jueves, 13 de septiembre de 2012

¿Cómo distinguir a un filósofo de los demás mortales?



Hoy comenzamos temporada en el blog (tras haber limpiado y ordenado la cueva, como veis, y con dos covachas recién nacidas: Filosofía y ciudadanía para cavernícolas e Historia de la filosofía para cavernícolas). Y tenía previsto escribir sobre qué es filosofía. Que si es un saber de la totalidad, que si una ciencia de los primeros principios y causas, que si un saber sistemático, y patatín y patatán. Como esto me parecía aburrido (quién tenga una enfermiza curiosidad que se asome a los temas enlazados en Historia de la filosofía para cavernícolas), me ha parecido mejor exponer los rasgos por los que es posible reconocer al filósofo de entre los demás mortales, ya sea en el metro, en la calle, o, mejor, en su mejor salsa: la académica… Estos son:



1. El estar en las nubes (o la alergia a lo concreto). Aristófanes, el célebre comediógrafo griego, caricaturizaba a los filósofos como tipos que en lugar de trabajar o hacer negocios, como los demás, se pasaban el día tumbados en los “pensaderos” discutiendo de las cosas más increíbles y abstrusas. Podéis leer su comedia “Las nubes” y pasar un buen rato. Cuentan que Tales de Mileto, que pasa por ser el primer filósofo griego, hizo casi morirse de risa a una esclava tracia porque distraído en la contemplación de los cielos se cayó a un pozo. A Jantipa, la esposa de Sócrates, le ponía histérica la forma de vivir de su marido; Sócrates se pasaba el día vagabundeando y discutiendo con unos y con otros, sin mover un dedo por llevar dinero a casa o atender a sus obligaciones familiares (curiosamente, discutía con todos menos con su mujer –se limitaba a mirarla con curiosidad mientras la pobre Jantipa se desgañitaba reprochándole a gritos su falta de sentido práctico—). Mil y una anécdotas como esta vienen a presentarnos al filósofo como al tipo despistado que vive fuera de la “realidad” y que ocupado en los asuntos más generales se desinteresa de los asuntos concretos de la vida. No hay cosa que más repugne al filósofo que los “detalles”. Un filósofo puede hablar de todo, pero te mirará con cara de pocos amigos si le pides que “concrete” o que dé, al menos, algún ejemplo para ilustrar lo que dice. Este desinterés por lo concreto incluye su aspecto físico. Una forma de reconocer a un filósofo es su forma desastrosa de vestir. Y su fealdad. Cuentan que Sócrates era feo como Picio, (aunque solo “por fuera”, como decía su amante más apasionado, el bello Alcibíades)…

2. El moscardeo aguijoneante. Podemos imaginar la estampida que provocaba Sócrates al aparecer por un callejón de Atenas. El mismo se presentaba como “el moscardón de los atenienses”. En cuanto atrapaba a una de sus víctimas comenzaba a bombardearle con preguntas irritantes. Si se topaba, por ejemplo, con un sacerdote, le preguntaba que en qué consistía la piedad. Si se encontraba ante un político, que en qué consistía la justicia, y así con todos. Lo más divertido es que cuando, tras sus incansables preguntas, dejaba a su interlocutor convencido de no saber ni su nombre, se marchaba tan pancho dejando el problema sin resolver (“bueno, pues ya seguiremos otro día”, era su conclusión favorita). El filósofo se parece así a esos molestos niños preguntones que parecen incapaces de disfrutar de su inocente ignorancia: “¿Por qué tenemos que llevar zapatos, papá? Porque el suelo es muy duro para nuestros pies. ¿Y por qué el suelo es así, papá? Porque si no fuera duro nos hundiríamos. ¿Y por qué se hunde la gente, papá? Porque pesa mucho. ¿Y por qué somos tan pesados, papá?...” 

3. El epatante “todo encaja” (con su teoría, claro). Otra forma de reconocer a un filósofo es su facilidad para explicar cualquier cosa en el marco de sus teorías o de su sistema filosófico favorito. Si por ejemplo le comentas (por matar el tiempo): “¿Te das cuenta de que la mayoría de los norteamericanos mascan chicle?” (o cualquier frivolidad parecida), prepárate. “Claro que me he dado cuenta – te dirá –. Los norteamericanos son precisamente el mejor ejemplo de cultura protestante postmoderna, en la que la desconfianza hacia la razón y lo discursivo ha alentado formas puramente gestuales de expresión oral en las que, a la vez, se manifiestan en forma compulsiva la frustración de la naturaleza racional humana y la reivindicación de un silencio activo a la par que…” La cosa podría seguir bastante más tiempo, y si el filósofo es de categoría, podría citar sus propios artículos o libros  (“como ya dije en un artículo…”). Pero la conclusión es obvia: “…y por eso los norteamericanos mascan tanto chicle”. Añadiendo (si el interlocutor no está lo suficientemente epatado) la coletilla: “¿Ves? ¿Ves como todo encaja?”

4. El titubeo tiquismiquis (con otras teorías, claro). La cara opuesta al “¿Ves como todo encaja? (con mi teoría)” es el “si, pero…esto (tu teoría) no está nada claro”. Aquí el filósofo es reconocible por su actitud titubeante y desconfiada ante todo tipo de supuestas verdades, empezando por las del “sentido común”. Si se le comenta en el ascensor lo caluroso que está el día, puede responder con un prudente: “Sí, eso parece…” (con lo cual indica que en el fondo no está tan claro). Pero también puede sorprender al desconocido con un rotundo: “bueno, ¿pero qué entiende usted por calor?” Los filósofos más cautos o pudorosos pueden decidir (muy sabiamente) no ejercitar su titubeo tiquismiquis en las reuniones de vecinos o en una fiesta de fin de año, pero explotan en todo tipo de eventos intelectuales (conferencias, clases, congresos, debates…). Se identifican por no dejar de poner pegas, insistir en clarificar los términos y los supuestos de partida, sospechar de los errores ocultos, y hacer mohines a las conclusiones cuando se llega a ellas con demasiada facilidad (y sin su concurso). Estar de acuerdo con los demás es, para el filósofo, un síntoma claro de que se ha equivocado. En cuanto se da cuenta, levanta la mano: “Sí, bueno, a ver…yo no estoy de acuerdo con lo que se ha dicho…” (mientras dice todo esto, el filósofo ha reunido ya el tiempo suficiente para saber lo que va a objetar a continuación).


5. El rechazo de los sucios hechos. Esta es otra versión de la “alergia a los detalles” que caracteriza al filósofo. Aunque no sólo a él, también algunos científicos muy teóricos, y muchos matemáticos, padecen este síndrome. Si la realidad (los hechos experimentales) no concuerda con sus brillantes teorías, pues peor para la realidad. Pasa que el filósofo tiene aquí ventaja sobre los científicos. Si el rechazo de los hechos es una rara excepción en el ámbito de la ciencia, en el de la filosofía es casi una norma de buen gusto. ¿Quién, con una mínima formación filosófica, puede ser tan tosco como para confundir sin más lo real con lo observable por los sentidos? De hecho, el argumento más eficaz y coherente (por no decir el único) que los hechos tienen a su favor es aquel, tan célebre como basto, del palo en la cabeza. “¿Cómo que no crees en los hechos? –dijo el materialista de la anécdota al descreído filósofo –, pues ahora vas a ver como cambias de opinión”. Y tras decir esto, cogió un bastón y comenzó a darle palos en la cabeza al filósofo, una y otra vez. Sobra decir que el filósofo murió… sin haber sido convencido (¡Un golpe es solo un hecho, no un argumento!).

6. La soberbia modestia. Todo filósofo hace ejercicio explícito de modestia intelectual. En el fondo, ya se sabe: “nada se puede saber, todo es dudoso, las teorías no son más que hipótesis, las grandes preguntas siempre quedan irresueltas, mejor el silencio, etc.”. Pero bajo esta piel de cordero, el filósofo es un lobo para todo el que cree saber algo. Así, podemos reconocer fácilmente al filósofo en un debate por una de estas tres actitudes: (a) por su sonrisa complaciente al oír las teorías ajenas (“¡Dios mío –parece pensar—! ¿Cómo puede alguien equivocarse tanto?”); (b) por su iracundia a la hora de intervenir (“¡¡Pero cómo no pueden ustedes entender que están todos totalmente equivocados!!”); o (c) por su hosco o resignado silencio (“¿Para qué hablar? Es inútil, jamás saldrán de sus errores”)… Así que, pese a su reconocida ignorancia (ya sabéis lo que decía Sócrates: “solo sé que no sé nada”), el filósofo sabe perfectamente que todos los demás –menos él— están equivocados. Sócrates, por cierto, de tan ignorante que se sabía se consideraba el más sabio de los hombres. Ahí es nada.




17 comentarios:

  1. Pero si un filósofo no se fija en los detalles no podría llegar a sin sentidos, dado que cada teoría correcta puede esconder una palabra que haga que falle y llegue a un callejón sin salida capaz de desbaratar todos nuestros pensamientos. Además de que al discutir entre ellos los filósofos miden al detalle lo que dice el otro, por el placer de pensar y poder demostrar al otro el error en el que se encuentra y lo cerrada que puede llegar a ser nuestra mente respecto a los grandes interrogantes de la vida, ¿no?.
    Seguro que cualquiera que lea esto piensa, "pues no le falta un poco de razón", mientras que tú fijándote en los detalles harás que mi teoría pierda todo su sentido en menos de cinco segundos.
    ¡O ESO HACÍAS TODOS LOS DÍAS QUE TENÍAMOS CLASE EL AÑO PASADO!

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  2. Hola Filoalmafanía. ¡Acabas de recordarme otra característica del filósofo: "el placer de poder demostrar al otro el error en el que se encuentra"! Cuando digo que el filósofo es alérgico a los detalles no me refiero a los detalles del argumento, sino a los detalles de las cosas, es decir, a las cosas concretas. Lo que mola al filósofo son, justamente, los argumentos, las ideas, cuanto más abstractas y genéricas mejor; el mundo de los detalles y las pequeñas cosas le parece irrelevante, molesto, feo, caótico, incluso inexistente. Y el que vive en los detalles, pues eso, es alguien con una vida irrelevante, incordiante (como esas personas que constantemente nos están recordando lo detallistas que no somos), fea, caótica y desordenada... Y todo esto pese a que hoy en día nos venden la idea de que la felicidad está "en las pequeñas cosas"...¡Qué mentira más grande! ¿O no?...
    Que sepas que te voy a echar mucho de menos en clase (!tenías una vista para los detalles argumentales..!)

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  3. Desde luego, los filósofos descuidan detalles que para ellos tienen menos sentido que nuestro lugar en el mundo, son insaciables y se sobreponen a todos los sinsentidos que se les cruzan, más de uno (considero que yo podría introducirme en este grupo) se equivocaría un par de veces y lo dejaría.
    Tranquilo! Seguiré por aquí dando la tabarra hasta que llegue el día en que me digas "no encuentro argumento para rebatirte" o bien acabe descubriendo qué es el arte, dado que esta duda me ha quitado el sueño más de un día.
    Yo también echaré de menos las clases, y nuestras discusiones, nunca había tenido una clase que me "llenase" tanto, a la hora de pensar y no permanecer pasiva sentada en una silla (voy a acabar cogiendo complejo de jarrón).
    Muchas gracias por las clases y la manera de enfocarlas! Aunque preveo que este año la cosa no será así pero espero presentarme en Selectividad con mi amiga la filosofía,siempre que la cosa se desarrolle bien!
    Un abrazo!

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  4. Filoalmafanía, tú no das la tabarra, eres ese Alma insaciable que todos tenemos (más o menos crecidita), así que haznos el favor de venir a animar la caverna todo lo que quieras. Y sí, este año se presenta crudo (pero tienes un gran profesor para cocinarlo). Tú sabrás sacarle partido. Un abrazo!!

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  5. Pues a mí me parece que si piensas que todo encaja, es que no eres del todo un filósofo. No persigues la verdad porque ya encontraste una idea donde todo encaja (o te lo parece) y eso es a fin de cuentas, lo que hacen los externos al gremio.

    P.D: Te parecerá bonito crearle otros dos hermanitos al blog... ¡Nos vas a tener todo el día enganchados!

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  6. Anónimo: tienes razón, eso que dices "encaja" en la noción de filósofo que tenemos los filósofos como tú y yo (jaja). En serio, el filósofo pretende que todo encaje, aunque este encaje universal es una pretensión, nunca un logro, etc., etc. ¿Qué pasa cuando el filósofo cree haber hayado el encaje universal? Pues que sigue siendo filósofo en la medida en que no se cansa de poner a prueba su teoría, de considerar las objeciones que se le puede poner, etc., etc. Si le diera por pensar que no hay más encaje que el suyo sin atender a razones entonces sí que sería expulsado del gremio.
    Y por lo demás, encantado de tenerte enganchado/a en este encaje de bolillos que quieren ser los blogs. Ojalá todos los enganches fueran así...

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  7. Eso de que cree hallar el encaje universal choca un poco con la soberbia modestia de que también hace gala. Si el filósofo ha de ser un lobo para el que cree saber algo, con más razón debería serlo para sí. Poco de eso utiliza alguien que cree que alcanzó la idea perfecta, me temo.

    Y lo del enganche viene de antiguo...al igual que mi costumbre de olvidarme de la firma.

    Silvia

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  8. Sí, Silvia, pero también entre los filósofos hay apariencias y realidades, filósofos aparentes y verdaderos filósofos. El verdadero filósofo, como tú dices, es un lobo racional para sí mismo (y un compasivo cordero para todos los demás). Incluso si cree haber alcanzado el encaje perfecto, tampoco se lo cree, y anda ladrándose en el espejo, y aullando a la luna todas sus preguntas una y otra vez...
    Del que parece filósofo sin serlo no vale la pena hablar, salvo para reírse, como en la caricatura de la entrada. (Sobra decir que todos los filósofos humanos tienen algo de verdadero y algo de aparente y risible, pero, eso sí, unos más de lo uno que de lo otro).
    Un abrazo. ¡Y mantente enganchada!

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  9. Ya te iba a reñir con eso de los filósofos aparentes, pues si sólo lo son en apariencia, poco de filósofos que tienen, y de nuevo, no entran en el gremio. Pero fue en exceso de vista, que al seguir leyendo coincidimos.

    Lástima que, como dices, todos tengan a fin de cuentas algo de aparente, y no todos algo de auténtico. Lo que me pregunto es cómo puede conciliarse lo uno con lo otro, porque el asunto me recuerda al de las fronteras entre lo absurdo y lo lógico, tema que jamás pude resolver y me trae de cabeza.

    Vamos, enganchada me mantengo desde siempre, pero lo de comentar es lo que no llevo al día, y de ahí que no se me note. Pero no te librarás de mi, ya te lo dije en alguna ocasión, seguro.

    Un abrazo

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  10. Silvia:
    ¿Cómo conciliar, explicar (a la vez) lo Uno y lo otro? Ese es el padre y la madre (lo uno y lo otro) de todos los problemas filosóficos. El único problema filosófico real. La respuesta es... todo lo que decimos, lo uno, y también lo otro, cada pregunta y cada respuesta, cada réplica y cada contrarréplica...El diálogo.

    Sabes que no tengo ninguna intención de librarme de ti, todo lo contrario de ser...lo uno y lo otro.

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  11. Y, qué se yo de cómo conciliarlos. Vale que el diálogo desenreda (y enreda también) y ayuda y tal... pero si dos cosas son inconciliables, no les cambia esa propiedad, y a mí me parece que a lo largo de estos años con el diálogo tampoco dimos por resuelto el tema.

    ¿Ser lo uno y lo otro? Yo creía que tu intención era ser lo uno y sólo lo uno, y que lo otro fuera lo uno también. Qué cosas.

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  12. Silvia:
    Dos cosas son inconciliables sin son dos. Pero lo uno y lo otro no son dos, sino uno (y "su" sombra). Un sombra casi cenital (es decir, inexistente) del uno es, justamente, el diálogo. Aunque el "tema" no estará resuelto mientras quede una palabra que decir. Qué cosas, no. ¡Qué cosa!
    Un abrazo.

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  13. Sí, recuerdo bien todo esto, pero una solución circunstancial (no hasta que no haya nada que decir...y justamente a nosotros, ¡con lo que nos va la charla!), no me lo parece del todo, será que ando parada justo bajo la sombra y sigo sin ver.

    Siento la ausencia, pero de nuevo se me comió el día a día. Espero poder pasarme por aquí a menudo, pero no garantizo nada en un par de semanas. Un abrazo.

    P.D: A ti debe de encantarte el cine mudo, ¿verdad?

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  14. Silvia. Como siempre, y como es normal, vas al epicentro del misterio, pero ahí yo solo encuentro una especie de espiral en la que el juego de lo Dos que quiere reconocerse Uno se multiplica una y otra vez, o mejor dicho, se desdobla constantemente, aunque la diferencia sea cada vez menor y la comprensión de la identidad sea cada vez más aguda y penetrante. No hay más, me temo, para nosotros los mortales. Pero ser consciente y pensar a niveles cada vez mayores de profundidad es ya un logro. ¿No te parece? Tal vez no podemos tener nunca más que soluciones circunstanciales (mientras seamos seres igualmente circunstanciales), pero entender cada vez mejor las circunstancias es acercarse cada vez más a lo esencial, al centro. Un abrazo.
    pd. La verdad es que prefiero el cine sin imágenes, o la palabra ciega.

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  15. Con "detalles" se refiere a ejemplos concretos.

    Quisiera añadir otra característica: Hacen discusiones a partir de mal entendidos.

    Y quisiera decir una cosa más: los que se la pasan inventando teorías que explican todo no son filósofos ni científicos, son charlatanes. En mi humilde opinión.

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  16. Edgar:
    Sí, con "detalles" se refiere a ejemplos concretos. Con lo demás de acuerdo. De todos modos la entrada era una caricatura, más que un retrato del verdadero filósofo. Gracias por el comentario y saludos.

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  17. ajajajj me has hecho reir con esto. Saludos y gracias,

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