miércoles, 12 de marzo de 2025

¿Es la paz un valor absoluto?

 



Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura

Hay un pacifismo consistente, que comprende la guerra como mal menor; y un pacifismo inconsistente, en guerra con hechos y argumentos, que estima a la paz, sin más matices, como un valor absoluto.  Ahora bien, la paz, igual que la guerra, no es algo que podamos comprender de modo puro o aislado. De hecho, hay muchos tipos de paz y de guerra. Hay, sobre todo, guerras y paces justas e injustas.

Pongamos el caso de Ucrania. Una paz fundada en entregar un tercio del territorio al agresor (que en lugar de ser castigado recibe un premio), regalar la mitad de las riquezas naturales al país «protector» (en el sentido en que la mafia «protege» a aquellos que extorsiona), e hipotecar sine die las aspiraciones de ser una nación plenamente democrática (en lugar de una oligarquía corrupta bajo la órbita del sátrapa ruso), no es una paz justa, ergo conducirá, de un modo u otro, a una reanudación de la guerra, sea por parte de los que no pueden soportar la injusticia, sea por parte de los que se sienten lo suficientemente fuertes como para confundir la justicia con su regia voluntad.

Pongamos ahora el caso de Europa, donde hemos disfrutado de ochenta años de paz gracias a una guerra justa contra el fascismo, y su continuación en forma de guerra fría entre los bloques democrático y totalitario. Decir, como dice el portavoz parlamentario de IU Enrique Santiago, que «la paz nunca se ha logrado con el uso de la fuerza» es confundir el ámbito uránico de los principios con el de los hechos. Aquí abajo, la paz se logra continuamente mediante el uso de la fuerza (sea la de la guerra, sea la de cualquier otro tipo de coacción).

A los argumentos de papel maché que ya esgrimía parte de la izquierda contra el apoyo militar a los ucranianos (según los cuales las guerras hay que pararlas, a cualquier precio, mediante la sola diplomacia), se suma ahora otro muy curioso: «no hay que rearmar Europa para seguir apoyando a Ucrania porque – dicen – esto supondría enriquecer a la industria militar norteamericana». Digo que el argumento es curioso, porque si se propusiera desarrollar una industria militar europea, o reinstaurar alguna fórmula de servicio militar en nuestro entorno, para no depender, así, de la industria y la protección de EE. UU., me apuesto lo que quieran a que se rechazaría tajantemente desde esa misma izquierda. ¿Entonces? 

La idea que tal vez necesita comprender el pacifismo más inconsistente es que la fuerza, como el capital, en la medida en que resultan inevitables, han de estar en las mejores manos posibles, esto es, en las de aquellos que, al menos en teoría, están más cerca de poder subordinarlos a principios y valores que nos permitan vivir con dignidad y libertad. Es por todo ello que Europa debe desarrollar su propia tecnología militar y comprometer a la ciudadanía en la defensa de su proyecto civilizatorio (el que con más claridad se identifica idealmente con la razón y el derecho) frente a la amenaza autoritaria y oligárquica de Rusia, China y, ahora, incluso, de los EE. UU. de Trump. Tal vez esto sea «morir con las botas puestas», pero es lo que tiene creer que una paz sin justicia no es sino otra expresión sutil, pero igual de dañina, por indigna, de la guerra.

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