domingo, 31 de enero de 2016

¿Por qué cualquier puede ser padre, pero no torero?

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en el  El Correo Extremadura y eldiario.es Extremadura.


A ver. Para que yo, que soy profe, pueda educar a los muchachos, en una materia muy determinada, y durante apenas unas horas de su vida, he tenido que estudiar durante años, acreditar un buen número de competencias, y pasar por unos exámenes muy duros. Pero resulta que para tener un hijo y ganarte el derecho a educarlo en todo y durante toda su vida no hay que hacer ni un solo y mísero test psicotécnico. ¿¡ Cómo es esto !? – les pregunto, a veces, a mis alumnos – . “Bueno – dicen ellos – , mis padres son quienes más me quieren, y se van a desvivir por educarme lo mejor posible”. Sin duda – les replico yo – , el amor es condición necesaria y fundamental. ¿Pero es suficiente? Un buen amante no es quien ama mucho, sino quien ama bien. Los padres, en su mayoría, tienen vocación, pero les falta formación. Hacen, más o menos, lo que pueden y, en el mejor de los casos, no pasan de ser unos entusiastas aficionados. Y, sin embargo, se les reconoce un derecho casi absoluto sobre la educación de sus hijos. ¿Es esto justo y sensato?

Visto lo visto, a veces les he propuesto a mis alumnos que diseñaran (¿quién mejor que ellos?) una academia de padres, con sus distintas asignaturas, objetivos, y sistemas de evaluación. ¿Qué conocimientos, habilidades y actitudes tendría que poseer alguien para obtener el imaginario título de “Padre/Madre” – sin el que, en una sociedad igual de imaginaria, no podría aspirar a tener hijos – ? Las respuestas que dan son de lo más interesante, y sinceras, pues nacen de su propia y sufrida experiencia familiar. Pero dos de las que más me encuentro son estas: “los padres deben formarse, y saber lo que hacen, cuando deciden tener hijos” – dicen –, y “los padres deben tratar a sus hijos como a personas (con sus propias opiniones, derechos...), y no como a meras posesiones suyas”...

Me viene todo esto a la mente por la reciente polémica en torno a la imagen de un torero dando pases a una vaquilla con su hija en brazos. Medio país se ha indignado, y con razón, ante la conducta temeraria de este torero aprendiz de padre. Torear, con tu hija en el otro brazo, es cosa de bomberos, como dicen en mi pueblo. Aunque ni a un bombero (al que también se le supone amor y orgullo por serlo) se le ocurriría acudir con su hija pequeña a apagar un incendio, aunque fuera pequeñito. Y ni aunque tal cosa fuese, incomprensiblemente, una especie de tradición milenaria del Cuerpo de Bomberos. Nada. Lo que en este padre-torero hay es pura y simple temeridad. Y una vaga ideología de fondo que a mi me da por llamar “liberalismo atávico”, y que habita muy frecuentemente en el caletre de la España más latifundista y patilluda.

El liberalismo atávico no es liberalismo filosófico o político, sino un liberalismo al modo español, un liberalismo preindustrial, ignorante, primigenio. Los que lo practican no han leído a Rawls o a Nozick (ni casi ninguna otra cosa), pero poseen un sentido instintivo y prepolítico de los derechos del individuo y del carácter sacro santo de la propiedad privada. El liberal atávico no justifica con argumentos su derecho a hacer lo que le dé la real gana consigo mismo y con lo que es suyo (incluyendo a su perro, sus hijos, y probablemente a su mujer); simplemente lo siente, se le agarra ese sentimiento a las vísceras y, desde allá abajo (desde los mismísimos), como si fuera un resorte, le mueve la boca y las entendederas como a un muñeco de guiñol. Al atávico liberal no le hacen falta disquisiciones filosóficas sobre la libertad negativa, o el derecho a la propiedad; simplemente, hace en su casa, y con sus hijos, lo que le parece. Y en eso no se mete ni Dios.

Si el liberalismo culto y bien deliberado es ya de por sí bastante irracional, imagínense este, atávico y tribal. Si en los sesudos libros de filosofía política no hay argumentos suficientes para justificar que un individuo, sin otra razón que serlo, tenga derecho a reinar y poseer nada, ni tan siquiera en su presunto reino privado, imagínense todo esto en la retórica de un torero. O en la de José María Aznar, otro padre (de la nación) atávico e indocumentado. ¿Recuerdan como clamaba, hace años, por su derecho individualísimo a beber y a correr cuanto quisiera por las carreteras? ¡¡Yo con mi cuerpo y mi coche – y en las autovías que he contratado – hago lo que quiero!! ¡¡Pues sí señor, faltaría más!!

En fin. Que a ver cómo le explicas tú a uno de estos liberales atávicos, padres por sentimiento y afición, que igual tienen que aprender algo acerca de cómo cuidar y educar a sus hijos. Y que en un deseable futuro, esto de que cualquiera pueda tener hijos, así, a pelo, como el que cría caracoles, será recordado tal como ahora recordamos la antropofagia de los neandertales. O la pose del torero dando una larga cambiada con su hija en brazos, todo ello (pose, pase e hija) testigos mudos de la grandeza, discernimiento y fertilidad de sus santos... testículos. Puro atavismo.


miércoles, 27 de enero de 2016

Suicidio y acoso escolar.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura



Hace unos días se hizo pública la impresionante carta de despedida de Diego, un chico de once años, que se suicidó hace unos meses en Madrid para evitar ir al colegio. Se aventura la hipótesis de que sufría acoso escolar, aunque el chico no reveló nada a sus padres, ni en el colegio – dicen – tenían el más mínimo indicio de la situación. Esto no prueba, en absoluto, que no existiera tal acoso: es muy normal que un niño acosado no denuncie el caso (ni a sus padres ni al centro), no ya solo porque corre el riesgo de que se ensañen con él, sino también – y esto es lo verdaderamente grave – por vergüenza y por miedo al rechazo de los otros. No hace falta ser psicólogo para saber que un adolescente que se presenta como víctima de sus iguales compromete seriamente su “prestigio” ante el grupo, incluso ante su familia y ante sí mismo. Y esto por más que su denuncia genere comprensión y compasión en otros muchos.

Por esto, creo que la solución al problema del acoso escolar no consiste, simplemente, en vigilar y castigar, ni en pedir al niño acosado que (¡encima de todo!) se enfrente al poder y se convierta en “delator”. Nada de eso sirve para casi nada. Incluso puede ser contraproducente. Todavía recuerdo cuando, de niño (cómplice pasivo, yo mismo, de acosadores), la más leve denuncia o queja ante los profesores condenaba al acosado (que todavía tenía cierta esperanza si aguantaba, se endurecía, y se encontraba otra víctima más débil que él) a la marginación absoluta – algo mucho peor, para un adolescente, que los golpes o los insultos –.

Tampoco vale hablar de derechos y valores como el que habla de la Santísima Trinidad. La Educación para la Ciudadanía y materias afines (borradas del mapa educativo, por cierto, por la malhadada LOMCE) son inútiles si en ellas no se discute, con argumentos comprensibles y convincentes, sobre los asuntos morales que subyacen al acoso escolar. Si algo no son los niños y adolescentes es tontos. Saben que la mayoría de los discursos sobre valores que rutinariamente declaman los adultos son hipócritas y vacuos. Es difícil encontrar a algún educador que sepa dar razones realmente convincentes de por qué hay que tolerar a los que son diferentes, o ser solidario con los más débiles (cuando, además, es mucho más divertido y “natural” burlarse o aprovecharse de ellos). Cuando yo estaba en la escuela, los floridos discursos de los profesores invitándonos a compadecer o respetar al alumno marginado no servían, normalmente, más que para aumentar nuestra antipatía por él.

De hecho, casi todo lo que representa realmente la institución y la vida escolar desmiente todo discurso posible contra el acoso. Como he escuchado decir estos días al filósofo y pedagogo Juan Antonio Negrete, el colegio es, intrínsecamente, una institución dirigida al acoso. Esto es, dirigida a inculcar en los niños la “dureza de la vida”, la competencia, el afán por el triunfo o, como gusta de decirse ahora, la excelencia, tanto en el aula (en donde se violenta constantemente a los niños con instrucciones, tareas obligadas y evaluaciones diarias), como fuera del aula, en donde los chicos se socializan en torno a modelos que destilan violencia y acoso (el emprendedor voraz, el deportista agresivo y obsesionado por competir, la mujer como objeto sexual...). Maltratar al chico, casi siempre demasiado sensible o inteligente, que no encaja en esos estereotipos, es parte del proceso de afirmación de quien los cultiva. Y esos valores y estereotipos son omnipresentes. En el centro educativo donde trabajo, y como conté aquí mismo hace unos meses (“Hijo, no quiero que acabes como BillGates”, 11/10/2015), las paredes de muchas aulas están adornadas con un panfleto donde se enuncian las reglas del éxito según un famoso empresario. En realidad, tales reglas se reducen a una: que la vida es un juego cruel de ganadores y perdedores, y que hay que prepararse y endurecerse para estar entre los primeros.

Así que, si de verdad queremos que casos como el de Diego no se vuelvan a repetir, tenemos que reflexionar sobre todos esos modelos que empujan a muchos chicos (y a no menos adultos) a percibir el mundo como una jungla en la que hay que pelear, competir, vencer y humillar a otros, para ser alguien en la vida. Porque esa percepción no se corrige, simplemente, con renuevos didácticos o recursos psicológicos. Se corrige, más bien, con el desarrollo del pensamiento crítico imprescindible para que los chicos puedan relativizar y eventualmente escapar de esos valores y modelos morales que los tiranizan (tanto a las víctimas como a sus verdugos). En educación no faltan innovaciones técnicas y pedagógicas, lo que faltan son teorías y decisión para afrontar lo que nadie parece querer afrontar de modo explícito: el problema de decidir en qué modelos y con qué valores queremos y debemos educar a nuestros jóvenes. Si la escuela ha de ser un instrumento de transformación social, y no solo un reflejo servil del statu quo imperante, debemos ser capaces de cuestionar y relativizar los valores vigentes e impedir que, como se desprende de la nueva ley educativa en vigor, se eduque a los chicos como a estudiantes coreanos, más pendientes de su rendimiento que de su bienestar y su integridad como personas. ¿Saben, por cierto, cuál es la principal causa de mortandad entre los adolescentes en Corea del Sur? Adivinen. El suicidio.


viernes, 22 de enero de 2016

Nacionalismos.


¿En qué consisten realmente los nacionalismos? Una breve reflexión radiofónica en Diálogos en la caverna, de Radio 5, en Radio Nacional de España, con guión de Víctor Bermúdez, y las voces de Jonathan González, Eva Romero, Chus García y Víctor Bermúdez. A la producción Antonio Blazquez. Para leer y comentar el programa, puedes visitar nuestro blog Diálogos en la caverna.

lunes, 18 de enero de 2016

La República de la alegría.


Texto publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura



Un amigo me ha recordado un viejo texto de Ortega y Gasset. Se trata de una conferencia, titulada “Rectificación de la República”, que impartió el filósofo en Madrid, en 1931, a los pocos meses del triunfo de la Segunda República, y en la que (previendo, quizás, la que se avecinaba) llamaba a la unión de las fuerzas políticas para “organizar la alegría” que la República y su sueño de regeneración había traído a los españoles.

Esa alegría de 1931 tal vez sea parecida – comentaba mi amigo – a la que invadió el Congreso el pasado miércoles en la ceremonia de juramento de los nuevos diputados (nuevos en torno al sueño viejo, ay, de cambiar este país). No solo se renovó la mayoría de la cámara, no solo eran más jóvenes, no solo parecían distintos; más allá de eso, representaban (con plena consciencia de hacerlo) una corriente de aire fresco y autenticidad, de verdadero poder popular, en ese escenario de opereta ajada y huera que parecía, junto a ellos, el Congreso. Voces, risas, lágrimas, niños que pasan de brazo en brazo, ropas esparcidas por los escaños, actitudes naturales, gente que quiere hablar y no solo repetir fórmulas sagradas... El miércoles entró en tropel la vida en el Congreso de los Diputados, con un repeluco de emoción y felicidad en muchos, yo creo que en la mayoría, aunque algunos se resistieran a mostrarlo y otros sintieran esa tremenda corriente de vitalidad como una segura amenaza.

Por eso – y por lo que la alegría tiene siempre de revulsivo social – se desbordó en seguida la reacción, el escándalo y el miedo, a través de sus gárgolas mediáticas, esparciendo mala baba por platós y periódicos. Frente a esa alegría desafiante se revolvió como un toro herido la España cañí, la que ora y bosteza salvo cuando se aplica a sus aficiones preferidas: la burla hiriente, al sarcasmo bizarro, el insulto y la astracanada. Y no me refiero tan solo ni principalmente a la derecha cavernaria y sus histéricos esbirros mediáticos, sino también al destinatario de los mismos, al pueblo llano, que pese a recortes y abusos, ve a veces con el mismo miedo a estos jóvenes greñudos (que vienen – dicen – a poner todo patas arriba) y se aplica a nutrir el tópico de una España recelosa y criticona (que no crítica), siempre más dada a destruir que a construir.

Fue esa España profundamente mezquina y provinciana, alérgica a la alegría, la que habló por boca de Celia Villalobos – el extremo más populista y cutre del PP— de las rastas de uno de los nuevos diputados. Y la que movió a periodistas como Pilar Cernuda (y tantos otros) a centrar su análisis político en el mal olor o la pinta de esa plebe innoble (y amenazante, sobre todo amenazante) que ha ocupado el Congreso – curioso que no hablara, con la misma repugnancia, del olor a corrupción moral que deben desprender diputados tan sospechosamente indecentes como Gómez de la Serna o Mariano Rajoy –. Fue esa misma España envidiosa y patán la que desolló con deleite a la diputada Bescansa por aparecer en el Congreso con su bebe (tal como ha aparecido en todo tipo de eventos públicos antes de este), con el peregrino argumento – entre otros – de que estaba insultando a las mujeres que no pueden hacer lo propio – criar a sus hijos con apego (no guardados en guarderías) – en su puesto de trabajo. ¡Es decir: en lugar de alegrarnos con quien exhibe (y reivindica) los que para nosotros quisiéramos, le despellejamos vivo! ¡O todos moros, o todos cristianos! – dicen el rencor y la envidia –.

Pero la crítica más general dirigida a los diputados de Podemos ha sido la de “montar el espectáculo”, la de “convertir el Congreso en un plató de televisión” (como decía el editorial de El País –antaño representante de esa alegría, también escandalosamente joven y melenuda, que prendió la transición, y hoy reconvertido en el periódico de la derecha moderada–). Crítica, como menos, curiosa, viniendo de los medios, es decir, de los mismos que producen el espectáculo que critican – y que venden a su audiencia – ¿Qué les impedía haber centrado sus crónicas en torno al discurso de López, o a cualquier otra cuestión, en lugar de en el bebe de Bescansa?... Y además. ¿A qué han de ir los diputados al Congreso si no es a escenificar y representar todo aquello por lo que han sido votados (la conciliación de la vida familiar y laboral, la cercanía del poder con la gente, la erradicación de las castas políticas...)? ¿Qué hay de malo en considerar el Congreso como un plató de televisión? De hecho, hace muchos años que ese viejo edificio (que fue diseñado como un teatro en una época sin televisión) es un plató al que los españoles solo nos acercamos a través de las cámaras. ¿No será que lo que molesta a los políticos y los periódicos tradicionales es el dominio de los nuevos medios de representación que muestran estos jóvenes impertinentes? La queja de muchos políticos y periodistas al cariz televisivo que tienen los actos de Podemos recuerda la queja de un viejo actor de cine mudo al que amenazara la aparición del sonoro. La política es un juego escénico; siempre lo ha sido, y más aún ahora, en que no hay casi más mundo real que el de la escena virtual y mediática. Y los de Podemos, como no podía ser menos en gente joven y preparada, dominan a la perfección – para irritación de muchos – el medio, y el mensaje.

En fin: ¿que quiénes se han creído que son estos descastados de Podemos? Les dijeron, cuando acampaban en las plazas del 15-M y rodeaban el Congreso, que madurasen y fundaran un partido político. Ahora que lo han hecho, resulta que son unos osados petimetres inexpertos, financiados, además, por Irán y Venezuela (algo más digno de un argumento de Mortadelo y Filemón que de un analista serio). ¿En qué quedamos, entonces? Como diría Sor Juana Inés: hacedlos cual los queréis, o queredlos cual los buscáis...

Por suerte para ellos mismos, estas peligrosas huestes chavistas de algún ayatollah antisistema, listas como el hambre (como el hambre de poder), han tomado a la sonrisa como lema y han persistido en una alegría que va siendo contagiosa y que no parece que, de momento, se vaya a truncar. Quieran o no las viejas élites, estos jóvenes rastalludos están destinados, antes o después, a dirigir este país (o lo que quede de él).

Porque alguna vez, no sé si en la próxima III República, o en la XX, alguna vez, digo, tendrá que ganarnos la mejor de las españas, la que piensa en vez de embestir, la que dialoga en lugar de gritar, la que construye y propone en lugar de destruir y criticar. La España que, entre otros grandes españoles, representó y soñó Ortega y Gasset. Y un síntoma inequívoco de que esa España vuelve a ser posible es esta nueva y vieja alegría. La misma que, como lloraba en la cárcel Miguel Hernández, hay que seguir defendiendo, con una sonrisa, pluma por pluma. Para que dure. Para que nos libre de lo peor de nosotros mismos.



sábado, 16 de enero de 2016

Arte y política.

Hace unos años, el compositor alemán Arnold Stockhasen escandalizó a todo el mundo cuando, a pocos meses del atentado de Nueva York, se le ocurrió comentar en una rueda de prensa que, desde el punto de vista estrictamente artístico, el derribo de las Torres Gemelas mediante aviones era una auténtica obra de arte... ¿Qué creéis? ¿Debe censurarse las opiniones (o las obras) de un artista por motivos éticos o políticos?... Un nuevo diálogo en nuestro microespacio para Radio 5 Diálogos en la Caverna. Con guión de Juan Antonio Negrete y las voces de Chus García FernandezJonathan González GómezEva Romero, María Maria Ruiz-FunesDaphne de Turgalium, y la producción de Antonio Blazquez.
También en: http://dialogosenlacaverna.blogspot.com.es/…/arte-y-politic






jueves, 14 de enero de 2016

Todo por la patria

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura


Pese a su vulgaridad, tiene cierto interés el reproche lanzado estos días a los miembros de la CUP, tras haber vetado la investidura de Mas en Cataluña. Se les ha acusado (desde Junts pel Si, pero también desde sectores de la propia CUP) de dos cosas: de “anteponer la ideología a la independencia”, y de ser “incapaces de pactar con alguien que piensa diferente”. Es interesante, digo, porque con estas dos frases se resumen dos componentes ideológicos de la atmósfera política que respiramos: el casi absoluto desprecio a las ideas, y el pragmatismo como omnímodo principio democrático.

Cuando se le objeta a la CUP que antepone su ideología a la independencia se está asumiendo que la independencia no es ella misma un producto ideológico, sino algo más radicalmente valioso, algo por encima de toda ideología, un bien común indiscutible que está más allá de la vil y humana política (siempre condenada a la controversia ideológica). Este desprecio a la ideología parece presuponer que hay algo por ahí mucho más valioso que las ideas; algo que – por ser de naturaleza no ideológica – no se debería poder pensar, ni razonar, ni discutir, sino solo creer, sentir o contemplar como una suprema evidencia.

Así, el nacionalismo (cualquiera, no solo el catalán, también el español) intenta colarnos la idea de que él mismo no es una idea política más, sino, más bien, una suerte de derecho natural (el Derecho de Autodeterminación de los Pueblos, el Principio de la Indivisible Unidad de la Patria), racionalmente inatacable y que hay que acatar, por tanto, como una revelación sostenida por pura voluntad (la voluntad de poder que presuntamente asiste a los Pueblos) o por una emoción inefable e infalible (atada a su correspondiente imaginario arcádico y patriótico).

Pero el dogmatismo nacionalista no es el único síntoma del desprecio a las ideas y el culto al irracionalismo en el ámbito político. Otro, muy claro, y complementario, es el pragmatismo, que, en sentido ancho y común, significa hacer todo lo que sea útil (es decir: pactar todo lo que sea necesario) para lograr lo que nos proponemos (fines que también se suponen trascendentes al debate ideológico). La idea de pacto (acuerdo, contrato...) está en el origen de la democracia moderna, y parte del principio – discutible, pero atractivo para la mayoría – de que la coincidencia entre los intereses socialmente en juego es esencial o prácticamente imposible. Dado que, por nuestro egoísmo consustancial, carecemos, casi, de intereses comunes – se dice –, la razón (que sería un simple instrumento al servicio de tales intereses) no es útil para lograr la armonía social. Así: como ni tú me vas a convencer ni yo te voy a convencer a ti, solo queda negociar: yo cedo en A a cambio de que tu cedas en B, siendo A y B inversamente proporcionales a la fuerza de la mayoría que asiste a cada uno. La idea de que “todo se puede pactar o negociar” equivale, por tanto, a la idea de que no hay posibilidad de mutua convicción posible. Es decir: que, en política, nada, o casi nada, es racional. Este pragmatismo es, pues, parte de la raíz misma de la democracia y, como tal, inevitable. La cuestión es que no prolifere e invada a la otra parte: la de los principios que nos incumben a todos (la igualdad, la libertad, la solidaridad...) y en torno a los cuales se pueden articular, de manera polémica y racional, las distintas ideologías políticas.

Pero cuando la democracia lleva su degeneración al límite, todo esto, el irracionalismo y el pragmatismo, se desbocan. El desprecio irracional a las ideologías (en nombre de una que se adopta como dogma indiscutible), y la proliferación de todo tipo de pactos, se convierten entonces en actitudes comunes, que no despiertan apenas escándalo. Así lo estamos viendo en Cataluña, en donde en nombre de ese irracional que es la Libertad de la Patria, pactan anticapitalistas y liberales. Y así lo veremos, dentro de poco, en España, en donde en nombre de la Unidad de la Patria, acabarán pactando los socialistas con la derecha liberal del PP y Ciudadanos – coadyuvados, desde luego, por el compromiso de Podemos con los nacionalismos periféricos, compromiso al que parecen subordinar todos sus objetivos sociales y de regeneración política –.

Este proceso, llevado a un punto de no retorno, solo tiene un fin posible. Como decían los viejos filósofos griegos, el fin de la absoluta degeneración de la democracia es la tiranía. Cuando el rechazo a las ideologías, paralelo al ascenso de una ideología redentora (como el nacionalismo), y acompañado de un pragmatismo sin límites (se pacta lo que sea con quien sea), llega al punto de ebullición, emergen las tendencias totalitarias y el conflicto. No será la primera vez que hemos visto algo así en Europa. Todo sea por la patria.



lunes, 4 de enero de 2016

Feliz país nuevo

Este artículo fue originariamente publicado por el autor en el Correo Extremadura


No se presenta fácil el año nuevo. El juego político ha adquirido, casi de repente, una complejidad inaudita. Aunque no necesariamente preocupante. Que la política se parezca más, digamos, al ajedrez que al tenis no tiene por qué ser tan malo. Los que, invocando “sentido de estado”, piden estabilidad a toda costa no parecen comprender lo que está pasando. Tras los cuarenta años de paz cuartelera del franquismo (eso sí que era estabilidad), y los otros cuarenta de democracia casi pactada que nos ganamos tras la transición, nos merecíamos ser, al fin, un país plenamente democrático y, por eso, más políticamente complejo. Un país en el que, por ejemplo, la opinión pública no sea tan fácil de polarizar, en el que las fuerzas políticas pacten, y en el que las elecciones, en alguna ocasión, se tengan que repetir. Tengo la impresión, por ejemplo, de que gran parte del electorado se ha vuelto razonablemente inmune a los gritos de los agitadores profesionales (que, a fuer de abusar del espectáculo se han convertido en parte de él, perdiendo credibilidad). Son muchos los ciudadanos – y más que serán – , especialmente jóvenes, que no ven ya el nodo telediario, ni oyen homilías radiofónicas, ni leen un periódico determinado. Las generaciones digitales van a ser mucho más difíciles de manipular y polarizar. No solo reciben más información y por más canales distintos, sino que parecen, por lo general, más y mejor formadas para digerir, con más normalidad, la dosis habitual de demagogia de que se compone toda democracia.

Si cada una de las fuerzas que andan estos días moviéndose, aparentemente a la deriva, sobre el nuevo tablero político, quisieran y pudieran estar a la altura de este nuevo país más formado y que, cada vez más, se informa y decide fuera de los cauces habituales – y habitualmente controlables – , quizás este nuevo año no fuera, aún, tan políticamente imprevisible.

Si el partido todavía en el poder tuviera esa altura de miras que soñamos, admitiría públicamente que no ha ganado las elecciones (pese a ser el más votado), que en una democracia como la nuestra gana quien logra formar gobierno (y quien sabe tejer la política necesaria para ello). Y expondría a su electorado y al resto de la opinión pública sus planes al respecto, tranquilamente, con argumentos, sin recurrir al grito apocalíptico ni a la difamación para conservar el poder.

Y si la izquierda tuviera esa misma altura de miras, antepondría con claridad los objetivos sociales que son su seña de identidad a cualquier otra consideración, empezando por las concesiones a los nacionalistas. Los de la Europa (o el planeta) de los Pueblos dejarían de vender su utopía comunitarista y revolucionaria a la alianza táctica con las burguesías locales y todos, en general, recordarían – por decirlo a lo Lluís Llach – que la estaca hay que derribarla entre todos, y que la justicia, en el fondo, no entiende de fronteras ni de lenguas ni, por tanto, de pueblos.

Y si desde el centro político se tuviera esta sublime visión de estado, en un caso, el del centro derecha, los de Ciudadanos podrían tragarse su antinacionalismo de pacotilla (“yo soy español, español, español”) y empujar, quizás, a una discreta reconciliación entre la derecha liberal y sus primos nacionalistas (no sería nada fácil justificarla, después de la que han armado, pero el pacto entre liberal-nacionalistas tiene precedentes y lógica – bastaría, quizás, una suma de concesiones fiscales y sacar la corrupción de las portadas –). Y desde el lado del centro izquierda, los socialistas podrían dejar de lado sus luchas internas (o acabar de resolverlas de forma valiente y decidida) y hacer a la izquierda una oferta de política social que no pudieran rechazar – en nombre de inclinaciones nacionalistas – sin caer en el más absoluto descrédito. Al fin y al cabo, Podemos, que es una fuerza no nacionalista (y que defiende las consultas electorales con la intención de enterrar al independentismo) es la que ha ganado en Cataluña y casi en el País Vasco. Solo el sector más nacionalista o comunero podría resistirse a todo esto, pero asumiendo a la vez la responsabilidad de frustrar un gobierno de izquierdas.

Tal vez todo esto no sirviera para evitar el adelanto electoral (seguramente no). Pero si que serviría para hacer saber de forma clara a los ciudadanos lo que valen y merecen los unos y los otros. Y para demostrarles, también, a los más temerosos y descreídos, que el juego político, en una democracia real (sea o no bipartidista), es algo serio y útil: algo más relacionado con la inteligencia y el reconocimiento de la complejidad de nuestros intereses que con el mero espectáculo y el maniqueísmo barato.



Podemos tener otra izquierda unida.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en el Correo Extremadura.




Ahora que han pasado las elecciones es cuando conviene hacer una jornada de reflexión. O varias, dado lo complejo del resultado. Una reflexión es útil cuando es crítica, es decir, cuando sirve para discriminar lo malo de lo bueno. Y es más útil aún cuando es autocrítica. Vamos a ello.

La derecha (PP, Ciudadanos, DL, PNV) admite pocas críticas que no sean ideológicas. En general, ha sido consecuente con sus principios. El PP, por ejemplo, ha aprovechado estos cuatro años para liberalizar todo lo se iba pudiendo liberalizar sin demasiadas protestas (contra las que ha creado, además, una ley especial – la llamada “ley mordaza” – ). Además, lo ha hecho “ejemplarmente”, poniéndose a sí mismo como ejemplo de partido político convertido en empresa, esto es: orientado al beneficio privado de sus dirigentes, y sujeto, como muchas otras empresas, a una doble contabilidad. El único error ha sido permitir que otros (desde el sector díscolo de la empresa) hicieran públicas todas estas habilidades empresariales bajo el título de “corrupción”, en lugar de bajo otro más constructivo, tipo “ejercicio exitoso de administración”, o “emprendimiento e innovación contable”. Pero, hay que reconocerlo, tampoco esto de la corrupción le ha venido del todo mal al PP. Ha servido para ocultar lo importante. Mientras la plebe y sus periódicos y tertulianos favoritos ardían en indignación por los sobres de Bárcenas o la calderilla de las tarjetas black, el PP ponía en marcha la política económica (y el aparato legal concomitante) que ha hecho el doble de ricos a los suyos (y no me refiero necesariamente a sus votantes) y que, además, ha sabido vender como “la necesaria –aunque dolorosa – toma de medidas que ha sacado a España de la crisis”. ¡Chapeau! Por supuesto, y pese a recortes y titulares de prensa, han ganado.

Ciudadanos también muy bien. Ante el increíble avance de Podemos, y en un alarde prodigioso de astucia, se propuso como un Podemos liberal, en el que todo era igual que el Podemos original (el mismo líder joven, bien formado, con las manos limpias...) pero sin el aura de radicalismo de Pablo Iglesias y con una ideología económicamente correcta. No ha ganado. Pero tampoco hacía mucha falta. Ha frenado el crecimiento de Podemos y ha generado incertidumbre (que siempre viene bien a los partidos conservadores), y además se queda en el Congreso, como un PP que espera en el banquillo (por lo que pudiera pasar). Los partidos nacionalistas tradicionales (DL, PNV) tampoco han cometido errores sustanciales. Siguen consagrados al servicio de las élites que sacan tajada de los privilegios fiscales, las prebendas autonómicas, y la confrontación con Madrid. En Cataluña, esa confrontación se ha llevado al límite (con la ayuda de esos atrevidos –pero en el fondo buenos – muchachos de la CUP), con el resultado, como mínimo, de asegurar un gobierno liberal – y al que poder seguir enfrentándose – en la capital (el PP no hubiera ganado sin la amenaza independentista catalana), y la opción, más abierta y prometedora que nunca, de aumentar los privilegios y las prebendas.

En cuanto a la izquierda, la cosa ha sido más lamentable. En principio, tanto el PSOE como IU, a remolque de Podemos, han renovado y rejuvenecido a sus cuadros más visibles, han hecho exhibiciones de democracia interna (en el caso de IU, también de batalla campal), y han “fichado” a gente valiosa e independiente (por aquello de no parecer “casta”). El PSOE no ha ofrecido más que lo que se esperaba: propuestas socialdemócratas moderadas y un joven líder destinado al sacrificio. En cuanto a Podemos – no solo un partido político, sino un fenómeno y un movimiento social –, ha sido el protagonista indiscutible de estas elecciones. Tras una campaña novedosa y, de nuevo, ilusionante, y la mezcla – explosiva – de idealismo y populismo que es marca de la casa, ha logrado colocar a la izquierda a las puertas del poder, por vez primera desde que estamos en democracia. Lo más lamentable ha sido, sin duda, la falta de acuerdo con IU. El dato de los catorce escaños de más que hubiera obtenido Podemos compartiendo candidatura con Izquierda Unida es, no por previsible, menos indignante. Hubiera podido, incluso, dar un vuelco a la situación de parálisis, y de probable repetición de las elecciones, que atenaza al país. Que Izquierda Unida y Podemos no hayan resuelto sus diferencias, que no eran programáticas (sus programas son sustancialmente idénticos), sino, supongo, estratégicas y personales, es realmente obsceno. La estrategia, en particular de Izquierda Unida, se ha revelado absolutamente errónea, para ellos y para la causa, en general, de la izquierda. Claro que esto último no sé si lo entienden. De hecho, no sé si mucha gente en la izquierda realmente entiende que las personalidades y las siglas no son, no deben ser, nada más que vehículos más o menos adecuados para el triunfo de los ideales que representan. Y a este respecto no caben ansias de protagonismo, ni apegos sentimentales, ni fidelidad a siglas, ni historias de abueletes luchadores, ni niño muerto. Miren que claro lo tiene la derecha. No van a perder unas elecciones por cambiar a un Rajoy por una Soraya. ¿Qué más da? Lo que importa es lo que importa. Ahora bien, ¿es que ha de estar más claro el valor de la libertad de mercado o de los caudales financieros, que el de los ideales de justicia que identifican a la izquierda? Pues parece que sí. Y si no es el caso, que desde esa misma izquierda rectifiquen de inmediato (más aún en previsión de unas elecciones anticipadas). Izquierda Unida tendría que haberse integrado ya, y todavía puede y tiene que hacerlo, en Podemos, sacrificando siglas y liderazgo (la dimisión del máximo responsable de IU está más que justificada). Por la simple y contundente razón de que Podemos representa, hoy por hoy, la primera posibilidad real que tiene la izquierda de llegar efectivamente al poder. A ver si ahora lo entienden.  

domingo, 3 de enero de 2016

La filosofía en la nueva reforma educativa.


Artículo originariamente publicado por el autor en La Gaceta Extremeña de la Educación


Según establece la LOMCE, los departamentos de Filosofía de los centros de secundaria van a perder tres de las cuatro asignaturas troncales o comunes que venían impartiendo hasta ahora (Educación para la Ciudadanía, y Ética, que desaparecen, e Historia de la Filosofía, que pasa a ser una materia opcional). A cambio, se les ofrece una serie de optativas de difícil encaje en el ya apretado plantel de asignaturas de los alumnos, y cuya oferta en los centros ni siquiera es segura, amén de una materia alternativa a la religión (llamada “Valores Éticos”) que, aunque adscrita al departamento de Filosofía, nos tememos que no servirá en muchos casos más que para cuadrar los horarios de las plantillas. En nuestra comunidad, tras años de lucha, y a la espera de que el nuevo gobierno autonómico repare en algo este desaguisado, solo hemos logrado que una de esas nuevas optativas (denominada “Filosofía”) se convierta en obligatoria con dos horas en uno de los dos itinerarios del 4º curso de la ESO. Una medida muy insuficiente dado que, en Bachillerato, perdemos casi el 50% de horas lectivas.

Todo esto supone el mayor recorte a una materia desde que se inició el periplo de reformas y contrarreformas que arrancó con la LOGSE en 1990 y que prosigue hoy con la LOMCE. Los profesores de filosofía extremeños y de todo el país hemos visto con impotencia y absoluta perplejidad como, borrador a borrador, sin argumentación ni explicación alguna, la nueva ley perpetraba un recorte que suponía la práctica extinción del ciclo de formación ética y filosófica en los centros de secundaria, la drástica reducción de nuestras horas lectivas, y la posible desaparición de los departamentos de filosofía allí en donde las escasas horas comunes de nuestra especialidad puedan ser impartidas por profesores de otras áreas con mayor peso lectivo. En 1998, cuando comencé a trabajar en el Instituto donde imparto docencia, el mayor de Extremadura para más señas, nuestro departamento contaba con diez profesionales a tiempo completo. En la actualidad somos solo cuatro. Cuando se acabe de aplicar la LOMCE, en su estado actual, podríamos ser no más de dos o tres. Las interinidades inexistentes. Y el caudal de alumnos que enviamos cada año a las facultades de filosofía prácticamente extinguido.

Pese a todo lo dicho, nuestra preocupación va mucho más allá de los perjuicios laborales que atenazan a los docentes de filosofía. La práctica extinción de la formación ética y cívica en la ESO, o de la Historia de la filosofía en Bachillerato, acarrean consecuencias enormemente negativas para la formación de los futuros ciudadanos de esta comunidad y de este país, y representan un absoluto contrasentido en relación a los mismos propósitos que se declaran en el propio preámbulo de la LOMCE.

En primer lugar, parte de los futuros alumnos de la E.S.O (concretamente, todos los que escojan la materia de Religión) podrían no cursar jamás ninguna materia relativa a la educación cívica, ética y filosófica, con el perjuicio que dicha situación supone para la formación integral de dichos alumnos. Creemos, de acuerdo a las reiteradas recomendaciones del Consejo y el Parlamento europeo, que la articulación de una sociedad en torno a valores cívicos y políticos democráticos (y no en torno a credos religiosos particulares ni identidades nacionales disgregadoras) depende del compromiso activo de los ciudadanos con dichos valores, compromiso que solo se puede contraer y ejercer honestamente desde la convicción razonada, la práctica del diálogo y la reflexión crítica en torno a los mismos. En cualquier sociedad democrática la elección de opciones políticas depende, por demás, del juicio de valor de los ciudadanos, que son quienes detentan la soberanía, por lo que la formación de su competencia para construir, con responsabilidad y rigor, sus propios juicios, resulta vital para el arraigo de un sistema democrático que no genere dudas acerca de su valía y eficacia. El desarrollo de esta competencia, la convicción en torno a los valores democráticos, la honestidad en las conductas públicas y privadas, la práctica del diálogo respetuoso, y la reflexión crítica y constructiva en torno a las distintas ideologías y enfoques morales y políticos que conviven en nuestra sociedad son, justamente, los principales objetivos de la formación cívica, ética y filosófica en la ESO. Dicha formación resulta, por tanto, absolutamente fundamental en la Educación Secundaria Obligatoria, y no puede ni debe ser relegada ni tratada de forma “transversal” ni “alternativa”, sino que ha de ocupar un lugar privilegiado en el currículo, como asignatura común a todos, con un horario propio, y bajo la responsabilidad de profesores especialistas.

En segundo lugar, la mayoría de los alumnos que accedan al Bachillerato y, por tanto, a estudios superiores, verán seriamente mermada su formación filosófica. La eliminación de la Historia de la Filosofía como materia común en el Bachillerato privará a la mayoría de los alumnos del conocimiento y la reflexión acerca de las ideas y los autores cuyas obras constituyen la principal seña de identidad de la cultura europea, así como el fundamento de las doctrinas e ideologías económicas, políticas, morales o científicas que rigen la actualidad y determinan el futuro de nuestro proyecto civilizatorio. Desconocer el pensamiento griego, las raíces doctrinales del cristianismo, las ideas clave que han constituido la modernidad europea, las raíces del pensamiento liberal o socialdemócrata que caracterizan nuestras principales opciones políticas, así como los fundamentos y problemas filosóficos que laten tras la economía, la ciencia, el arte, la religión y el resto de manifestaciones de la cultura contemporánea, condena a los futuros ciudadanos a un estado de inopia y de vulnerabilidad ideológica que compromete y lastra peligrosamente su competencia ciudadana y su identidad como personas. Así pues, creemos que una educación de calidad y dirigida con afán integrador a la formación, no solo de técnicos o profesionales, sino también de ciudadanos y personas activas, autónomas, críticas y conscientes de sus convicciones, no puede prescindir del estudio de la historia de las ideas, ideas que, al cabo, son las que determinan nuestra forma de ser y de hacer tanto en al ámbito social como en el personal.

La práctica eliminación de dos tercios de la formación ética y filosófica en secundaria no solo supone un perjuicio inconmensurable en la formación de nuestros alumnos. Hace también caso omiso de las reiteradas recomendaciones del Consejo y el Parlamento europeo acerca de la necesidad de la educación cívica y ética en la ESO, y que ha supuesto la introducción de asignaturas específicas (no transversales) de educación ética y cívica en la práctica totalidad de los sistemas educativos de nuestro entorno (desde los 12 cursos de educación cívica y ética impartidos en Francia hasta el único curso impartido en Turquía o Bulgaria). Hace también caso omiso de las recomendaciones de la UNESCO, que en su Declaración de París de 1995 reconoce el papel fundamental que juega la filosofía en la promoción de la democracia, mediante el estímulo del pensamiento independiente y el mejoramiento de la capacidad crítica, y que recomienda el mantenimiento y la ampliación de los estudios de filosofía, así como su vinculación a la formación académica y profesional en todos los campos. Ignora también la tendencia general de los países de nuestro entorno, empeñados en dar un peso cada vez mayor a la formación filosofía como escuela de diálogo en libertad, incluso en el período infantil. Y desprecia tanto la opinión de la mayoría de las fuerzas políticas de este país, cuyas enmiendas en favor de la filosofía han sido sistemáticamente desatendidas por el Ministerio, como la suma de voces del mundo académico, intelectual y científico que se han apresurado a defender la importancia de la filosofía en la educación.

Por todo ello, a los profesores, alumnos y amigos de la filosofía en Extremadura nos parece imprescindible que la la administración educativa de nuestra comunidad mantenga su fidelidad al compromiso de devolver a la formación ética y filosófica su lugar propio en el sistema educativo y que, tal como se ha hecho en otras comunidades, devuelva a las materias filosóficas su horas lectivas en la ESO y el Bachillerato.


Las entrevistas de Felipe Trompeta de la Muerte

Esta es la entrevista que nos hizo, hace tiempo, el enigmático Felipe Trompeta de la Muerte en un no menos enigmático y fantástico blog, y que ya tocaba difundir por aquí. Gracias Felipe por tu mención y por todo lo que sabes de setas y de gentes. 

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