sábado, 7 de junio de 2025

Morir de amor 3.0

 

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.


Todos hemos podido y querido morir de amor durante la adolescencia. ¿Pero por un avatar? Hace unos meses un chico de catorce años, residente en Orlando (USA), le propuso tiernamente a su amada virtual – un
«chatbox» creado por inteligencia artificial con el aspecto de Daenerys Targaryen, la protagonista de Juego de Tronos –, que se reunieran en «casa», tras de lo cual tomo un revolver y se pegó un tiro.

La madre del chico puso recientemente una demanda a la empresa de juegos de rol que facilitaba esta suerte de romance, aunque lo cierto es que aquella avisaba regularmente a sus usuarios (tal vez no con toda la contundencia necesaria) de que los personajes con los que trataban eran virtuales y no reales. ¿Es la empresa responsable del suicidio? ¿O fue este el efecto de una suma fatal de circunstancias y acontecimientos mucho más complejos?

Por de pronto, ¿es imprescindible que sea real aquello que te hace «morir de amor»? ¿Qué significa «real» en un contexto amoroso? En este, como en todos los tiempos, el objeto de un enamoramiento furibundo es a veces más ideal que real. Y no pocas veces completamente engañoso. Los mitos, la literatura romántica o la mística religiosa están repletas de muertes, suicidios y mortificaciones en virtud de amores imposibles de satisfacer en este mundo. La empresa que procura intercambios virtuales con esos atractivos engendros no es, pues, la responsable de estos enamoramientos trágicos, sino solo el marco novedoso en que acontecen ahora.

 Otro factor a tener muy en cuenta es la situación actual de las nuevas generaciones. El incremento de problemas mentales no es una milonga, ni fruto de la debilidad de carácter. El mundo siempre ha sido más o menos brutal, pero el que se les muestra hoy a los jóvenes es especialmente incierto y solitario. La mayoría de ellos está convencida de que entrar al mercado de trabajo será cada vez más difícil debido, entre otras cosas, a la inteligencia artificial; la mitad cree que tendrá que mudarse por el cambio climático; y muchos otros dudan seriamente (y con razón) de que vayan a poder disfrutar de un jubilación como la de sus abuelos. A esto, y a las torturas propias de una adolescencia prolongada hasta los treinta años, se le suma la ruptura de vínculos reales propia de un universo cultural en el que priman el exhibicionismo narcisista y la experiencia aislada del mundo.

Todo esto no justifica nada, pero ayuda a comprender y a evitar casos como los del chico de Orlando. Exigir mayores medidas de protección de menores a las empresas tecnológicas está muy bien. Pero esto puede ser una cortina de humo que oculte los verdaderos problemas y las soluciones – de mucho mayor calado político – que deben articularse: la restauración del pacto intergeneracional, un compromiso más contundente contra el cambio climático y por último, pero no menos importante, una buena educación ética y en valores que nos ayude a dominar adicciones, reorientar la convivencia, y afrontar de una forma más madura y constructiva los avatares del amor.

 

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