martes, 2 de septiembre de 2025

Qué hubiera sido de mi vida si...

 

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura

Siendo niño, solía leer una revista del corazón que andada a menudo por casa. Era cutre y sensacionalista a más no poder, pero tenía una sección que me llamaba mucho la atención. Se llamaba «Qué hubiera sido de mi vida si…» y en ella los lectores imaginaban cómo hubiera cambiado su existencia si hubieran tomado decisiones distintas a las que en su momento tomaron. Aunque en la revista se insistía en la importancia de las decisiones personales, a mí me daba por pensar en aquellas circunstancias sobre las que no tenemos ningún control (si es que en las «decisiones» tenemos alguno). ¿Qué hubiera sido de mi vida si… hubiera nacido en otro lugar, si mis padres fueran más ricos, si fuera más alto y guapo?

Hace más de cincuenta años, el filósofo John Rawls utilizó el término «velo de ignorancia» para nombrar la hipótesis que, según él, deberíamos asumir antes de juzgar si algo es políticamente aceptable. La hipótesis consiste en imaginar que no sabes qué lugar te va a tocar ocupar en una sociedad dada (si vas a ser varón o mujer, sano o discapacitado, rico o pobre…), ¿qué principios, leyes o medidas a implantar te parecerían entonces justas o injustas? La propuesta es que, antes de promover o apoyar una ley, imagines cómo sería tu vida bajo ella en el caso de que hubieras nacido pobre, o mujer, o en una familia o región más deprimida que otras…

De todo esto me acuerdo cuando oigo lo que oigo sobre los inmigrantes. Fíjense que la mayoría de los argumentos o creencias sobre la inmigración se responden de manera simple y contrastando datos: ¿Traen los inmigrantes más delincuencia? Según los datos de jueces y policías, no. ¿Nos quitan el trabajo a los nativos? Según empresarios, gobierno y sindicatos, no (es más: trabajan en lo que no quieren hacer los de aquí). ¿Copan el acceso a los servicios sociales? No: son trabajadores jóvenes y, por ello, los que más contribuyen y menos necesitan de esos servicios. ¿Suplantan a la población autóctona? No: más bien son la minoría que la sirve y cuida a muy bajo coste. ¿Atentan contra nuestra cultura o identidad? No: nuestra cultura tradicional está siendo transformada – como ha pasado siempre – por culturas más ricas y fuertes, como ahora la anglosajona, y no o muy superficialmente por las de los inmigrantes (la mayoría de los cuales, que son latinoamericanos, tienen la misma que nosotros) …

Pero más allá de estos datos, hay una cuestión que, para planteársela e intentar responder a ella, es imprescindible un cierto ejercicio de empatía e imaginación: «¿qué hubiera sido de nuestra vida si fuéramos pobres en un país pobre y supiéramos que unos kilómetros más allá hay trabajos diez veces mejor pagados, médicos asequibles, viviendas dignas y parques y escuelas para nuestros hijos…? ¿No haríamos todo lo posible para escapar de la miseria y jugarnos la vida en la primera patera que pudiésemos pagar? ¿No haríamos lo mismo que los inmigrantes ilegales si la inmigración legal fuera poco menos que imposible?». Piénsenlo. Yo creo que sí. Ya lo hicieron, de hecho, nuestros padres y abuelos cuando tuvieron que irse, con papeles o sin ellos, a cualquier rincón del mundo a buscarse el sustento. Y eso, aunque al otro lado de la frontera hubiera gente que, como ocurre ahora, los despreciara y estigmatizara azuzados por demagogos sin escrúpulos.

 

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