Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Confieso sin vergüenza no estar al día de todos los enredos digitales que utilizan los profesores. No tengo tiempo (ni ganas, la verdad) de embarcarme en la inacabable tarea de actualizar mis habilidades como cliente/promotor (sin sueldo) de las empresas tecnológicas que han colonizado (también) el mundo educativo. El tiempo que me ahorro lo ocupo en actualizar y ampliar mis siempre insuficientes conocimientos académicos y didácticos.
Pero ante la descontrolada penetración de la inteligencia artificial en las aulas, mi impericia cibernética clama ya al cielo (espero que este artículo no lo lea ningún inspector; o bueno sí, a ver qué pasa). Impericia y perplejidad al leer los trabajos – prosa exquisita, sorprendente erudición, conclusiones asombrosas - de alumnos que sin el «autotune» de la IA apenas son capaces de escribir o comprender un texto sencillo. Y desconcierto e impotencia al no poder atender como antes a la sagrada administración de calificaciones. ¿Cómo? ¡Si hasta en los exámenes utilizan ya micro artilugios propios de la CIA para resolver las preguntas con el «chatyipití»!
A servidor le encantaría aprovechar la circunstancia para rebelarse contra la obsesión evaluadora (eso que, siendo lo contrario, confunden algunos con la educación) y llamar a la confianza en el genuino (y desigual) interés por aprender del alumnado. Pero me temo que para tan platónica proclama ya no queda tiempo. El inmenso negocio que supone, no ya el acceso a la información sino, ahora también, la forma de generarla, se ha agarrado de tal forma al mundo educativo que no solo ha convertido a los docentes en fabricantes de datos (la evaluación es fundamentalmente eso), sino que amenaza la existencia misma de la escuela. No sé si lo verán mis ojos, pero mucho me temo que la escuela (especialmente la escuela pública) acabara sustituida por procedimientos de formación personal tutorizados por IA y suministrados a demanda por las propias empresas. El Estado (si aún existe) se ahorraría con ello un pastizal en maestros y profesores, pero perdería también su último prurito de poder (el de educar a la ciudadanía), y los ciudadanos el casi último espacio de socialización real, estable y no comercial que les quedaba. Quién sabe, tal vez bajo el gobierno de Google, Amazon y Microsoft nos vaya (y nos eduquen) mejor. Pregúntenle a la IA, a ver qué dice.
