lunes, 30 de abril de 2012

¡Más funcionarios y menos especuladores!


 
 
La gente cree (y se les hace creer) que en España hay demasiados funcionarios, que la gestión pública es ineficaz y que, consecuentemente hay que adelgazar la nómina de (y de los) funcionarios, y privatizar los servicios públicos. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

La primera de estas ideas (España está llena de funcionarios) es rotundamente falsa. Nuestro país no tiene más funcionarios que otros países europeos, sino más bien menos (España tiene menos de la mitad de trabajadores públicos que Finlandia, Suecia o Dinamarca), y mucho más baratos. Bien es cierto que esos otros países tienen la suficiente educación cívica como para sus ciudadanos quieran pagar muchos más impuestos y sus funcionarios se desvivan por el servicio público.



La gestión pública es ineficaz en la misma medida en que se invierte poco en ella y, en parte debido a esto, a que faltan mecanismos que aseguren la calidad del servicio (buena formación del personal, adecuados procesos selectivos, control y supervisión eficaz…). A eso hay que sumar la endémica desvalorización de lo público y la subsiguiente falta de vocación y de responsabilidad de muchos funcionarios (que deberían dar ejemplo) y de no menos ciudadanos. Todo esto, de nuevo, se soluciona con más educación (en el valor de lo público) y con más impuestos (para lo público). Pero en lugar de eso, aquí (y en otros países) se recortan los recursos de la educación pública, y cuando se suben los impuestos se hace como medida excepcional ante una situación de emergencia económica (y no para invertir en lo público).




 Dada la supuesta ineficacia de la gestión pública y el coste fiscal de mantenerla algunos preconizan la privatización de dicha gestión. Pero esto no suele mejorar los servicios públicos (como se ha visto una y otra vez en todos los lugares en que se ha hecho), sino que literalmente los desmantela o reduce a un mínimo. Y esto por la sencilla razón de que el objetivo de una empresa (el beneficio económico individual) es totalmente distinto al objetivo de un servicio público (el bien de todos). Privatizar los transportes o los hospitales públicos supone, obviamente, peor servicio y más caro (de algún lado han de salir los beneficios empresariales). Y sin competencia posible (que es lo que podría obligar a la empresa a mejorar su servicio y disminuir sus beneficios), pues no hay otra empresa de metro u hospital con que competir. La única alternativa es, claro está, ser rico, o que tu papa lo sea, y comprar un coche o acudir a un hospital de pago.


 
¿Cómo financiar entonces unos servicios públicos masivos y de calidad? ¿De dónde han de salir los recursos? De los impuestos, claro. Pero y los impuestos, ¿de dónde? Un país ha de ser rico para poder pagar los impuestos tan altos que exige el bien común. ¿Y cómo ser un país rico? A mi humilde juicio, la riqueza de un país (como por ejemplo el nuestro) ha de consistir en:
(a) Fomentar e instituir un modo de vida más austero a nivel personal (las cosas importantes de la vida no valen dinero).
(b) Crear una fuerte conciencia del valor colectivo de los bienes (las cosas importantes que valen dinero son importantes o buenas para todos, luego hemos de costearlas entre todos) y, consecuentemente, una buena disposición para el esfuerzo fiscal dirigido a financiar los bienes públicos.
(c) Apostar pública y privadamente por la economía real (no la especulativa): lo que a largo plazo resulta competitivo y generador de riqueza es producir lo que la gente realmente demanda, todo aquello que hace posible la vida y contribuye a llenarla de sentido: bienes básicos de calidad, salud, energías limpias, innovaciones tecnológicas que faciliten las tareas, servicios sociales, ocio, bienes culturales, ideas…
(d) Luchar contra la desigualdad económica y social: la competitividad basada en la disminución de salarios y la desrregulación laboral no es viable a largo plazo, ni aquí ni en Pekín; una situación en la que menos de un 1% de la población es propietaria de tres cuartas partes de la recursos económicos es insostenible.
(e) Desmitificar el poder del poder financiero: este no es omnímodo ni inevitable; para sujetarlo basta con la voluntad personal (no prestarse personalmente al juego especulativo) y general (presión pública para que se someta a la economía especulativa a un régimen fiscal draconiano, así como para regularizarla políticamente, y a nivel mundial, poniéndola al servicio del interés común –lo que, con toda probabilidad, acabaría con ella- y persiguiendo con todo rigor las estafas y las prácticas “terroristas” de las persona y las instituciones financieras).
(f) Obviamente, y como condición necesaria de todo lo anterior, fomentar una educación general (que llegue a todos sin excepción), eficaz (orientada por criterios pedagógicos –la pedagogía debería recibir tantos recursos, al menos, como los que reciben la investigación física o biológica--), y dirigida tanto al desarrollo de talentos como al diálogo en torno a los valores e ideales que nos identifican como personas y como ciudadanos de un proyecto político común.
 


sábado, 28 de abril de 2012

¿Crisis? ¿Qué crisis?

 
Hoy, a petición de mis alumnos, hemos debatido en clase sobre las causas de la crisis económica y la política del gobierno para superarla. Pero perdidos en los tecnicismos de los economistas y la retórica vacía de los políticos, se nos olvido reconocer lo esencial: que esta crisis no es económica, es una crisis de justicia e inteligencia, una crisis política, en el más noble sentido de esa vilipendiada palabra. Y entonces recordé el hermoso texto que hace tiempo colgó mi amigo y cavernicolega Juan Antonio Negrete en facebook y que cito a continuación:

 No te engañes ni te dejes despistar: en el mundo no hay escasez: se produce anualmente más del doble de alimentos necesarios; algunas personas tienen diez, cien, mil, un millón de veces más medios para obtener cosas materiales que otros. En Europa no hay escasez: no hay ninguna razón material por la que una casa, un lugar donde vivir, cueste el trabajo de media vida; algunos europeos tienen en bancos diez, cien, mil un millón de veces más dinero que otros. Si hubiera escasez, nadie podría tener de sobra. Lo que hay, pues, es un reparto que expresa que, para nuestra sociedad, algunas personas valen más, muchísimo más que otras, y que las dedicaciones más útiles y valorables son las de quienes solo piensan en almacenar cosas porque creen paranoicamente que viven en perpetua escasez.
El escenario de la escasez es el que necesita pintar en su imaginación el pensamiento depredador. Algunos animales sí viven en la escasez, y están obligados a ser depredadores, es decir, solitarios, violentos, competitivos..., pero el hombre no está en esas circunstancias, solo lo está en la mentalidad de algunos de los hombres, los más solitarios, violentos, competitivos, a los que quizás les faltó amor y respeto de otros y lo compensan con un torpe "amor" a sí mismos y una falta de respeto a todo.

No te engañes ni te dejes despistar: no hay escasez, no hay escasez material, hay escasez moral, y esa solo se cura con conocimiento y amor.

Os enlazo algo más, el libro Hay alternativa del economista Vicenç Navarro y otros, que es distribuído gratuitamente en la red, y en el que se intentan explicar las causas de la crisis (y las posibles soluciones) desde una perspectiva diferente a la que parece instaurada en los mayoría de los medios de comunicación. 

jueves, 19 de abril de 2012

¿Libertad? ¿Qué libertad?



“¡Yo no he sido!”, repite una y otra vez el bueno de Bart Simpson. ¿Tendrá razón? ¿Somos realmente responsables (es decir: los autores o causantes) de nuestras decisiones y acciones? Veamos.

La mayoría de las teorías éticas suponen que los seres humanos somos seres o sujetos morales en cuanto (1) “PODEMOS ELEGIR”, y (2) “SOMOS LA CAUSA ÚLTIMA DE LO QUE ELEGIMOS”. Estas dos ideas están a la base de lo que significa la palabra “LIBERTAD” (al menos, en un sentido positivo, el sentido “negativo” de libertad –ausencia de obstáculos que impidan hacer lo que he decidido— es menos importante, en cuanto que depende del primero).

En efecto, las teorías morales no sólo incluyen enunciados descriptivos (del tipo “X es bueno”), sino también enunciados normativos o prescriptivos (“Debes hacer x”), por lo que presuponen que somos libres, es decir: que podemos ELEGIR x o no-x, y que somos NOSOTROS (y no las circunstancias ni nada no elegido por nosotros) lo que causa tal elección. Ahora bien: ¿es todo esto cierto?

De entrada, el supuesto de que podemos elegir es ya bastante problemático. Sobre todo si mantenemos una concepción rígidamente DETERMINISTA de la realidad de la que formamos parte. Si el mundo se describe como una compleja secuencia de causas y efectos regida por leyes (como una larga lista de fichas de dominó que se van haciendo caer unas a otras), no hay lugar para posibles cursos de acción alternativos al único que, según esa secuencia y esas leyes, puede ser. Me imagino ilusoriamente que puedo pasear por la calle A en lugar de por la calle B porque ignoro toda la secuencia y las leyes que determinan (lo sepa yo o no) el recorrido de mi paseo... Podría, desde luego, acudir a una concepción más indeterminista del mundo (como la que presenta cierta parte de la física contemporánea), o a la idea de que los seres humanos no pertenecemos del todo al mundo que describen las leyes naturales, pero ambas opciones parecen muy discutibles (lo primero supone que hay fenómenos imprevisibles y, por tanto, irracionales; lo segundo supone que los humanos somos seres "sobrenaturales").



Supongamos de todos modos que la elección fuera posible. Faltaría entonces por justificar lo más importante: ¿cómo que somos nosotros los responsables últimos de las elecciones que tomamos? Supongamos que Bart Simpson puede escoger entre devolver una cartera llena de dinero o no hacerlo. Para suponer que es libre (que es él, de forma autónoma, el que decide) hemos de ir más allá de las posibles CAUSAS BIOLÓGICAS (el instinto de posesión), PSICOLÓGICAS (una cleptomanía irrefrenable) y SOCIOCULTURALES (en el grupo cultural de referencia de Bart lo “guay” o adecuado es quedarse con el dinero). Si todo esto fuera lo que causa la elección de Bart, el responsable no sería él, sino la “especie” o el “entorno cultural” en que se ha educado. Esto es, por cierto, lo que dirían las "éticas naturalistas" o las que entienden la moral como la “ideología” de una determinada cultura.

Imaginemos ahora que Bart toma su decisión en función del PLACER que imagina va a proporcionarle quedarse con el dinero (o devolverlo), o que la toma pensando en que una sociedad en que la gente devuelve lo que encuentra es, en general, más FELIZ. Esta sería la respuesta que darían las éticas emotivistas (el hedonismo o el utilitarismo). Ahora bien, esto no resuelve el problema de la libertad, pues no parece que Bart, ni nadie, pueda elegir lo que le da placer o lo que le hace feliz. "A mi me gusta o me hace feliz esto, qué le vamos a hacer" -solemos decir-. (En todo caso, podríamos averiguar qué causas biológicas, psicológicas y culturales están detrás de lo que nos da placer o felicidad, pero no modificar estas relaciones causales).


Hay otra opción: que Bart decida en función de lo que le parece más RACIONAL (parecería racional, por ejemplo, que dado que todos los seres humanos somos iguales, no debemos hacer a otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros). Ahora bien, aquí el problema es similar: nadie escoge que un argumento sea racional o no, por lo que Bart no tiene más remedio que escoger la opción que la razón le indica. Esta es la respuesta de las éticas más intelectualistas que, como vemos, tampoco justifican la responsabilidad personal (a no ser que identificamos a las personas con la razón) ni la libertad (la conclusión racional a la que llegamos tras argumentar no es una opción, ha de ser esa y nada más que esa).

¿Qué alternativa queda? ¿Obrar a CAPRICHO, porque nos da la gana, incluso contra nuestros impulsos emotivos o nuestra razón? Este tipo de respuesta es tan irracional que apenas merece la pena discutirla. Si ser libre es actuar por puro capricho o azar (si es que esto es posible), seríamos tan libres y responsables como un dado o una ruleta, es decir: nada (nadie diría que la ruleta es la que libremente ha decidido que salga el número 3, por ejemplo).



Así que, ¿libertad, qué libertad?... Ahora bien, SI NO HAY LIBERTAD, ¿HAY ALGUIEN QUE SEA RESPONSABLE O CULPABLE DE LO QUE HACE? ¿Qué solución cabría dar, entonces, a los que se portan “mal”?

martes, 17 de abril de 2012

Dos debates sobre antropología y psicología

Los sabios alumnos que tengo provocaron hoy dos debates que a nadie pueden dejar indiferentes y que podemos titular así:
(1) ¿Debemos respetar las costumbres y creencias de otras culturas?
(2) ¿Qué debe guíar nuestra vida: la razón o el corazón.

        ¿DEBEMOS RESPETAR LAS COSTUMBRES Y CREENCIAS DE OTRAS CULTURAS?

 La DIVERSIDAD CULTURAL es un hecho innegable. En este mundo conviven personas de muy distinta procedencia cultural o nacional, a veces en un mismo lugar, debido a la inmigración (por ejemplo: marroquies, chinos, hindúes, subsaharianos, etc., que vienen a España a ganarse la vida, igual que hace unas décadas emigraban los españoles a otros países por idéntico motivo). Esto genera a veces problemas de convivencia y, en todo caso, plantea la pregunta de cómo debemos afrontar la relación con personas con costumbres y creencias culturales diferentes. A esta pregunta se le suelen dar respuestas como estas:

- ETNOCENTRISMO. La relación debe ser paternal, educativa, o incluso de imposición de nuestros valores y creencias, pues nuestra cultura (en este caso la española o, mejor, la europea u "occidental") es manifiestamente superior a las demás. Esta posición puede conducir, en ciertos casos, a la XENOFOBIA y el RACISMO, que son actitudes de negación y desprecio absoluto de culturas diferentes a la nuestra.

- RELATIVISMO. La relación debe ser de tolerancia absoluta, pues ninguna cultura es superior a otra, todas son diferentes. Las creeencias o costumbres de otras culturas nos pueden parecer buenas o malas, pero esta valoración responde a lo que nosotros creemos que es "bueno" y "malo" y estas creencias solo son válidas para nosotros, no para aquellos que juzgamos. A ellos les puede parecer "malo" lo que para nosotros es "bueno" y al revés, y están en su legítimo derecho, pues no existen criterios universales acerca de lo bueno y lo malo. Así que debemos respetar o tolerar las creencias y costumbres de todas las culturas.

- INTERCULTURALISMO. La relación debe ser de diálogo. Las creencias y costumbres de cada cultura pueden y deben ser juzgadas como buenas o malas, respetables o no, pero esta valoración debe proceder del reconocimiento mútuo, a través del diálogo, de lo que esta "bien" y "mal" para todos. Tal vez no podamos entendernos en todo, pero al menos debemos proponer unos mínimos morales en los que todos (seamos de la cultura que seamos) estemos convencidos.

- UNIVERSALISMO. La relación debe ser, también, de diálogo racional. Y el objetivo no es simplemente llegar a unos mínimos morales reconocidos por todos, sino incluso alcanzar algo parecido a una "cultura universal" en la que todos aceptemos racionalmente unos mismos valores y unas mismas costumbres, estructuras políticas, sociales, económicas, etc. (que serán las que la razón demuestra como las más adecuadas a los seres humanos).

Estas son, creo, las cuatro posiciones posibles en torno al problema. ¿CUÁL ES LA MÁS ADECUADA A VUESTRO JUICIO?


¿QUÉ DEBE GUIAR NUESTRA VIDA: LA RAZÓN O EL CORAZÓN?

Algunos, los más EMOTIVISTAS, piensan que el corazón (es decir, la emotividad) es el que toma nuestras más fundamentales decisiones (cuál va a ser nuestro trabajo, nuestra pareja, si tenemos hijos o no, si somos o no creyentes religiosos, etc.). La razón es, en estos casos, una herramienta con que lograr lo que el corazón quiere (por ejemplo: mi corazón ha elegido querer a Margarita y mi razón me ayuda a cálcular cómo puedo conquistarla).

Otros, los más RACIONALISTAS, piensan que las decisiones las toma siempre la cabeza (es decir, la racionalidad). Siempre decidimos hacer lo que, mediante cálculo racional, creemos más conveniente (y "lo más conveniente" es lo más coherente con nuestra naturaleza y situación vital, según la conocemos e interpretamos racionalmente). Incluso cuando nos parece que actuamos emotivamente lo hacemos también racionalmente, pues toda emoción es una reacción a la interpretación más lógica que tenemos con respecto a lo que somos y las situaciones que vivimos. Así, siento celos (y esto me impulsa a tomar ciertas decisiones) porque he interpretado y entendido ciertas conductas de mi pareja como "infieles", y entiendo que esta infidelidad traiciona un cierto compromiso, pone en cuestión mi prestigio, es una amenaza a mi actual situación de bienestar, etc. Aunque yo no sea consciente de todas estas "lecturas" de la situación, son estas las que hace que me sienta celoso (si hiciera otra "lectura" tendría, seguro, otras emociones). En otras palabras: el pensamiento controla las emociones (y no al revés, como piensa el emotivista).

¿QUIÉN TENDRÁ RAZÓN, EL EMOTIVISTA O EL RACIONALISTA? (Y advierto: no intentéis escabulliros en los términos medios, a no ser que expliquéis muy bien en que consiste vuestra "mediación").

sábado, 14 de abril de 2012

La caverna de la caverna.



Dicen algunos antropólogos que la más clara diferencia observable entre nuestros más cercanos parientes homínidos y nosotros es el ARTE. Por ejemplo, las pinturas rupestres, esas representaciones de animales y otros seres que nuestros abuelos plasmaron en las paredes de sus cuevas.  Bonito, ¿verdad? ¿Y no será inevitable (para unos poéticos cavernícolas como nosotros) relacionar este cuento con ese otro que nos legó Platón: el mito de la caverna? Especulemos, como si fuéramos espeólogos de nosotros mismos, sobre esta caverna que habitamos...

El hombre se distingue del animal por su capacidad REFLEXIVA y ESPECULATIVA. Somos conscientes del mundo que nos rodea, pero también de nuestra propia conciencia; pensamos en nuestros pensamientos (en eso consiste reflexionar). Y precisamente por ello somos capaces de distinguir entre el pensamiento y lo pensado, entre la representación y el mundo, entre nuestra mente y la propia realidad. Esta es la condición de nuestra condición humana, caracterizada por la DUDA y la ESPECULACIÓN. Dado que distinguimos entre lo que tenemos en la cabeza y lo que sea la realidad, podemos dudar de la certeza de lo primero y especular acerca de lo segundo. En otras palabras: podemos sospechar del carácter aparente de lo que inmediatamente percibimos y construir teóricamente otros mundos hipotéticamente más verdaderos. Esta es la situación “cavernaria” del hombre, su más honda y maravillosa característica: desconfiar del "más acá" de la apariencia y preguntarse por el "más allá" de lo verdadero . Y en este viaje filosófico consiste, según el viejo simil platónico, su tránsito de la caverna (la apariencia, la inmediatez sensible) al Sol del conocimiento (la realidad, la evidencia racional).

 
¿Y en qué contribuye a esto la representación de unos animales en las paredes de una cueva? En primer lugar, la exteriorización de las representaciones mentales tal vez pueda ayudar a hacernos más plenamente conscientes de las mismas. Cuando el “artista” paleolítico plasma en la pared lo que tiene en su imaginación o en sus recuerdos, está objetivándolo, tomando distancia, y creando así condiciones óptimas para asumir sus propias representaciones como objeto de conocimiento (imaginemos a esos primitivos hombres preguntándose qué tipo de bisontes eran esos pintados en la pared, en qué se distinguían de los que cazaban fuera de la cueva, de dónde y como habían aparecido, etc.).

Naturalmente, debemos suponer que este fenómeno de toma de consciencia de las propias representaciones está igualmente ligado al lenguaje. Escuchar una secuencia de sonidos que signifique, por ejemplo, “estas son huellas de bisonte”, es algo tan diferente a las propias huellas visibles, que parece inevitable pensar en la distinción entre un mundo de signos relativo a nuestra mente y cultura, y otro mundo de objetos reales referido por el primero. Cuando más si, al expresar u oír la expresión simbólica esta era corregida por nuevas percepciones y/o por las indicaciones verbales de otro. Imaginad que nos decían: “estas NO son huellas de bisonte, te has equivocado”, y que tras mirar de nuevo admitíamos nuestro error. ¿No sería lógico preguntarse entonces dónde estaban entonces esas huellas de bisonte que creíamos percibir? ¿Y no sería lógico responder: estaban en mi mente, no en el mundo, y admitir, por tanto, que hubiera como dos lugares o realidades distintas: mi mente y el mundo?

     

La eclosión, en fin, de la competencia representacional (un lenguaje oral más rico en símbolos y más complejo; y la exteriorización de códigos representacionales a través de pinturas y gráfismos, tatuajes, adornos corporales, objetos significativos, etc.) fue, tal vez, lo que determino la distinción consciente entre representación y mundo, y lo que creó, así, la condición para dudar de nuestras representaciones inmediatas (que están en mi mente, o en mi lenguaje, y a veces son erróneas) y preguntarnos por lo verdaderamente real (buscando representaciones correctas y objetivas).

Este no es el único paso, claro está, en esa compleja ascensión desde la oscuridad de la preconsciencia y la ignorancia a la luz del conocimiento. Una vez asentada la desconfianza hacia las representaciones primarias (las percepciones inmediatas), nos tocó sembrar la duda en las propias representaciones simbólicas. PINTAR o hablar de bisontes es la llave (o una de ellas) para que dudemos del carácter de lo que vemos. Pero PENSAR en (y con) nuestros grafos y palabras es la clave para el hacer y el deshacer especulativo acerca del carácter de lo real mismo.

Si esto fuera así, resultaría paradójico que la forma de disolver el espejismo primario, las imágenes de la caverna platónica, fuera plasmarlas pictóricamente en la misma pared, creando imágenes de imágenes. Imágenes eso sí (las pictóricas) mejoradas: más conscientes, más bellas, propicias y coherentes, en suma, más reales (o ideales, lo que, para Platón, es lo mismo).

En fin. Lo originario (lo más primitivo e imperfecto) es la mera VISIÓN (a esto corresponden las imágenes del fondo de la caverna en el mito platónico); el protohombre, el hombre-animal u hombre-niño, no distinguen entre su visión y el mundo (son para él lo mismo).

 Sobre la mera visión aparece algo menos originario (más avanzado y perfecto): la representación consciente, la imaginación, EL ARTE. El cavernícola se pone en acción, se levanta y objetiva pictóricamente su subjetividad visionaria en la pared de su cueva, duplica estéticamente el mundo (la pintura y lo pintado, lo objetivo y lo subjetivo, lo parecido y lo disímil, lo bello y lo feo…), y dónde hay dualidad la lógica aflora a la consciencia como duda, como resistencia a lo doble y contradictorio, y cómo búsqueda de identidad (¿qué mundo es el real, que representación es la verdadera, apropiada, bella?).

Tras esto, la espeolológica aventura humana se acelera. Sobre la representación y el símbolo aparece el PENSAMIENTO TEÓRICO Y ESPECULATIVO, la torsión o re-flexión del cavernícola pre-liberado por el arte y su mundo simbólico hacia el ámbito de las cosas mismas (los significados o ideas, diría Platón) y, tras él, hacia la razón última y fundante de tales cosas o ideas.

Ya decía Platón que el artista está alejado dos veces de la realidad (sus imágenes son una copia pobre de las cosas mismas –es decir: de sus ideas—, que a su vez no son sino una imagen o signo de lo que les presta realidad –la perfecta y pura Identidad—). Pero aún más alejada está la simple visión o percepción, la pura subjetividad inconsciente del animal.

¿SERÍA ASÍ EL ARTE EL ESLABÓN ENTRE NUESTRA INFANCIA ANIMAL Y NUESTRA HUMANA MADUREZ? ¿El paso –adolescente- que hay entre la simple inconsciencia de los inicios, y la reflexión y especulación racional posterior? ¿NO ES ESTO LO QUE PODRÍA DECIRNOS ESTA BELLA HIPÓTESIS ANTROPOLÓGICA?
  


martes, 10 de abril de 2012

¡Al fin podremos diseñar genéticamente a nuestros hijos!


Una de las características del animal que somos es la capacidad técnica. Podemos operar con el medio ambiente para producir objetos o procedimientos que favorecen nuestra supervivencia. Esto es también frecuente en otros animales (pájaros que utilizan piedras para romper huevos, monos que fabrican y usan palos para "pescar" termitas, etc.). Pero el caso del animal humano parece especial. Nuestra capacidad técnica es incalculablemente mayor que la de cualquier otro animal. Durante siglos, la técnica humana (la agricultura, la minería, la ingeniería, etc., etc.) ha logrado transformar radicalmente el medio ambiente (cambiando bosques por campos de cultivo, horadando montañas, cambiando el curso de los ríos...). Pero más aún, desde hace muy poco tiempo la relación entre la técnica, la ciencia moderna, y las empresas y Estados que se benefician de los nuevos descubrimientos, ha dado lugar a la "tecnología" o "tecnociencia". La tecnología actual nos dota de unas capacidades inauditas y que dan mucho que pensar. Una de ellas es la capacidad de diseñar genéticamente el físico de nuestros hijos. Sin embargo, éste y otros "adelantos" provocan un gran rechazo en la gente.
¿Por qué crees que se produce ese rechazo, en concreto al diseño genético de los hijos, y en general a todo lo que hoy promete la tecnología?
¿No es mejor que controlemos los rasgos físicos con que van a nacer nuestros hijos, en lugar de dejarlos al "azar" natural? ¿Por qué, si nadie deja al azar el aspecto, color, etc., del automóvil que va a comprar, va a dejar al azar el aspecto físico de algo mucho más importante, como es su hijo? ¿Por qué resulta tan escandaloso diseñar el cuerpo de nuestros hijos y no diseñar su "alma", que es lo que hacemos cuando los educamos?
¿Qué pensáis de esto? ¿Preferirías diseñar a vuestro hijo o mejor dejarle esto a la "naturaleza"? ¿Por qué sí o por qué no?

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