Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.
Hace unos días, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, nos recordaba los efectos del cambio climático; efectos que llevarán a miles de millones de personas (las más pobres) a vivir por encima de los 50 grados Celsius. Hasta aquí todo bien (¡bien terrible!). El problema estaba en la atribución de causas. Sostuvo Guterres que el cambio climático era debido a la «adicción humana a los combustibles fósiles». ¡Pésimo «diagnóstico»! No ya por ese funesto vicio de convertirlo todo en una patología (que también), sino porque el político portugués, en la peor tradición liberal, fustiga a los individuos sin dedicar una palabra a las causas estructurales de esa presunta «adicción». Vamos a recordarle algunas.
Desde hace más de dos siglos el
capitalismo industrial ha ido obligando a la gente al abandono de las zonas
rurales y a vivir en la periferia de las grandes urbes. Desde hace cincuenta
años la gentrificación y la especulación urbanística (aceleradas por el negocio
turístico) han estado expulsado igualmente a la gente desde el centro al
extrarradio. El efecto de este fenómeno global y masivo ha sido, obviamente, la
multiplicación del tráfico urbano. Quien vive en los inmensos suburbios de
cualquier megalópolis no puede ir regularmente a su trabajo en bici o dando un
paseo, privilegio reservado a las élites, que son, cada vez más, las únicas que
pueden vivir en el centro.
Desde luego que hay grandes urbes en las
que existe una amplia y moderna red de transporte público, pero en la mayoría este
es ineficaz e insuficiente. Eso por no hablar de la incomunicación de las zonas
rurales o entre pequeñas ciudades de provincia. El desmantelamiento de la red
ferroviaria que antaño articulaba el territorio (para invertirlo todo en
autovías y unas pocas líneas de alta velocidad) o la deficiencia (o
inexistencia) de infraestructuras de comunicación en las regiones más pobres
hacen que, para muchísimas personas, la única alternativa sea, invariable y
obligatoriamente, el coche.
Así que nada de «adicción a los hidrocarburos», señor Guterres. Para la mayoría de los que no podemos vivir en
un ático en el centro el automóvil no es un vicio, sino una necesidad; no
tenemos otra forma realista de acudir al trabajo, la escuela, el hospital o el
supermercado; ni disponemos de medios para costear (o simplemente para hacer
viable) el uso de vehículos que, como los eléctricos, distan mucho de ser
prácticos y sostenibles – mucho menos si se comienzan a utilizar en masa –.
Así que, en lugar de echarnos el muerto
encima, abogue usted por multiplicar por mil el transporte público, por
invertir en trenes que vuelvan a conectar pueblos y ciudades, por cortar de
raíz con la especulación de la vivienda en los centros urbanos o por extender
el teletrabajo voluntario… Y ya verá, ya, cómo los curritos acudimos en bus al
trabajo o, en estas tórridas fechas, nos vamos en tren a Benidorm o Chipiona –
y no andando, como tuve que escuchar recientemente a un académico gurú del
ecologismo patrio, de esos que hablan y entiendes a la perfección porque la
gente vota a Trump, Abascal o Alvise –.
Como siempre tan sencillo como contundente y eficaz. Digno de todo elogio
ResponderEliminarMuchas gracias!
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