miércoles, 11 de junio de 2025

Subcontratar el alma

 

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura

Cuando era adolescente me sobrevenían unas pájaras espirituales de padre y muy señor mío. Hasta llegué a consultar a una psicóloga que, sabiamente, me recomendó leer a Hegel (¡qué psicólogos aquellos que aún estudiaban filosofía!). A las pájaras les llamaba Tormentas Mentales Inenarrables (TMI, les puse hasta siglas). Las TMI eran de temer. Te dejaban varios días (a veces semanas) fuera de combate, con el castillo de naipes de tus convicciones tirado por los suelos y hecho un lío absoluto. Esto, para un adolescente en busca de sí mismo que, entre otras cosas, tenía que exhibir opiniones y actitudes firmes para simular ser alguien, era una auténtica tragedia. Tragedia que intentaba soportar escribiendo – es decir, intentando que la cosa fuera un poco menos inenarrable de lo que era –.

Sentarse a escribir no es un lujo superfluo, ni una simple manera de producir textos, sino una condición para categorizar y organizar el mundo con la complejidad necesaria para prever mínimamente (y curarse de) sus asaltos y sobresaltos. Escribir es comprender. Al fin, la realidad es lo que interpretamos como tal, no a partir de los datos, sino incluyendo a los datos, que no son más que la interpretación de lo que vemos.  Y toda esta interpretación está mediada por el lenguaje. De hecho, filósofos hay que afirman – como el Evangelio de Juan – que el mundo entero es verbo, lenguaje, habla… Y a ver con qué palabras les dice uno que no…

¿Quiero esto decir que los analfabetos, la gente que es incapaz de articular un párrafo, comprende peor las cosas? Depende. Es posible que en culturas en las que oralidad está sumamente desarrollada, el habla (íntima o compartida) pueda generar un espacio de trabajo mental similar en extensión y posibilidades a la escritura (aunque la interpretación del mundo que muestran algunas culturas ágrafas parece, en general, bastante estereotipada y conservadora). Pero en entornos como el nuestro – sin asomo ya de tradición oral – no saber expresarse por escrito, o no tener el hábito de hacerlo, equivale a afrontar desarmado y a pelo la complejidad de la cosas y de la vida.

Una de las consecuencias más obvias del uso de la IA es la de incrementar este analfabetismo funcional. Subcontratar el alma y dejar que las máquinas (más allá de los libros, que se limitan a prestarnos pensamientos de otros) escriban y articulen la información por nosotros, nos vuelve inevitablemente más bobos, en cuanto perdemos el hábito de interpretar y organizar interiormente lo que pasa y lo que nos pasa. La única esperanza que tengo es que llegue el momento en que no seamos capaces ya de comprender ni el resumen adaptado que nos prepare la IA, entremos en fase de TMI aguda, y necesitemos volver a escribirlo todo de nuevo. Tal vez no llegue nunca a ocurrir, nos volvamos imbéciles del todo, y las máquinas, como hijas nuestras que son, tomen justa y definitivamente el mando. Pero en ese caso lo tendremos bien merecido.

sábado, 7 de junio de 2025

Morir de amor 3.0

 

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Periódico Extremadura.


Todos hemos podido y querido morir de amor durante la adolescencia. ¿Pero por un avatar? Hace unos meses un chico de catorce años, residente en Orlando (USA), le propuso tiernamente a su amada virtual – un
«chatbox» creado por inteligencia artificial con el aspecto de Daenerys Targaryen, la protagonista de Juego de Tronos –, que se reunieran en «casa», tras de lo cual tomo un revolver y se pegó un tiro.

La madre del chico puso recientemente una demanda a la empresa de juegos de rol que facilitaba esta suerte de romance, aunque lo cierto es que aquella avisaba regularmente a sus usuarios (tal vez no con toda la contundencia necesaria) de que los personajes con los que trataban eran virtuales y no reales. ¿Es la empresa responsable del suicidio? ¿O fue este el efecto de una suma fatal de circunstancias y acontecimientos mucho más complejos?

Por de pronto, ¿es imprescindible que sea real aquello que te hace «morir de amor»? ¿Qué significa «real» en un contexto amoroso? En este, como en todos los tiempos, el objeto de un enamoramiento furibundo es a veces más ideal que real. Y no pocas veces completamente engañoso. Los mitos, la literatura romántica o la mística religiosa están repletas de muertes, suicidios y mortificaciones en virtud de amores imposibles de satisfacer en este mundo. La empresa que procura intercambios virtuales con esos atractivos engendros no es, pues, la responsable de estos enamoramientos trágicos, sino solo el marco novedoso en que acontecen ahora.

 Otro factor a tener muy en cuenta es la situación actual de las nuevas generaciones. El incremento de problemas mentales no es una milonga, ni fruto de la debilidad de carácter. El mundo siempre ha sido más o menos brutal, pero el que se les muestra hoy a los jóvenes es especialmente incierto y solitario. La mayoría de ellos está convencida de que entrar al mercado de trabajo será cada vez más difícil debido, entre otras cosas, a la inteligencia artificial; la mitad cree que tendrá que mudarse por el cambio climático; y muchos otros dudan seriamente (y con razón) de que vayan a poder disfrutar de un jubilación como la de sus abuelos. A esto, y a las torturas propias de una adolescencia prolongada hasta los treinta años, se le suma la ruptura de vínculos reales propia de un universo cultural en el que priman el exhibicionismo narcisista y la experiencia aislada del mundo.

Todo esto no justifica nada, pero ayuda a comprender y a evitar casos como los del chico de Orlando. Exigir mayores medidas de protección de menores a las empresas tecnológicas está muy bien. Pero esto puede ser una cortina de humo que oculte los verdaderos problemas y las soluciones – de mucho mayor calado político – que deben articularse: la restauración del pacto intergeneracional, un compromiso más contundente contra el cambio climático y por último, pero no menos importante, una buena educación ética y en valores que nos ayude a dominar adicciones, reorientar la convivencia, y afrontar de una forma más madura y constructiva los avatares del amor.

 

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