Aprovecho la estela que dejo la tertulia de ayer en Nunca Es Tarde Canal Extremadura para pensar en voz alta lo que se me ha venido
a la cabeza más de una vez. ¿Qué es eso de los "límites" a la libertad de expresión? ¿Por qué hemos de tolerar ningún tipo de censura (o de autocensura) de lo que creemos y queremos públicamente
expresar? ¿Qué es eso de las “líneas rojas” que, según decía uno de los
tertulianos, no debe moralmente traspasar un medio de comunicación o, en
general, cualquier persona, grupo o institución que haga públicas sus creencias,
ideas, o cualquier tipo de mensaje?
¿Por qué, por ejemplo, no se debe tolerar
que un programa de televisión (como este, famoso y proscrito, de “la noria”) pague
a alguien por explotar su valor mediático y simbólico (por ejemplo, por
entrevistar a la madre de un famoso delincuente) para solaz y educación de la
audiencia? O, en otros casos aún más importantes: ¿por qué no se debe tolerar (incluso, a veces, permitir
legalmente) que se haga apología de ciertas creencias (como las que pretenden
justificar la xenofobia, el terrorismo, el nazismo, el machismo, la homofobia,
etc.)?
Es cierto que hay casos y casos, y que convendría analizar cada uno de
ellos. Pero creo que la cuestión de fondo que late bajo todos ellos es la
misma. ¿Por qué ha de ser inmoral (o incluso estar prohibida) la manifestación
pública de ciertos contenidos, creencias, símbolos o prácticas, una vez que no
se incurre en ningún tipo de violencia directa (no se obliga a nadie a ir a un
programa ni al espectador a verlo, ni se fuerza al que lee una página web nazi
a hacerse nazi ni a ejercer la violencia que allí se enaltece)? Podemos también
despachar el caso de la difamación (acusar sin pruebas visibles que todos
puedan juzgar), o el de la propagación de mentiras con un fin injustificable, o
la vulneración no consentida del (supuesto) derecho a la intimidad. Aceptemos
todo esto (aunque da para muchos otros debates). Y también la protección de los
menores, que en tanto aún no adecuadamente formados tienen prohibido el acceso
a ciertos contenidos. Bueno. Tal vez. Pero en el caso de los ciudadanos adultos
y en pleno ejercicio de sus derechos, ¿es tolerable que se les niegue el acceso
a la información o a la libre expresión de sus creencias? ¿Por qué un productor
no puede (o no debe) traer a su programa y pagar lo que quiera a quién le
parezca que tiene interés para la audiencia? ¿Por qué un radical no puede
defender en su página web el uso político de la violencia, o un nazi propagar
prácticas antidemocráticas, o un ciudadano cualquiera proponer en las redes un
asalto organizado al congreso? ¿Por qué hemos de considerar delito (o
inmoralidad) incitar al delito (o a lo que nosotros nos parece inmoral)? ¿Es
que no somos ciudadanos libres y maduros con la capacidad para enjuiciar por nosotros
mismos la legalidad y moralidad de lo que se nos propone?
En suma: ¿Qué suerte de
paternalismo es este que pretende protegernos de “ver y oír” lo que no debemos…
(No vaya a ser que nos contagiemos y acabemos delinquiendo o sucumbiendo a la
tentación)? ¿Tan inseguros hemos de estar de nuestras convicciones como para
que haga falta censurar aquello que pueda desarbolarlas? ¿No debería ser al
contrario: que en una sociedad democrática madura, las convicciones morales que
la sustentan (la tolerancia, la no discriminación, el respeto a la integridad física
de los demás, su libertad de opción sexual, etc.) fueran constantemente puestas
a prueba para aquilatar su firmeza? ¿No es la democracia el reino del diálogo en
el que todo el mundo puede exponer sus creencias con los mejores argumentos que
encuentre?
Pues eso… ¿Por qué no podemos decir lo que queremos y, los demás, elegir
si nos escuchan, juzgar lo que decimos como les parezca, y replicar lo que
consideren oportuno con las mismas oportunidades y medios que nosotros? En una
sociedad en la que el acceso a (casi) todo tipo de información es tan fácil, y
en la que (esperemos que no sea una burbuja más) la posibilidad de expresar
opiniones es tan accesible a todos, deberíamos aprovechar para cultivarnos en
ese enriquecedor juego democrático que es el de probar a convencer y exponernos
a ser convencidos por los demás. Sin censura previa, y sin que los gritos escandalizados de los abogados de lo incuestionablemente correcto nos impidan hablar...
Igual que tú no siento demasiada simpatía hacia estas limitaciones. Me ha gustado especialmente la idea de poner a prueba la fuerza de la democracia.
ResponderEliminarNo obstante, creo que en defensa de esas prohibiciones cabría un motivo mejor que el paternalismo que crees que las explican. Quizás las prohibiciones no son para protegernos de nosotros mismos, de nuestra estupidez. Quizás tales prohibiciones sirven para proteger a terceros de la estupidez de otros. Aquellos que pueden verse animados a actos violentos contra inocentes gracias a las proclamas de algunos. De hecho, esta es la argumentación que yo más he oído: entender que según qué mensajes es como vender pistolas. Algo que en sí mismo no es criticable pero puede prohibirse por el mal uso que de ellas harán sus receptores. Es decir, el conflicto de valores no estaría en autonomia vs paternaslimo, sino en el habitual libertad vs seguridad.
Muchas gracias por tu comentario. En mi modesta opinión, el conflicto entre libertad y seguridad no debe tender a resolverse cercenando la libertad, sino aumentando y mejorando la educación, que es la única manera realmente eficaz -- creo -- de protegernos de los que utilizan insensatamente las ideas o las pistolas. Un cordial saludo
ResponderEliminarAquí dejo más sobre el tema: http://www.elcorreoextremadura.com/noticias_region/2015-10-14/2/9953/hay-cosas-con-las-que-no-se-bromea-lo-suficiente.html
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