Texto publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura
Un amigo me ha recordado un viejo texto
de Ortega y Gasset. Se trata de una conferencia, titulada
“Rectificación de la República”, que impartió el filósofo en
Madrid, en 1931, a los pocos meses del triunfo de la Segunda
República, y en la que (previendo, quizás, la que se avecinaba)
llamaba a la unión de las fuerzas políticas para “organizar
la alegría” que la República y su sueño de regeneración
había traído a los españoles.
Esa alegría de 1931 tal vez sea
parecida – comentaba mi amigo – a la que invadió el Congreso el
pasado miércoles en la ceremonia de juramento de los nuevos
diputados (nuevos en torno al sueño viejo, ay, de cambiar este
país). No solo se renovó la mayoría de la cámara, no solo eran
más jóvenes, no solo parecían distintos; más allá de eso,
representaban (con plena consciencia de hacerlo) una corriente de
aire fresco y autenticidad, de verdadero poder popular, en ese
escenario de opereta ajada y huera que parecía, junto a ellos, el
Congreso. Voces, risas, lágrimas, niños que pasan de brazo en
brazo, ropas esparcidas por los escaños, actitudes naturales, gente
que quiere hablar y no solo repetir fórmulas sagradas... El
miércoles entró en tropel la vida en el Congreso de los Diputados,
con un repeluco de emoción y felicidad en muchos, yo creo que en la
mayoría, aunque algunos se resistieran a mostrarlo y otros sintieran
esa tremenda corriente de vitalidad como una segura amenaza.
Por eso – y por lo que la alegría
tiene siempre de revulsivo social – se desbordó en seguida la
reacción, el escándalo y el miedo, a través de sus gárgolas
mediáticas, esparciendo mala baba por platós y periódicos. Frente
a esa alegría desafiante se revolvió como un toro herido la España
cañí, la que ora y bosteza salvo cuando se aplica a sus aficiones
preferidas: la burla hiriente, al sarcasmo bizarro, el insulto y la
astracanada. Y no me refiero tan solo ni principalmente a la derecha
cavernaria y sus histéricos esbirros mediáticos, sino también al
destinatario de los mismos, al pueblo llano, que pese a recortes y
abusos, ve a veces con el mismo miedo a estos jóvenes greñudos (que
vienen – dicen – a poner todo patas arriba) y se aplica a nutrir
el tópico de una España recelosa y criticona (que no crítica),
siempre más dada a destruir que a construir.
Fue esa España profundamente mezquina
y provinciana, alérgica a la alegría, la que habló por boca de
Celia Villalobos – el extremo más populista y cutre del PP— de
las rastas de uno de los nuevos diputados. Y la que movió a
periodistas como Pilar Cernuda (y tantos otros) a centrar su análisis
político en el mal olor o la pinta de esa plebe innoble
(y amenazante, sobre todo amenazante) que ha ocupado el Congreso –
curioso que no hablara, con la misma repugnancia, del olor a
corrupción moral que deben desprender diputados tan sospechosamente
indecentes como Gómez de la Serna o Mariano Rajoy –. Fue esa misma
España envidiosa y patán la que desolló con deleite a la diputada
Bescansa por aparecer en el Congreso con su bebe (tal como ha
aparecido en todo tipo de eventos públicos antes de este), con el
peregrino argumento – entre otros – de que estaba insultando a
las mujeres que no pueden hacer lo propio – criar a sus hijos con
apego (no guardados en guarderías) – en su puesto de trabajo.
¡Es decir: en lugar de alegrarnos con quien exhibe (y reivindica)
los que para nosotros quisiéramos, le despellejamos vivo! ¡O
todos moros, o todos cristianos! –
dicen el rencor y la envidia –.
Pero la crítica más general dirigida
a los diputados de Podemos ha sido la de “montar el espectáculo”,
la de “convertir el Congreso en un plató de televisión” (como
decía el editorial de El País –antaño representante de
esa alegría, también escandalosamente joven y melenuda, que prendió
la transición, y hoy reconvertido en el periódico de la derecha
moderada–). Crítica, como menos, curiosa, viniendo de los
medios, es decir, de los mismos que producen el espectáculo que
critican – y que venden a su audiencia – ¿Qué les impedía
haber centrado sus crónicas en torno al discurso de López, o a
cualquier otra cuestión, en lugar de en el bebe de Bescansa?... Y
además. ¿A qué han de ir los diputados al Congreso si no es a
escenificar y representar todo aquello por lo que han sido votados
(la conciliación de la vida familiar y laboral, la cercanía del
poder con la gente, la erradicación de las castas
políticas...)? ¿Qué hay de malo en considerar el Congreso como un
plató de televisión? De hecho, hace muchos años que ese
viejo edificio (que fue diseñado como un teatro en una época sin
televisión) es un plató al que los españoles solo nos acercamos a
través de las cámaras. ¿No será que lo que molesta a los
políticos y los periódicos tradicionales es el dominio de los
nuevos medios de representación que muestran estos jóvenes
impertinentes? La queja de muchos políticos y periodistas al cariz
televisivo que tienen los actos de Podemos recuerda la queja de un
viejo actor de cine mudo al que amenazara la aparición del sonoro.
La política es un juego escénico; siempre lo ha sido, y más aún
ahora, en que no hay casi más mundo real que el de la escena
virtual y mediática. Y los de Podemos, como no podía ser menos en
gente joven y preparada, dominan a la perfección – para irritación
de muchos – el medio, y el mensaje.
En fin: ¿que quiénes se han creído
que son estos descastados de Podemos? Les dijeron, cuando
acampaban en las plazas del 15-M y rodeaban el Congreso, que
madurasen y fundaran un partido político. Ahora que lo han
hecho, resulta que son unos osados petimetres inexpertos,
financiados, además, por Irán
y Venezuela (algo más digno de un argumento de Mortadelo y
Filemón que de un analista serio). ¿En qué quedamos, entonces?
Como diría Sor Juana Inés: hacedlos cual los queréis, o
queredlos cual los buscáis...
Por suerte para ellos mismos, estas
peligrosas huestes chavistas de algún ayatollah antisistema,
listas como el hambre (como el hambre de poder), han tomado a la
sonrisa como lema y han persistido en una alegría que va siendo
contagiosa y que no parece que, de momento, se vaya a truncar.
Quieran o no las viejas élites, estos jóvenes rastalludos están
destinados, antes o después, a dirigir este país (o lo que quede de
él).
Porque alguna vez, no sé si en la
próxima III República, o en la XX, alguna vez, digo, tendrá que
ganarnos la mejor de las españas, la que piensa en vez de
embestir, la que dialoga en lugar de gritar, la que
construye y propone en lugar de destruir y criticar. La España
que, entre otros grandes españoles, representó y soñó Ortega y
Gasset. Y un síntoma inequívoco de que esa España vuelve a ser
posible es esta nueva y vieja alegría. La misma que, como
lloraba en la cárcel Miguel Hernández, hay que seguir defendiendo,
con una sonrisa, pluma por pluma. Para que dure. Para que nos
libre de lo peor de nosotros mismos.
Suelo coincidir bastante con tu forma de pensar, pero al final me han decepcionado profundamente invitando al PSOE a compartir gobierno. En mi opinión con este acto demuestran estar más interesados en mandar que en construir. Es una pena, era una oportunidad histórica de acabar con el PSOE y su influencia social deshonesta. Este país es una grna mentira.
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