Si ya de por si (de por ellos) acostumbró a presumir de mis
alumnos, lo mejor, con mucho, del instituto donde trabajo, con más razón ahora
que los veo, megáfono en mano, negándose a que empeoren, aún más, las
condiciones del redil en el que compartimos las mañanas. Aquí los tenéis,
queriendo romper la oscura liturgia de las clases con la luz de todas las
razones. Se niegan, como toda persona de buen juicio debería negarse:
A asumir que la escuela sea una cadena de montaje, en la que
los alumnos sean catalogados y separados, a los quince años, como futuros
obreros (los que van a FP) o futuros universitarios (los que van a
Bachillerato).
A que, con absoluto (y absolutamente ignorante) desprecio de
lo que la pedagogía (y la simple experiencia docente) enseña, se enarbolen los simples
criterios de la capacidad y el esfuerzo para separar a los “malos” alumnos de
los “buenos”. Como si la capacidad no fuera un don (tan "merecido" como nacer
rubio o moreno) y el esfuerzo no dependiera de mil y una razones (y nunca de la
simple “vagancia” voluntaria, como esgrimen los ministros y los maestros ignorantes de otra
pedagogía que la del palo y la zanahoria).
A que, con la ceguera del que confunde el interés con lo
interesante, se conciba la educación como un medio para el “triunfo” y no como
un fin y un logro en sí misma.
A que se enaltezcan como valores la competitividad, el éxito
profesional y el bienestar económico, como si no existieran otros y más
verdaderos propósitos para dotar de sentido la vida de las personas.
A que se antepongan las asignaturas “instrumentales” y
técnicas, con la falaz idea de que lo más importante (las ideas, los valores,
el buen juicio, la creatividad) son cosas tan insensatas (¿e inútiles?) que no
se pueden enseñar crítica y racionalmente en el aula (aunque sí inculcar en las
parroquias y en el seno de la sagrada familia).
A que se recorten becas y ayudas, con el peregrino argumento
de darlas solo al que por su rendimiento las merezca, olvidando que el hijo del rico podrá obtener sus títulos sin becas, rinda o no rinda, y
que el rendimiento del menos agraciado (porque es gracia o desgracia, no mérito,
ser hijo de quien uno es) se verá siempre lastrado por su peor circunstancia.
Por esto y por tantas otras cosas (ellos las saben mejor que
yo), mis alumnos y tantos otros salen estos días a las calles (el espacio
natural de los que no tienen otra cosa que un dudoso futuro). Y lo hacen con
todo el derecho de los que no disfrutan de más derecho político que el de protestar
(y esto a duras penas –y porras--). ¡¡Ánimo mañana!!
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