Este artículo fue originalmente publicado por el autor en el El Correo Extremadura y eldiario.es Extremadura.
A ver. Para que yo, que soy profe,
pueda educar a los muchachos, en una materia muy determinada, y
durante apenas unas horas de su vida, he tenido que estudiar durante
años, acreditar un buen número de competencias, y pasar por unos
exámenes muy duros. Pero resulta que para tener un hijo y ganarte
el derecho a educarlo en todo y durante toda su vida no hay que hacer
ni un solo y mísero test psicotécnico. ¿¡ Cómo es esto !?
– les pregunto, a veces, a mis alumnos – . “Bueno – dicen
ellos – , mis padres son quienes más me quieren, y se van a
desvivir por educarme lo mejor posible”. Sin duda – les replico
yo – , el amor es condición necesaria y fundamental. ¿Pero es
suficiente? Un buen amante no es quien ama mucho, sino quien ama
bien. Los padres, en su mayoría, tienen vocación, pero les falta
formación. Hacen, más o menos, lo que pueden y, en el mejor de los
casos, no pasan de ser unos entusiastas aficionados. Y, sin embargo,
se les reconoce un derecho casi absoluto sobre la educación de sus
hijos. ¿Es esto justo y sensato?
Visto lo visto, a veces les he
propuesto a mis alumnos que diseñaran (¿quién mejor que ellos?)
una academia de padres, con sus distintas asignaturas, objetivos, y
sistemas de evaluación. ¿Qué conocimientos, habilidades y
actitudes tendría que poseer alguien para obtener el imaginario
título de “Padre/Madre” – sin el que, en una sociedad
igual de imaginaria, no podría aspirar a tener hijos – ? Las
respuestas que dan son de lo más interesante, y sinceras, pues nacen
de su propia y sufrida experiencia familiar. Pero dos de las que más
me encuentro son estas: “los padres deben formarse, y saber lo
que hacen, cuando deciden tener hijos” – dicen –, y “los
padres deben tratar a sus hijos como a personas (con sus propias
opiniones, derechos...), y no como a meras posesiones suyas”...
Me viene todo esto a la mente por la
reciente polémica en torno a la imagen de un torero dando pases a
una vaquilla con su hija en brazos. Medio país se ha indignado,
y con razón, ante la conducta temeraria de este torero aprendiz de
padre. Torear, con tu hija en el otro brazo, es cosa de bomberos,
como dicen en mi pueblo. Aunque ni a un bombero (al que
también se le supone amor y orgullo por serlo) se le ocurriría
acudir con su hija pequeña a apagar un incendio, aunque fuera
pequeñito. Y ni aunque tal cosa fuese, incomprensiblemente, una
especie de tradición milenaria del Cuerpo de Bomberos. Nada. Lo que
en este padre-torero hay es pura y simple temeridad. Y una vaga
ideología de fondo que a mi me da por llamar “liberalismo
atávico”, y que habita muy frecuentemente en el caletre de la
España más latifundista y patilluda.
El liberalismo atávico no es
liberalismo filosófico o político, sino un liberalismo al modo
español, un liberalismo preindustrial, ignorante, primigenio.
Los que lo practican no han leído a Rawls o a Nozick (ni casi
ninguna otra cosa), pero poseen un sentido instintivo y prepolítico
de los derechos del individuo y del carácter sacro santo de la
propiedad privada. El liberal atávico no justifica con argumentos su
derecho a hacer lo que le dé la real gana consigo mismo y con lo que
es suyo (incluyendo a su perro, sus hijos, y probablemente a su
mujer); simplemente lo siente, se le agarra ese sentimiento a
las vísceras y, desde allá abajo (desde los mismísimos),
como si fuera un resorte, le mueve la boca y las entendederas como a
un muñeco de guiñol. Al atávico liberal no le hacen falta
disquisiciones filosóficas sobre la libertad negativa, o el derecho
a la propiedad; simplemente, hace en su casa, y con sus hijos, lo
que le parece. Y en eso no se mete ni Dios.
Si el liberalismo culto y bien
deliberado es ya de por sí bastante irracional, imagínense este,
atávico y tribal. Si en los sesudos libros de filosofía política
no hay argumentos suficientes para justificar que un individuo, sin
otra razón que serlo, tenga derecho a reinar y poseer nada, ni tan
siquiera en su presunto reino privado, imagínense todo esto en la
retórica de un torero. O en la de José María Aznar, otro padre
(de la nación) atávico e indocumentado. ¿Recuerdan como clamaba,
hace años, por su derecho individualísimo a beber y a correr cuanto
quisiera por las carreteras? ¡¡Yo con mi cuerpo y mi coche – y
en las autovías que he contratado – hago lo que quiero!! ¡¡Pues
sí señor, faltaría más!!
En fin. Que a ver cómo le explicas tú
a uno de estos liberales atávicos, padres por sentimiento y afición,
que igual tienen que aprender algo
acerca de cómo cuidar y educar a sus hijos. Y que en un
deseable futuro, esto de que cualquiera pueda tener hijos, así, a
pelo, como el que cría caracoles, será recordado tal como ahora
recordamos la antropofagia de los neandertales. O la pose del
torero dando una larga cambiada con su hija en brazos, todo ello
(pose, pase e hija) testigos mudos de la grandeza, discernimiento
y fertilidad de sus santos... testículos. Puro atavismo.
Gracias por la acertada definición de esa especie tan perturbadora como es "el liberal atávico".
ResponderEliminar