lunes, 30 de septiembre de 2013
Viaje al centro de la noche. Filosofía para cavernícolas en Radio Nacional.
sábado, 28 de septiembre de 2013
Taller de filosofía y estética en la Quinta del Sordo.
Tal vez saquen a la filosofía de las aulas, a golpe de decreto. Pero no hay ley en el mundo que pueda maniatar la necesidad de saber. Y como después de tantos intentos, en este blog no acabamos de saber qué es el arte o la belleza, aquí va el enlace al taller de filosofía y estética organizado por Quinta del Sordo y dirigido por el filósofo David Peidro. A ver si así.
jueves, 26 de septiembre de 2013
El cuento del Amor
Decía Oscar Wilde que cuando los dioses quieren castigar a los hombres, les conceden lo que desean. Siempre deseamos lo que no tenemos… Y cuando lo tenemos, ¡qué decepción!... Volvemos a desear otra cosa, ir aún más lejos, siempre, infinitamente, porque, como lloraba el poeta Luis Cernuda, el deseo es “una hoja cuya rama no existe (…), una pregunta cuya respuesta nadie sabe”. Somos el animal insatisfecho, siempre queremos más, porque estamos hechos de barro, pero también de esa sutil materia de los sueños. “Neti, neti”, decían los sabios brahamanes a cada respuesta o acción de sus discípulos, “no es eso, no es eso”. Nunca es exactamente eso lo que de verdad buscamos…
¿Qué nos hace tan disconformes? Sea lo que sea, es eso lo
que nos mueve, lo que nos empuja a crecer. El movimiento es el modo que tenemos
de ser los que aún no somos, los que aún no somos todo lo que realmente hemos de ser. ¿A qué este anhelo de
ser más, de ser otro (y lo mismo) mejor, de buscar lo que nos falta, de comernos el mundo?
Buscar la perfección es saber que nos falta. Eso es fácil
(basta mirarse al espejo de la conciencia un par de segundos), pero también es
imposible: ¿como nosotros, barro inmundo, burbuja tan frágil, vamos a tener
idea de esa perfección que nos falta
y buscamos desde nuestro mismo improbable principio?...
Cuando una pregunta no tiene respuesta (o un deseo no tiene
cura) lo mejor, siempre, es contar un cuento. Como este.
Cuenta el filósofo Platón que en un banquete de cuento, que
celebraron unos nobles amigos en honor de uno de ellos (el más cuentista, pues
era poeta), decidieron invertir la gracia y la luz del vino trasegado en hablar
del amor. Y cuando fue el turno de Sócrates, éste contó lo que una sabia mujer,
Diotima, le contó una vez acerca de lo que contaban del nacimiento de Eros, el
dios del Amor. Cuenta este cuento de cuentos, que en un olímpico banquete, en
que los dioses celebraban el nacimiento de Afrodita, diosa de la belleza (esa
brillante faz con que espejean, aquí abajo, los celestes sueños), salió a tomar
el eter, borracho de nectar, Poros, el dios de los recursos, y encontrose allí, en los jardines del palacio de Zeus, a la pobre
Penia, diosa de la carestía que, olvidada por todos, vagabundeaba
entre los restos del divino festín. Y he aquí que Penia, pobre pero no tonta,
se aprovechó de la inconsciencia de Poros y solazándose con él concibió ese día
un hijo, al que, por su naturaleza, pusieron de nombre Eros o Amor.
Esto es amor, dice Platón. El hijo de lo Mucho y de lo Poco,
de la borrachera del Dios que Todo lo consigue y la mísera inteligencia de la Diosa que Nada tiene, de
lo Perfecto olvidado de sí mismo y de la Imperfección consciente de sí. Este
hijo, el Amor, heredó por su divino origen, el sueño de lo Uno y lo Completo, y, por parte de madre, la triste rémora de lo Partido y lo Cojo. Y desde entonces hecho cuerpo renquea y
brinca por la Tierra atento a cada bella (y afrodisíaca) llamada del Cielo. Este Amor, en la
forma de la flecha que nos excita y tensa por dentro, es el Alma que a los
hombres nos habita, animándonos a hacer Uno lo que dolorosamente nos parece
Dos, apuntando con bizco y tembloroso esfuerzo de arquero a lo que
paternalmente nos llama, desde la caverna o valle que vacío habitamos a la vertical llanura de los sueños. Y eso, desde que
Platón lo dijo, con luminosa y parecida borrachera a la del dios padre, y la
inteligente mentira de las palabras con que su madre lo sedujo, eso es el Amor.
Eso somos tú y yo.Y, por eso, ni tu ni yo. Quién lo pensó, lo sabe.
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Lo feo de lo bello. La belleza como ilusión.
¿Qué
es la belleza en el arte? ¿Es esta posible? Decía Keats que las
melodías no oídas son las más dulces. ¿Cuáles son las melodías
no oídas? ¿Quiere esto decir que la verdadera belleza (¿?)
no es cosa de este mundo sensible? ¿Qué belleza es, entonces, la
que atribuimos a los objetos artísticos (todos ellos de naturaleza
sensible)? Yo diría, quizás frívola y provocativamente (como
también, a su modo, algunos artistas rabiosamente modernos), que la belleza y el arte son una inmensa falsedad, una
sombra disfrazada de luz. Que lo bello, en fin, es profundamente feo.
Veamos por qué.
El
arte es producto de la imaginación. El artista (y también en cierto
modo el espectador que contempla la obra) genera imágenes (visuales,
auditivas, literarias...) con las que ordena los datos sensibles
(colores, sonidos, otras imágenes...) de forma libre o autónoma, es
decir, no necesariamente determinada por la
percepción (el mundo externo) o la memoria (la tradición). Estas
imágenes equivalen a ficciones, a mundos sensibles posibles. Pero
esto obviamente no basta. La obra de arte tiene que añadir un “algo
más” a la ficción (no toda forma de ordenar las sensaciones es
artística o bella). Digamos que ese "algo más" es la
belleza. ¿Qué podría ser si no? ¿Pero qué es la belleza?
Supongamos que, por encima de lo “novedoso”, lo bello aporta a la
imagen estética un grado de “perfección” con respecto a lo dado
o recordado. La obra de arte representaría, así, una
cierta perfección imaginaria de lo sensible. Esto es:
una ficción en algún sentido más perfecta que lo que nos es dado a
los sentidos. ¿Pero en que consistiría esta perfección? ¿Qué otro criterio o ley, si la hay, distinta a las del mundo sensible (y a las del
mundo puramente inteligible), rige esta perfección o “belleza”?
Aquí comienza una de las disputas más profundas en la filosofía
del arte.
A mi
juicio, la cuestión de lo bello en el arte podría analizarse (en
términos muy generales) así:
(a) Lo
bello no es mera cualidad externa de la imagen. A primera vista
lo bello podría ser una cualidad puramente estética de la imagen,
dependiente de una “gramática” de las sensaciones puras que,
correctamente usada, produciría un supuesto efecto emotivo peculiar
(el gusto). Para algunos, esto “libera” al arte de todo contenido
ajeno a lo estético mismo y, además, le otorga una
validez cuasi científica. Este enfoque “formalista” no parece,
sin embargo, muy satisfactorio, por varios motivos que omito ahora.
Visto así, el arte parece reducirse a algo meramente decorativo y
placentero.
(b) Lo
bello no solo atiende a la cualidad interna o significado de la
imagen. Es cierto que el artista ha de tener algo que decir.
De hecho, toda imagen representa o significa algo, exista o no la
intención representativa. Suponemos, además, que una obra de arte
no puede representar cualquier cosa (ni tampoco “puros”
sentimientos, pues todo sentimiento depende de representaciones). La
habilidad formal del artista al servicio de nimiedades solo genera
retórica o cierto ingenio. Pero puesta al servicio de ideas e
ideales más sublimes es poco más que ilustración o parábola. Por
esto, este enfoque puramente “representacional” tampoco parece
suficiente. El arte no es ni mera decoración (“todo” forma) ni
mera ilustración (“todo” representación).
(c) Lo
bello es una cierta cualidad de la relación entre lo imagen y la idea,
aunque esto es problemático. La belleza –se dice—
consiste en identidad entre forma y contenido, entre la imagen y
lo representado. La imagen habría de representar con la mayor
perfección y autonomía estética (formal) --no como mera ilustración-- aquello sumamente valioso o verdadero
que representa (el ideal, la idea). Pero antes de nada: ¿cómo es esto posible?
Imagen e idea son entidades dispares, inconmensurables. Ninguna idea
incorpora entre sus propiedades esenciales la relación necesaria con
tal o cual imagen. Una idea (o, por debajo, un concepto) vale más
que mil imágenes. La imagen, hasta la más libre y formalmente lograda, es, a lo sumo, un ejemplar, una
ilustración de lo que representa. Pero ya hemos dicho que en eso no ha de
consistir el arte. ¿Entonces?
(d) Lo
bello es una "ficción de plenitud". Ninguna imagen es
capaz de referir todo lo que una idea significa (lo cual le condena a ser siempre "ilustración", "ejemplo" de la idea). Pero cuando esta
imagen es bella, cuando es una obra de arte, parece que
sí que lo logra. Este, me parece, es el quid de la belleza en
el arte. La belleza estética es una falsa, pero efectiva,
representación sensible de la plenitud inteligible de la idea. El arte simula una
supuesta intuición imaginativa, un “atajo cognitivo” desde la
imagen hasta lo más esencial de la idea sin pasar por el concepto.
Este “atajo” es ilusorio, pero resulta psicológicamente efectivo
(y agradable). ¿Cómo es tal atajo o ilusión posible? Digamos, para empezar, que hay ciertas propiedades de lo
aparente que alcanzan un grado especial de perfección en el arte logrado (es decir, en la
apariencia que no parece serlo). Se me ocurren dos: la inmediatez y
la opacidad al concepto. Con respecto a lo primero, la
obra de arte produce la ilusión de comprender plenamente lo
representado de forma inmediata, intuitiva (como cuando percibimos con naturalidad las cosas, pero con mucha mayor fuerza). Por lo segundo, esta
plenitud es función de una ilusión más compleja (y que supone una mínima reflexión): la de
conciliación entre lo limitado (de la obra en su individualidad
cerrada y concreta frente al concepto) y lo ilimitado (de las
posibilidades interpretativas --en la “oscuridad” conceptual todo
puede ser, siempre cabe otra interpretación, otra
intromisión del concepto, de ahí el carácter abierto, inconcluso
de la obra estética--). Dicho de modo más filosófico, la obra de
arte genera la ilusión de que podemos comprender lo representado en
toda su plenitud “dialéctica”: en su unidad y su diversidad, en
su finitud e infinitud, en su ser y su devenir. Por descontado que
el artista cuanta con multitud de recursos para lograr este efecto
(ambigüedad, polisemia, esquematismo, abstracción, elipsis,
elementos con que configurar estructuras unificadas, armoniosas, que
presten unidad o límite a la diverso e ilimitado, etcétera.).
Merced a todo ello, en la verdadera obra de arte parece
que no sobra ni falta nada, que en ella se representa
un mundo íntegro y completo (del que no se precisa salir para
entender nada), y en el que la plenitud de lo que se dice es
análoga continuación a la totalidad del cómo se dice (una
obra “redonda” suele decirse).
(e) La
insuficiencia de la belleza. Pero todo esto es ilusorio. La
supuesta plenitud de la imagen estética no trasciende realmente al
concepto (ni mucho menos llega a la altura inteligible de ninguna idea). Más
bien es al revés: hasta el más insignificante concepto trasciende a
todas las imágenes del mundo. El juego (supuestamente libre) de
imágenes que es el arte aprovecha los rincones más oscuros para
disfrazarse de conocimiento, como los niños que, lejos de la
vigilancia de los adultos, juegan e imaginan que son... adultos. Pero
a una sensibilidad despierta (esto es, a quien coloca la sensibilidad
en su lugar) el arte no puede bastarle. Como al amante no le basta
ningún objeto amoroso concreto (una vez desvanecida la ilusión de la que se
enamora). De ahí la tensión infinita en la que vive el verdadero
artista o el amante. Ninguna melodía oída puede ser realmente
bella, ni siquiera en el oído de la mente.
(f) Lo
feo de lo bello. Algunos estetas románticos calificaron
todo esto como una forma de ironía. De la (aparentemente trágica)
imposibilidad de plasmar realmente lo ideal en la materia, surge la
ironía (cómica) de volver a encontrar lo carnal y defectuoso en lo
que creíamos ideal, lo feo en lo bello. De hecho, lo feo en el arte,
cuando es intencionado, es justo una forma de plasmar directamente
esta condición irónica, aparentemente no aparente, falsamente
verdadera, del arte. Lo sublime al revés.
En
fin. La belleza es promesa de sentido, de ahí su valor, cuando a la
persona despierta le revela todo lo que realmente falta en todo lo
que aparentemente muestra, y le incita de ese modo a ir más allá (en ese sentido puede ser ilustración óptima).
Pero también es en sí misma promesa engañosa que atrapa al no
avisado. La belleza es también sospechosa, falsa, fea. Un juego
desesperadamente esperanzado para el que no acaba de ver más allá de lo que ve.
* Imagen superior: obra de Tim Noble y Sue Webster.
* Imagen inferior: fotografía de Chema Madoz.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)