Algunos de mis alumnos de Ética se escandalizan cuando les hablo
del sistema penitenciario noruego: condenas muy breves, prisiones que
parecen pueblos idílicos, presos que, además de estudiar o
trabajar, esquían, pasean en bici, cocinan o usan el ordenador en
espaciosas celdas individuales a las que acceden con su propia
llave... Como el objetivo fundamental es la rápida reinserción de
los reclusos, se les permite vivir casi como si estuvieran en
libertad. Mis alumnos no dan crédito. Cuando añado que el índice
de reincidencia en Noruega es el más bajo del mundo (un 20%, a
diferencia de países como EEUU, donde llega al 76%), algunos se
muestran indignados. «Sí –me dicen–, es posible que el sistema
noruego sea más eficaz; pero no es justo». «¿Por qué? –les
pregunto yo–». «Muy sencillo, profe: porque los criminales tienen
que sufrir, tal como han hecho sufrir a los demás».
Estas dos ideas de justicia, la «ley del talión» que citan mis
alumnos, y el principio de reinserción de las cárceles noruegas, no
solo están en las antípodas en cuanto a cómo hay que responder al
mal (con lo mismo –la venganza–, o con lo otro –el bien de
rehabilitar al preso–), sino también en cuanto a cómo interpretar
ese mismo mal.
Para tratar este asunto empecemos por un sencillo dilema. Veamos... (Para leer el artículo completo pulsar aquí).
Nadie
triunfa por méritos propios (ni es culpable de su fracaso). Nadie
tiene la culpa ni el mérito de nacer rico o pobre, ni de estar más
o menos capacitado para aquello que más se valora en su entorno
social. Sin embargo, esta idea, la de que uno es el principal
responsable de su éxito o fracaso, la del "hombre hecho a sí
mismo", por falsa que sea, es el pilar ideológico -- el nuevo
opio del pueblo -- de un sistema (el nuestro) -- incluyendo la
educación que damos a nuestros alumnos -- que se disfraza de
meritocracia para justificar su iniquidad... De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
El
anti-intelectualimo moderno, con su raíz religiosa (rebrotada en el
fideísmo protestante y sus variantes contemporáneas –como el
evangelicalismo–), es consustancial al populismo
conservador (sus valores –la familia, la patria, la tradición...–
formarían parte de ese presunto «estado de naturaleza» presto a
corromperse por el exceso de sofisticación intelectual). El problema
es que también es consustancial a la casi totalidad de la cultura
moderna, especialmente la anglosajona (tan tradicionalmente recelosa
de la «intelectualidad» como apegada a la religión y la
democracia). Hoy día, el anti-intelectualismo es el nexo de unión
entre movimientos tan dispares como el neoconservadurismo y el
ecologismo radical, y empapa y vertebra la cultura de masas (de
inspiración, justamente, anglosajona), la espiritualidad «new age», los
movimientos alternativos o el «pensamiento postmoderno»... De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
A
mucha gente las preguntas filosóficas les parecen cosas de niños,
una pérdida de tiempo, un ocuparse de algo irreal o, cuando menos,
imposible de resolver. ¡La economía, la técnica, la política, la
ciencia: eso sí que son cosas serias de las que merece la pena
hablar!... Pues fíjense que es la ciencia –por no hablar de las
necesidades inmediatas, los artilugios técnicos o las trifulcas
políticas– lo que me parece a mi cosa de chiquillos. ¿Qué más
dará de qué estén hechas o cómo se muevan las cosas –clamaba el
viejo Sócrates tras leer a los ‘físicos’ de su época– si no
sabemos por qué ni para qué son o se mueven?... Galileo hizo bien
al retractarse –decía Albert Camus–: nadie se suicida porque sea
la Tierra o el Sol lo que gire alrededor del otro (pero sí por no
encontrarle sentido a la vida)... De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico
Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
¿Es
comparable el dolor del animal que se acosa y mata con el placer que
obtiene el cazador al acosar y matar (y hablo de la caza deportiva,
donde no hay otro fin que ese placer)? ¿Cómo es posible obtener
placer del sufrimiento de otro ser capaz de gozar y sufrir? ¿Y, dado
que parece posible, se debe plegar uno a ese placer? ¿Y debería
permitirse que otros si se entregaran a él? Es curioso, pero se
prohíbe, por ejemplo, la conducta de aquel que obtiene placer
destrozando la propiedad de otros, o deteriorando bienes públicos
(como el que "grafitea", o el que expolia, o destroza patrimonio...),
pero no aquel que lo obtiene destrozando a un ser vivo. ¿Es más
valiosa una pared, un cuadro, o cualquier otro objeto, que un ser
vivo capaz de sentir placer y dolor?... De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.