No recuerdo quien se quejaba hace tiempo de la falta de
ambición de los jóvenes extremeños, muchos de los cuales – decía – “no
aspiran más que a ser funcionarios”. “No entiendo – añadía – que esos muchachos
no quieran ganar más”. Yo, sin embargo, lo entiendo perfectamente. Lo
que quieren esos chicos no es ganar más, sino disfrutar de un empleo
estable y en condiciones (laborales) que les permitan dedicar el mayor
tiempo posible a su familia, sus amigos, sus placeres y sus aficiones. No
es que sean, pues, poco ambiciosos – diría yo – , es que lo son de lo que
más importa serlo.
Es cierto que a todas horas se nos intenta inculcar un
modelo de vitalidad extraño a todo esto: el del tipo obsesivamente entregado al
trabajo y la producción de beneficios. Así, nos ensalzan una y otra vez a esos
patéticos personajes cuyo único mérito conocido es el de ganar mucho dinero,
como si eso revelara alguna cualidad humana excepcional – y no, tan solo, una
enfermiza pasión por acumular ganancias – , o como si amontonar millones
tuviera algo que ver con disfrutar de una vida digna y feliz. Este repulsivo
imaginario moral – de origen
fundamentalmente anglosajón – se nos ha querido colar hasta las entrañas pero,
ya ven, muchos de nuestros inconformistas chicos, lejos de conformarse con él,
pasan de emular al negociante o al ejecutivo, porque lo que quieren no es más
dinero, sino más tiempo para vivir... De todo esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
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