Si en Navidad se celebra la unidad
entre lo trascendente (lo divino) y lo inmanente (el mundo), a través
de la figura del Dios hecho hombre, en Año Nuevo se celebra algo
parecido: la propia estructura intemporal del tiempo, la raíz
constante en todo cambio, el tema invariable de las anuales
variaciones.
Para algunos filósofos, como
Nietzsche, la estructura del tiempo es circular. Todo lo que sucede
volverá a suceder, en un eterno retorno. Todo se repite porque la
realidad es sin principio ni fin, y no tiene otro sentido que el de
ser, ella misma, una y otra vez. En muchas culturas, el tiempo se
entiende también así: como un ciclo incesante de repeticiones, como
una eterna danza circular, sin más sentido aparente que el de
celebrarse, rítmicamente, una y otra vez.
Para otros filósofos, y en otras
culturas, como la nuestra, el tiempo tiende a comprenderse, más
lineal que circularmente, con principio, sentido y fin, como una
historia en que cada suceso representa un paso adelante hacia la
consecución de una meta final.
Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Correo Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
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