
versión pobre y ciega de las ideas que son las voluntades e
intereses particulares y partidistas). Qué le vamos a hacer. No
somos ángeles de luz y razón. ¡Pero tampoco bestias dominadas por
las pasiones! El diálogo siempre debe tratar de imponerse a la
negociación. No de forma retórica, sino honesta y profunda...
Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.