miércoles, 11 de diciembre de 2024

Porros y educación

 

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura


Según la última Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España del Ministerio de Sanidad, Extremadura es la mayor consumidora de cannabis de todo el país. Los «porretas» extremeños son el doble de la media nacional. Estamos también a la cabeza en consumo de tabaco, y somos de las comunidades en que más intoxicaciones etílicas agudas se registran. No creo, en fin, que la cosa sea para brindar.

En la misma encuesta se erige a la escuela como solución idónea frente al problema de las drogas. Pero si no se analiza seriamente la naturaleza de dicho problema y se planifica una intervención educativa consistente, el acostumbrado recurso a la educación se quedará, también como de costumbre, en un mero brindis al sol.

Podríamos empezar por reconocer que el problema del consumo de drogas no es un problema de orden científico. El alumnado podrá aprender en clase de ciencias los efectos nocivos de fumarse un porro, o entender perfectamente el fenómeno cultural o psicológico de la adicción a las drogas, pero la decisión de tomarlas es, siempre, fundamentalmente moral. Y es de moral de lo que hay que hablar en el aula.

Ahora bien, la educación moral es un asunto complejo. Demonizar o criminalizar sin más a las drogas, como suelen hacer los profesores en plan policía (cuando no la propia policía en plan profesor) es perfectamente inútil. Cualquier adolescente intuye que las pasiones prohibidas nunca son tan malas como las pintan (si fueran tan malas no haría falta prohibirlas), y saben también que los adultos, desde los más cercanos hasta los más famosos, las usan a menudo. Negar que las drogas tienen cosas buenas (por ejemplo, que procuran estados psicológicos más o menos gratificantes) es una solemne estupidez. Y pensar que el miedo a la ley o a futuras e hipotéticas consecuencias para la salud van a determinar el juicio moral de los adolescentes es no conocerlos en absoluto.

El debate moral en torno al consumo de drogas ha de poner encima de la mesa, sin melindres ni prejuicios, valores y cuestiones trascendentales (no solo la salud, sino también el placer, la plenitud o el sentido mismo de la vida, que son mucho más importantes), y ha de analizar estos valores a fondo. Por ejemplo, ¿son la conciencia y la lucidez los que hacen plena a la vida, o son más bien la inconsciencia y las emociones fuertes?

Los filósofos solemos creer que lo que llena la vida de sentido es estar lo más despierto y sereno posible, pero nuestra cultura, que confunde la felicidad con la chispa de la Coca-Cola, y en la que hasta la inteligencia tiene que ser «emocional» para ser algo, piensa lo contrario, y promueve la adicción a todo tipo de drogas (el consumo compulsivo, la evasión televisiva, la dispersión internáutica, la adicción al trabajo… ) la mayoría de ellas, por cierto, bastante más alienantes que un porro o un cigarrillo. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo se vive humanamente mejor, con drogas o sin ellas? Esta es la cuestión, inevitablemente moral, para la que nos ha de preparar la escuela.

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