miércoles, 15 de mayo de 2024

Defender a Israel de quienes la defienden

 

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura

El número de falacias e iniquidades que acumula el gobierno y el Estado israelí en relación con la masacre de Gaza empieza a ser enciclopédico: la falsa dicotomía (el conmigo o contra mi), el tomar la parte por el todo («no hay civiles inocentes en Gaza», dijo hace meses el presidente Herzog), la creencia de que el fin siempre justifica los medios, la acusación de terrorista o antisemita a todo el que hace la más mínima crítica, el matar al mensajero (más de cien periodistas muertos, según la ONU), la confusión entre la justicia y la venganza…

Esto último no es nuevo. La práctica del escarmiento (por la que se arrasa el pueblo de un presunto culpable con todos sus habitantes dentro) es muy vieja, pero el Estado israelí la ha llevado a su máxima expresión, encerrando y machacando sin contemplaciones y durante meses a más de dos millones de gazatíes. Le ha pasado lo mismo con la vengativa Ley del Talión, que solo obliga al ojo por ojo, pero que Netanyahu la ha versionado para asesinar a treinta civiles palestinos – de momento – por cada civil asesinado por Hamás (ya sabemos que en el mercado de la justicia la carne del paria no vale lo mismo que la de uno de los nuestros, ¡pero treinta veces menos! ...).

Pese a todo, algunos intelectuales y políticos, especialmente de la derecha más necesitada de atención, declaran que lo de Gaza no es un feroz escarmiento destinado a convertir definitivamente a Palestina en un solar, sino una noble lucha entre la democracia y el fanatismo islámico. Es increíble que no hayan reparado que en Gaza hay cientos de miles de personas no radicalizadas por Hamás (aunque Netanyahu no pare de darles motivos), o que el actual gobierno israelí está controlado por fundamentalistas religiosos no muy distintos de los ayatolás iranies. En cualquier caso, ¿de verdad piensan estos intelectuales y políticos que es asumible sacrificar a treinta y cinco mil civiles (más de la mitad niños) para defender los valores occidentales de los que se ríen en la ONU los diplomáticos israelíes? ¿De verdad alguien cree que vamos a hacer más tolerantes y amantes de los DD. HH a los palestinos bombardeándolos y matándolos de hambre?

No se debe dejar de insistir en esto: casi veinticinco mil niños y adolescentes muertos y heridos (según la pérfida UNICEF), algunos con la cabeza partida en dos por francotiradores, otros (agonizantes, quemados, amputados) sin un mal analgésico que llevarse a la boca, otros deambulando solos y muriéndose de hambre por las calles, y otros – todos los que tengan la mala suerte de sobrevivir – incapaces para siempre de olvidar lo que han visto, sufrido y perdido…  ¿De verdad que alguien cree que es ese el modo de defender la democracia israelí? ¿No habría que defenderla, más bien, de aquellos que la defienden? ¿Habrá alguien más antisemita que el propio Netanyahu y sus retorcidos apologetas?

miércoles, 8 de mayo de 2024

Psicología y filosofía del bulo

 


 Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.

Qué hoy vivamos especialmente envueltos en una nube de «noticias» falsas es una «noticia» falsa o, cuando menos, cuestionable. Desde los albores de la historia han existido mitos, cuentos chinos e «información» al servicio de intereses políticos, económicos o bélicos. Unas más que otras, apenas hay sociedad humana que no se haya fundado sobre bulos y creencias irracionales – no hay más que escuchar el discurso de cualquier nacionalista –. Es cierto que los bulos se difunden ahora más rápida y masivamente que antes, pero también las culturas eran antes más pequeñas y estáticas, por lo que los bulos venían a cundir lo mismo.

Con esto no quiero decir, ojo, que los bulos no sean peligrosos. Lo son, y mucho. Ante todo, porque lastran el desarrollo pleno y libre de las personas y las sociedades, manteniéndolas en un estado de inopia, idiotez y minoría de edad.

Ahora bien, igual que el efecto más pernicioso de los bulos se da en las personas, la causa de su éxito intemporal está también en ellas. Es innegable que a la gente le gustan las «noticias» falsas; y la razón es que estas son aparentemente más interesantes, emocionantes y psicológicamente placenteras, especialmente si están hechas a medida de nuestros prejuicios. Es siempre más cómodo y satisfactorio aceptar «información» objetivamente dudosa, pero acorde con nuestras ideas e intereses, que arriesgarnos a cambiar de opinión (o de forma de vivir). En cierto modo, los bulos llaman al agradable e irresistible autoengaño de tener razón a toda costa (nos va mucho en ello). Por eso, para vencerlos no bastan las leyes, ni el celo de los periodistas, ni el conocimiento de los poderes que controlan a los medios. Hace falta, más que nada, incidir en la educación de la gente. 

Es por ello que la OCDE ha propuesto introducir en los planes de estudio contenidos dirigidos a la «alfabetización mediática e informacional»; y que algunos países, como Finlandia, o recientemente España, incorporan dichos contenidos de manera transversal en diversas materias y etapas educativas. Pero con esto tampoco basta. Aprender cómo se elabora un bulo o cómo se manipulan datos estadísticos es insuficiente cuando la gente está decidida a creerse lo que le hace más feliz. Es necesario algo más drástico: es preciso rescatar el espíritu filosófico y la actitud inquisitiva y crítica que (algunos mitómanos) suponemos en la raíz misma de nuestra cultura.

Sócrates pensaba que una vida sin reflexión no valía la pena. Platón nos enseñó a distinguir entre opinión y conocimiento. Los grandes filósofos modernos (Descartes, Hume, Kant…) tuvieron a la «duda sistemática» como condición de todo desarrollo intelectual y moral. En general, la filosofía nos impele a priorizar la búsqueda de la verdad sobre la mera satisfacción psicológica o el interés privado, y nos muestra que lejos de esa búsqueda no es posible una vida digna y plena. Si una buena porción de la población estuviera convencida de todo esto, los bulos tendrían mucha menos acogida.

miércoles, 1 de mayo de 2024

Educar para la controversia

 

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura


Todo el mundo critica el irrespirable ambiente político del país, pero nadie propone medidas concretas para mejorarlo. Y el violento «diálogo» de sordos que protagoniza la vida pública, y que es similar en las instituciones y en la sociedad, no parece que vaya a detenerse.  

Es cierto que exigir a los políticos que debatan en un tono más mesurado y constructivo parece ingenuo. Al fin, lo que ocupa a la mayoría de ellos es la lucha por el poder, y entre esto y el servicio a consignas, intereses y fidelidades partidistas, poco tiempo y capacidad les queda para debatir de forma objetiva y desinteresada sobre los asuntos públicos.

¿Pero qué pasa con el resto de la sociedad? Los ciudadanos que no hacemos carrera política no tenemos que pelearnos por el poder, ni servir a nadie, ni repetir medias verdades o argumentarios ad hoc; podemos, pues, dialogar de forma honesta, independiente y racional. Si es verdad que cada sociedad tiene los políticos que se merece, ¿por qué no hacemos algo como sociedad para merecer unos políticos mejores?

Ahora bien, para conseguir que proliferen socialmente pautas de comportamiento más edificantes es imprescindible adoptar medidas educativas de calado. Medidas que hasta la fecha nadie se ha tomado muy en serio. Enseñar a los más jóvenes a dialogar racionalmente, a argumentar con corrección, y a analizar con profundidad y sin prejuicios los problemas éticos y políticos que conforman el debate público, es esencial para generar una ciudadanía madura e inmune al espectáculo de la trifulca partidista.

Leo en la prensa que, desde el último informe PISA, a las familias les preocupa que sus hijos no reciban una enseñanza de calidad y estén en desventaja en un mundo global, tecnológico y ultracompetitivo. Pero ese mismo mundo podría irse al garete si, además de matemáticas, informática o idiomas, no enseñamos a los futuros ciudadanos todo aquello que garantiza una convivencia pacífica y democrática: la educación en valores comunes, la reflexión ética, el desarrollo de la capacidad argumentativa y dialéctica, el pensamiento crítico frente a la multiplicación de bulos y falacias…

La democracia es un caldo de cultivo perfecto para la controversia. Esta es su mayor virtud, pero también su mayor debilidad. Para que sea más virtud que debilidad es imprescindible educar para afrontar esa controversia; esto es: para formar una ciudadanía capaz de compartir, comprender, analizar y enjuiciar puntos de vista diferentes sin tener que darse de garrotazos. ¿Comprenderemos esto antes de que el proceso de descomposición social en que estamos inmersos sea irreversible?

Ética y Educación cívica en Uniminuto Radio

Aquí, la interesante conversación con Alejandra Herrero en Uniminuto Radio a propósito de la compleja relación entre ética y educación cívica y en valores. Siento la aureola mística que nimbó mi intervención; no era el sol de la verdad, sino un atardecer primaveral especialmente incisivo. :-)

Aquí, por cierto, el artículo que se comenta en la entrevista.

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