jueves, 23 de abril de 2020

¿Libertad? ¿Qué libertad?


Uno de los efectos más anunciados de la crisis del coronavirus es el del fortalecimiento del modelo hobbesiano de Estado; esto es, de aquel que, en nombre de la seguridad, encuentra legítimo prescindir de derechos y libertades individuales. Así, con el pretexto de una situación de emergencia fácilmente perpetuable (en la que el enemigo orwelliano es ahora un virus recurrente y el valor inapelable el de la salud pública – tan sacrosanto como antaño la salvación de las almas o el sacrificio por la patria –), al ya exhaustivo registro digital de datos, hábitos y opiniones, se unirían la censura informativa, los límites a la libertad de expresión o la vigilancia electrónica de todos nuestros movimientos.

Ahora bien, aunque una sustanciosa cantidad de filósofos y politólogos (Agamben, Gray, Han…) coinciden con la visión que acabo de exponer, no todos inciden en el elemento capital de esta modulación totalitaria del Estado: el consentimiento a la misma por parte de la ciudadanía. La nimia explicación que suele darse a este hecho es que la gente antepone las pasiones a la razón: el deseo de seguridad y pertenencia al principio racional de autonomía individual en que parecen fundarse nuestros modernos modelos éticos y políticos. 

Pero esta explicación, digo, es insuficiente. No solo porque en ella se asuma una suerte de psicologismo falso (la gente no actúa directamente por emociones o deseos, sino por el valor de objetividad que atribuye a las creencias que los determinan), sino también porque tiende a confundir dos concepciones distintas de lo que sea la “autonomía individual”... Para leer el resto de este artículo, originalmente publicado en El Periódico Extremadura, pulsar aquí.



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