Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
España se convierte, quiera o no el gobierno, en un país de propietarios
ricos vs. desheredados viviendo al límite. Desheredados que irán aumentando
conforme acabe de desinflarse la riqueza acumulada por ese asomo de clase media
que brotó en el último tercio del siglo XX, y de cuyo menguante patrimonio
viven todavía hoy, en un quiero y no puedo, gran parte de nuestros jóvenes.
Esta desigualdad en el
acceso a la vivienda no es, por cierto, más que uno de los destrozos del
huracán especulativo que cruza la península, dejando paisajes rurales desolados
(pese a estar repletos de placas solares) o centros urbanos y costas destruidos
por la plaga turística.
Este compendio de
desigualdad, desolación y destrucción difícilmente va a perjudicar directamente
a las generaciones mayores, la mayoría de ellas con la vida resuelta, casas en
propiedad, jubilaciones garantizadas y pocas razones para temer los efectos del
cambio climático, pero sí, desde luego, a los más jóvenes, cuyo futuro es la
moneda con la que se apuesta en el capitalismo de casino que dirige el mundo.
Sin embargo, y a pesar de
lo claro que resulta todo esto, una inmensa proporción de esos jóvenes
desheredados está siendo descaradamente embaucada con discursos ultraliberales
y populistas. Discursos que, a cambio de baratijas ideológicas e identitarias,
abducen a los jóvenes para que presten su apoyo a los proyectos políticos que
más peligrosamente comprometen su futuro.
Qué la mayoría de jóvenes
desheredados o condenados a serlo vote a las derechas, e incluso adopte (en sus
opiniones y poses) el estilismo conservador de los dueños del cortijo, responde
a un patrón histórico e ideológico muy viejo: aquel por el que las clases bajas
y de medio pelo imitan las costumbres e ideas de las idolatradas clases altas,
pero con la salvedad de que los jóvenes de ahora deberían estar lo
suficientemente educados como para no dejarse engañar de esta manera.
¿Estaremos equivocados en esto?
Luego está la cuestión
del victimismo crónico en que chapoteamos todos. Vale con que, tras cincuenta
milagrosos años de democracia en este país, creamos estúpidamente que ese es el
estado natural de las cosas. Vale que parte de la izquierda se haya transformado
en una troupe de curas laicos obsesionados con la moral sexual o los derechos
de las minorías. Vale que se esté muy desencantado de la política. Vale con
todo eso y más. Pero eso no justifica la inacción y falta de una ambición
política coherente por parte de las nuevas generaciones. No vale con estar todo
el tiempo quejándose. Los jóvenes son ya mayorcitos para darse cuenta de lo que
se cuece. Porque en esa caldera, la carne destinada al sacrificio es claramente
la suya.
Educación y ambición, rara vez están en concordancia. Esto es, saberse de memoria todos los ríos españoles (educación) y otra muy diferente saber porqué en algunas zonas no llega el agua (ambición por saber la verdad)
ResponderEliminarComo siempre, extraordinaria exposición y mucho de denuncia cultural y de hecho
Muchas gracias por la reflexión y la distinción que plantea.
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