sábado, 21 de diciembre de 2019

Celebritycracia


Mi amigo el periodista Antonio León suele hablar con nostalgia de La Clave, el programa de coloquios televisivos que dirigió José Luis Balbín durante la transición, una época en la que ir a hablar a la tele era aún una cosa seria. Luego, ya saben, aquellos sesudos debates dieron paso a las tertulias entre periodistas (transmutados en vedettes de la opinión), a simulacros de debate político (en época electoral) y a las paradas de monstruos de la telebasura. Así, la opinión pública dejó de ser “educada”, al menos en parte, por académicos e intelectuales (como los que traía Balbín a su programa) para serlo, del todo, por presentadores, demagogos y famosos, muchos famosos. Es a ellos – actores, cantantes, deportistas… – a los que – sobre cualquier asunto público – se les pregunta y escucha hoy.



¿Qué explica este cambio, nos preguntaba Antonio en la tertulia (de no-famosos) que celebramos los lunes en la radio pública? ¿Cómo es posible que instituciones o acontecimientos, antes rodeados de una solemne gravedad (como la reciente cumbre mundial sobre el clima) sean hoy un espectáculo – entre el photocall y las charlas TED – en el que se exhiben por igual las opiniones de científicos, estadistas y estrellas de cine? ¿Qué autoridad tienen Harrison Ford, Alejandro Sanz o Javier Bardem – por poner algunos ejemplos – para subir a una tribuna a hablar del cambio climático o de cualquier otro asunto público? Ninguna, claro. Pero justo por eso la tienen toda... Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí. 

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El Joker y los "menas"


A veces les suelto a mis alumnos la típica “filípica de los niños pobres”. Ya saben, aquello de “no sabéis la suerte que tenéis por venir a la escuela en lugar de estar trabajando o malviviendo como otros chicos de vuestra edad”. La moralina es un poco tramposa (“siempre hay algo peor, así que confórmate con lo que se te da”) pero sirve, en ocasiones, para debatir sobre el asunto: ¿por qué algunos niños y adolescente pueden ir a la escuela y otros no?
Para actualizar el tema saco a colación la polémica en torno a los “menas”, los menores inmigrantes que han llegado solos a nuestro país y a los que, desde algunos sectores – siempre fieros con los más débiles – se pretende estigmatizar. ¿Por qué algunos niños disponen de un entorno seguro en el que se les cuida y educa – les pregunto entonces – y otros tiene que emigrar para ganarse – o salvar – la vida?
Una vez confrontados y descalificados los demás motivos anteriores, brota, al fin, el más contundente y emocional: “¡Es que vienen a delinquir!”. Igual que antes, y haciendo caso omiso de los datos que la desmienten, les doy por buena la hipótesis. Vale – les digo –, ¿y qué haríais vosotros en su lugar? Como se quedan callados, les pregunto: ¿Habéis visto Joker? (la superproducción de moda, una buena peli para adolescentes). Pues bien – les cuento – si siendo un niño me hubiera tocado a mí escapar del hambre o la guerra, cruzar solo miles de kilómetros, ser asaltado, acosado, y jugarme la vida en una patera para que, al final, en lugar de cuidarme o ayudarme, se me atacase y tratase como a una escoria... ¡Os juro que a mi lado el Joker iba a parecer una hermanita de la caridad!... “¡Hala, profe, entonces serías malo!” – exclaman –. A veces – les provoco – ser malo parece la única forma de salvar la dignidad y luchar por la justicia. “Pero entonces – repara uno – sí que estaría justificado castigar o expulsar a esos niños”. “¡Con lo que se volverían más rabiosos y malos aún!” – dice otro –. “¡Sería la guerra!” – añade el primero –. Violencia o justicia. ¿Hay alguna otra alternativa? – les pregunto entonces yo –. “Si – dice alguien –: que luchen pacífica y políticamente para cambiar las cosas. Aunque para eso – continua tras un momento de reflexión – tendrían que ir a la escuela, y tener cultura, y papeles, y gente que los apoye, y...” “¡Vamos – le interrumpen –: ser como nosotros!”. Equilicuá, pienso yo, mientras me delata una sonrisa... (De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí).




miércoles, 4 de diciembre de 2019

Educar en el diálogo

Ilustración de Marien Sauceda

No creo exagerar si afirmo que la casi completa falta de capacidad para el diálogo – observen cómo se discute en las redes o los medios – es el mayor y más radical de nuestros problemas. Todos los demás (económicos, sociales, políticos, ideológicos) podrían empezar a resolverse si nuestros dirigentes y los que les presionan y apoyan – es decir, nosotros – desarrolláramos la capacidad necesaria para pensar y comunicarnos de manera compleja y fructífera.   

Sin embargo, y pese a lo dicho, al diálogo no se le presta apenas atención en el sistema educativo. A los niños se les enseña diaria y sistemáticamente a leer, escribir, calcular o repetir cientos de tareas secundarias, pero no a dialogar. Así, se habla de inteligencia verbal, matemática, musical, social... Pero no de inteligencia dialéctica, que es la base y la condición de la excelencia de todas las demás...

Sobre todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí


domingo, 1 de diciembre de 2019

Taller de Diálogo Dramatizado en la Universidad Autónoma de Madrid.


 

El pasado viernes, y en el marco del Festival Más Filosofía de Madrid, impartimos Juan Antonio Negrete y yo un Taller de Diálogo Dramatizado en el que, durante dos horas, y tras explicar y justificar un poco esta manía nuestra de enseñar filosofía a través de diálogos, mostramos el trabajo de nuestros alumnos (llevados al taller ex profeso) e invitamos luego a los cincuenta o sesenta que había en la sala a unirse a nosotros. Aquí tenéis una breve muestra gráfica de todo esto. 























No queremos ganar más


No recuerdo quien se quejaba hace tiempo de la falta de ambición de los jóvenes extremeños, muchos de los cuales – decía – “no aspiran más que a ser funcionarios”. “No entiendo – añadía – que esos muchachos no quieran ganar más”. Yo, sin embargo, lo entiendo perfectamente. Lo que quieren esos chicos no es ganar más, sino disfrutar de un empleo estable y en condiciones (laborales) que les permitan dedicar el mayor tiempo posible a su familia, sus amigos, sus placeres y sus aficiones. No es que sean, pues, poco ambiciosos – diría yo – , es que lo son de lo que más importa serlo.

Es cierto que a todas horas se nos intenta inculcar un modelo de vitalidad extraño a todo esto: el del tipo obsesivamente entregado al trabajo y la producción de beneficios. Así, nos ensalzan una y otra vez a esos patéticos personajes cuyo único mérito conocido es el de ganar mucho dinero, como si eso revelara alguna cualidad humana excepcional – y no, tan solo, una enfermiza pasión por acumular ganancias – , o como si amontonar millones tuviera algo que ver con disfrutar de una vida digna y feliz. Este repulsivo imaginario moral  – de origen fundamentalmente anglosajón – se nos ha querido colar hasta las entrañas pero, ya ven, muchos de nuestros inconformistas chicos, lejos de conformarse con él, pasan de emular al negociante o al ejecutivo, porque lo que quieren no es más dinero, sino más tiempo para vivir... De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí   


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