martes, 16 de octubre de 2012

El amor platónico

 

Como está más que demostrado, el alma, el ser humano, no es un dios que haga surf por las espaldas del cielo, pero tampoco un animal condenado a arrastrarse tan solo por la tierra. Es, somos, dicen los demonios más viejos, un ángel de pies y alas, un anfibio de lo inmortal y lo mortal, hijo de lo ideal y lo corpóreo, de la forma y la materia, de las luminosas matemáticas y el oscuro fango de los átomos. Dice eldivino Platón que el alma es Eros, dios del amor y del deseo, y que Eros nació de Poros y de Penia, de la Abundancia y la Carestía, del Ser y del No ser. Entre ambos somos, llegando a ser lo que Somos, esa sombra móvil de la eternidad que es el tiempo, el tejer a destajo que es nuestra vida. Tiempo somos, es decir, movimiento, es decir, deseo o amor por lo que soñamos aún sin serlo, el anhelo que lo anima todo, eso las ánimas somos. Pero hubo un tiempo (verdadero Tiempo, eternidad, instante uno) en el que vivíamos en un Edén en compañía de los dioses o, como diría el filósofo, de las Ideas (que son lo mismo, pero sin ropa), contemplándolas con arrobo, admirados de su pura belleza, pasmados en su perfecta bondad y traspasados por esa verdad translúcida tan suya. Pero luego hubo otro tiempo (con ese luego y ese otro empezó a ser el tiempo que cuenta para los mortales) en que, por diabólica imperfección o pecado, nuestras almas, las más débiles, giraron torpemente sus alas y, rota su atenta levitación frente con frente a las Ideas, cayeron al mundo, y en el quedaron encadenoencarnadas. Algunos dicen que al caer a la pantanosa Tierra las almas dieron su forma degradada a las cosas que aquí vemos. Otros, seguramente más sabios, dicen que la oscura penumbra del mundo no es sino la estela del alma en su caída. Sea como fuere, nuestro ser se rebajó a un aquí estamos. Tras la caída todo fue inconsciencia (que es lo único que puede ser la muerte): el mundo giraba ciego alrededor del alma bella y dormida, pues la Idea que era el alma estaba vuelta a la cavernosa tierra y olvidada de sí. Pero tenía que pasar, como todo lo que está de paso, que el alma despertara. Los poetas cantan que fue por un beso. Los filósofos piensan que fue la sensación (quizás el golpe de otra alma que caía). Pero ambos coinciden en que el saber empieza por el sabor y la textura: el sabor de un príncipe besucón y matadragones, y el saber de un maestro hablador que mata la ignorancia. Tan solo el dragón que, sin espejos, irreflexivo, acusaba al sabio príncipe de serpiente corruptora, no entendió que amar a Dios es rescatar al Alma de ese desalmado y deforme monstruo que es la nada del olvido y la ceguera. Porque, como todo el mundo sabe, despertar es recordar.
Al contacto, no con el mundo (que nada es), sino con los labios de otras almas, el alma encuentra el primer reflejo y recuerdo de si misma. Ama la bella sensualidad del príncipe, pintor de sueños, y mirándose en sus poéticas imágenes, recuerda el mundo ideal del que todo procede. Busca entonces con sus ojos las Ideas haciendo brotar en lo que ve cosas y cuerpos parecidos en todo, menos en ser, a lo que busca. Y aún así les da su fuerza, la del amor, y con ellos y ella forma, como un demiurgo, el mundo que asombrados en sombra vemos. Pero este mundo de copias no basta al alma enamorada por ellas del modelo. Un beso no es realmente principesco si nos deja satisfechos. Los labios y miradas que dan vértigo y temblor son solo aquellas por las que se vislumbra el cielo. Por eso el alma joven busca y rebusca lo inmortal fuera de sí, entre la carne de mil labios de mortal y efímera belleza. Hasta que harta de la orgía de sudor sin aire de los cuerpos, el alma mira hacia arriba para respirar y es despertada, otra vez, por esos otros labios, descarnados labios de las ideas, que son las palabras. Y el alma entonces se alza enamorada de su Maestro, Príncipe que por serlo de verdad no lo parece, y entusiasmada de nuevo se hace amante de las bellas acciones y explicaciones, de lo justo y lo verdadero, y se reconoce y quiere a sí misma en las ideas que fuerzan y ordenan el mundo, y en la fuerza y orden de ese mundo de las ideas. En este amor el alma se refleja y reproduce, buscando siempre lo inmortal, no a través de los tornasolados hijos del sentido y la emoción, sino en los más luminosos frutos de la voluntad y el intelecto, y así ama al otro de sí misma por su bondad y sabiduría, y se expresa y se adueña de sí y de su otro en los nobles proyectos y en la lucidez del diálogo son sus otras razones. Y es ahora cuando al fin es el ahora de remontar el vuelo y liberarse descubriendo que nada, en realidad, la cubría. Mirándose desnuda y libre, frente con frente en las ideas, el alma se recuerda entera, recuerda lo que nunca dejo de ser y olvida el estar que fue su olvido. En ese instante en que nada le es extraño, por serle todo amable y propio, y en que se ha roto el dos de todos los espejos (hasta el de la lógica, como en la Alicia del mito) el alma comprende y es, en Uno, la Verdad y la pura Belleza y Bondad ya sin reflejos ni palabras en el tiempo. Esto es Amor. Quien lo probó, acabará sabiéndolo.
 

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