miércoles, 8 de enero de 2025

El perfume de la libertad

 

Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico Extremadura.


Imagine que curioseando en una librería de viejo encontrara una biografía anónima titulada con su nombre, y que al leerla comprobara, atónito, cómo describe no solo cada detalle de su vida, sino también el infarto que le da justo el día en que encuentra una extraña biografía titulada con su nombre y acaba por comprobar que su muerte estaba escrita…

¿Es verosímil esta historia? ¿Sería posible encontrar un libro así? En un fabuloso cuento de Borges (La biblioteca de Babel), el autor imagina el universo entero como una inmensa biblioteca en la que los humanos andan peregrinando en busca de «El Libro» que les explique su propia vida. Tal vez sea imposible, porque la biblioteca parece infinita, pero tal vez no, porque si en ella están todos los libros posibles, ha de estar también aquel que describe exactamente cada una de nuestras vidas (y muertes), todas encerradas en esa misteriosa secuencia que va de la A a la Z.

¿Todo está, entonces, escrito? No es nada fácil contradecir esta hipótesis. Si todo en el universo está regido por leyes, como presume la ciencia, cada una de nuestras acciones podría predecirse tal como se prevé el paso de un cometa por el firmamento. O, como diría un teólogo: tal como prevé un dios omnisciente. Y no hay ateísmo ni probabilismo al que agarrarse aquí: si la libertad fuera hija del azar tampoco seríamos libres, o no más que la ruleta de un casino…

Pese a todo, difícilmente vamos a renunciar a la creencia en el libre albedrío. ¡Imagínense! ¡Tendríamos que echar abajo todo nuestro sistema legal y moral! ¿A qué malvados íbamos a juzgar y castigar si nadie pudiera hacer más que lo que está escrito? ¿A qué mantener Iglesias y consultorios psiquiátricos si no existieran la culpa y el remordimientos? ¿A quién íbamos a dar medallas si la voluntad no fuera libre para hacernos «triunfar» o «fracasar»?

Eso sí: de esa libertad a la que nos agarramos como lapas no tendremos nunca más que una sensación esquiva, un sutil olor, una canción pegadiza o un anuncio televisivo, como el de esos coches que cruzan el atardecer por milagrosas carreteras solitarias, o esos perfumes que incitan a volar como pájaros (como si los pájaros no fueran presa de su instinto) o a bailar como bacantes (como si ser presa de una pasión tuviera algo que ver con ser libres). Lo dicho: si quieren saber lo que es la «libertad», pregúntenle a un publicista. Así debe ser como está escrito.