miércoles, 26 de noviembre de 2014

El conflicto entre religión y ciencia. A propósito de "Lisa, la escéptica", de Los Simpson.



El próximo viernes 28 de noviembre, y por iniciativa de algunos alumnos, comenzamos un nuevo ciclo de tertulias filosóficas, al que hemos denominado "Conversaciones con el daimon. Tertulias parafilosóficas". El tema de esta primera reunión va a ser el de la relación entre religión y ciencia. Para ilustrarlo hemos elegido un capítulo de Los Simpson: "Lisa, la escéptica", que proyectaremos antes de comenzar la tertulia. 

Para quien no lo conozca, "Lisa, la escéptica" narra el hallazgo en Springfield del supuesto esqueleto de un ángel. Esto provoca un enfrentamiento entre Lisa, que adopta una perspectiva científica y se niega a aceptar que se trate de ningún ángel, y el resto del pueblo, que cree a pie juntillas en la naturaleza sobrenatural del hallazgo. Al final, todos descubren que se trataba de una mera estratagema publicitaria para inaugurar unos grandes almacenes.     

Como es habitual en la serie, este capítulo es toda una invitación a la reflexión, además de un compendio de referencias críticas a conflictos, personajes y acontecimientos de la sociedad americana.



De entrada, la idea del capítulo parece estar inspirada en el famoso Juicio de Scopes, en Tennessee, durante 1925, en el que se condenó a un profesor de secundaria por saltarse la ley que prohibía enseñar la teoría de la evolución (por considerar que contradecía la doctrina bíblica de la creación). Parece ser que el profesor fue incitado por un empresario local convencido de que el juicio daría publicidad al pueblo. 

Ardides publicitarios aparte, el proceso de Scopes es solo un episodio de la polémica entre evolucionistas y creacionistas en U.S.A o, más en general, entre ciencia y religión, sobre todo cuando afecta a ciertos asuntos (como el del origen del hombre, la posibilidad de los milagros, etc.). ¿Son incompatibles la ciencia y la religión? ¿Puede un científico ser, además, una persona religiosa (o al revés)? ¿No tiene la ciencia algo de religión? ¿Es la religión algo totalmente irracional? ¿Se excluyen realmente la una a la otra? ¿Es mejor la vida del creyente que la del escéptico racionalista? ¿Hay algún modo de ser racionalista y creer en "ángeles"?

La verdad es que las posturas ante esta polémica no han variado apenas desde la Edad media, y son básicamente estas. La fideísta (no hay más verdad que la de la fe). La racionalista (la verdad es asunto de la razón, la religión es mito y superstición). La complementarista (fe y razón, religión y ciencia, se complementan la una a la otra). Y la dualista (fe y razón, religión y ciencia, son compatibles  en cuanto cada una se ocupa de asuntos absolutamente distintos)... 

En el capítulo que comentamos aparecen representadas todas estas posturas. Mientras que la mayoría de los habitantes de Springfield muestra un cierto “fideísmo” y anteponen la religión a la ciencia, incluso de forma fanática (queman los museos y los laboratorios), Lisa representa al racionalismo; para ella la religión es solo superstición e ignorancia. De otro lado, Marge Simpson representa una postura más moderada y conciliadora (“hay algo más que lo que vemos”). Y el juez Snyder, que ha decidido acabar con el “debate eterno entre ciencia y religión”, escoge la postura dualista (“que la religión guarde una distancia de 500 metros de la ciencia”). Esta última postura es, además, la que corresponde a nuestra modernidad, que se abre, precisamente, con el triunfo de la doctrina de la “doble verdad” en el siglo XIV (por parte, sobre todo, de teólogos anglosajones). Es también la postura del famoso y polémico científico Stephen Jay Gould, que aparece con su propia voz en el capítulo, y que es autor de libros como “Ciencia versus religión: un falso conflicto”, en los que expone su visión dualista del asunto. Según Gould, la ciencia se ocupa de describir hechos y de explicar cómo ocurren, mientras que la religión (o la filosofía y las humanidades, que Gould mete en el mismo saco) se ocupan de buscar el sentido último de las cosas y de los temas relacionados con los valores (la moral, la política, etc.).


Por supuesto, cada una de estas posturas plantea un sinfín de problemas, y cada una de ellas daría para un debate o tertulia por sí misma. Veamos.

En primer lugar, al fideísta le podríamos preguntar por la razón de su renuncia a la razón, y si su renuncia no es, también, una renuncia a la propia condición humana (¿no somos definidos como "seres racionales"?). En la mayoría de las religiones, querer saber demasiado es algo sospechoso, o incluso pecaminoso (como en el mito del pecado de Adán y Eva). Pero, ¿por qué? ¿No es precisamente el saber lo que nos diferencia de los animales y nos acerca a Dios? Tal vez. Y, sin embargo, la actitud religiosa parece a menudo contraria al saber. Como dice el reverendo Lovejoy: “hay cosas que no queremos saber, cosas importantes”. Y cuando Kent Brockman está retransmitiendo la quema de los museos de Springfield, dice: “los tecnócratas reciben clases de humildad”, como si querer saber fuese resultado de un exceso de soberbia. ¿Por qué es tan malo esto de saber? ¿Son acaso los tontos más felices (como parece sugerir aquel capítulo en que Homer decide volver a introducirse un lápiz en el cerebro para volver a ser bobo y... feliz)? ¿Es acaso mejor vivir como un niño, creyendo en mitos, que afrontar la fría y dura verdad de la ciencia, tan ajena a nuestros intereses, deseos o sueños? Tal vez, pero... ¿estaría en nuestra mano elegir entre verdad y felicidad? ¿Podríamos creernos una ilusión, por muy feliz que nos hiciera, sabiendo que no es más que ilusión?


La actitud racionalista, o más bien “cientifista”, de Lisa tiene también sus problemas. Esta claro que la ciencia no resuelve ninguno de los asuntos que realmente nos interesan: ¿cuál es el origen y la finalidad del universo?, ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué debemos hacer con ella? ¿Qué nos espera? ¿Cómo podemos hacer el mundo más justo?... Estas preguntas no admiten respuesta científica, solo filosófica o (para los que no creen que sea posible una respuesta racional) religiosa. De otro lado, la ciencia parece a veces un “gigante con pies de barro”. La mayoría de las ideas fundamentales de la ciencia no se pueden demostrar científicamente. La propia ciencia (con sus leyes, teoremas, conceptos...) no es un objeto observable por la propia ciencia. La validez de los “axiomas”, o del mismo método científico, o la creencia, en general, de que el mundo es algo racional que podemos comprender con nuestra razón, son, todas ellas, ideas que solo cabe afirmar desde una cierta profesión de “fe”. ¿Pues cómo sabemos, por ejemplo, que la propia razón no nos engaña (como decía Descartes, quien veía necesario creer en un dios bueno que impidiera la posibilidad de ese engaño)?... Así pues, ni la ciencia lo explica todo (ni, sobre todo, lo más importante de todo), ni sus explicaciones son (ni mucho menos) plenamente racionales. Y todo eso al precio, además, de “desencantarnos” el mundo, intentando robarle todo su “mágico” misterio, y dejándonos fuera de él, como a un niño que descubriera que no existen los magos o los duendes y que, además, él ya no es el centro de la casa. Como dice Flanders: “la ciencia es como un bocazas que nos cuenta el final de la película” (suponiendo, además, que se tratase de una película, es decir, que todo tuviese sentido y respondiese a un guión que pudiera desvelar la propia ciencia)... La relación, paradójica, de amor y odio por la ciencia está retratada varias veces en el episodio, por ejemplo, en la frase del tabernero Mou, cuando resulta herido quemando el museo de ciencia y manifiesta su deseo de que la ciencia le cure.

En cuanto a las posturas "complementaristas" los problemas son obvios. ¿Cómo pueden reconciliarse modos de acceso a la verdad tan distintos como la fe y la razón? ¿O no son, acaso tan distintos? Los teólogos cristianos de la Edad media se esforzaron por establecer lazos entre la fe y la razón, y construyeron un monumental edificio filosófico en el que las grandes cuestiones religiosas (empezando por la misma existencia de Dios) eran tratables tanto desde la fe como desde la razón. Sus argumentos han sido marginados, más por su aspecto oscuro y premoderno que por otra cosa, pero siguen ahí. Y podemos (y deberíamos) discutirlos. Una versión actual de algunos de esos argumentos es la llamada teoría del diseño inteligente, teoría que, sobre todo en USA, ha sido usada para reivindicar una especie de versión científica o racional de la doctrina religiosa de la creación.

Por último, la solución dualista (religión y ciencia han de seguir caminos separados), pese a ser la mayoritariamente aceptada, no es la menos problemática. ¿Es admisible una realidad dividida en dos: una parte racional (objeto de estudio de la ciencia), y otra irracional (sujeta al decreto religioso)? ¿Es adecuado dejar a la religión asuntos tan importantes como el del sentido de la vida o los valores morales? Y digo “dejar a la religión”, y no a la filosofía, porque el dualismo moderno se basa en la negación de una ciencia puramente racional ajena a los datos sensibles, como es la filosofía. Todo lo espiritual, por así decir, es irracional para el "espíritu" moderno. Así que solo queda la religión para ocuparse de aquello que “no se ve”...


Otros problemas que se pueden discutir a propósito de este capítulo podrían ser estos:

La crítica a la propia religión como institución. Por ejemplo, la visión de la religión como negocio (el santuario que crea Homer en el garaje de su casa), o como algo ligado a actitudes intolerantes y violentas (la detención arbitraria de Lisa, la quema de los museos...). También la visión oscurantista y tenebrosa de la religión (como la que se ofrece en el anuncio del apocalipsis: el miedo a Dios, la justicia entendida como venganza divina en el juicio final), o como algo propio de ignorantes (las burlas a la ignorancia de los vecinos de Springfield, que vienen a representar al americano medio, son constantes).


La crítica a la sociedad de consumo, en la que comprar parece algo tan alienante y embrutecedor como la propia religión (el nuevo opio del pueblo). Actitud debida en parte a la publicidad, que manipula, sin escrúpulo alguno, la credulidad y emotividad de la gente... Ahora bien, ¿no es lo que promete la publicidad lo mismo, en el fondo, que quiere la gente? ¿Hay acaso algo mejor y con más sentido que disfrutar de los objetos que consumimos y que llenan las estanterías de los centros comerciales? ¿No es eso el "cielo en la tierra"?... Tan solo Lisa, ese ser angelical (al menos para su madre), parece enviarnos (como si de un ángel real se tratara) una mensaje distinto...








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