Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico de Extremadura
A principios del siglo pasado, y a partir
de las teorías de la relatividad de Einstein, la ciencia se afilió a la
antiquísima tesis filosófica de que el tiempo no existe como realidad objetiva,
sino solo como ilusión subjetiva. La idea es rara de narices, pero ahí sigue,
imperturbable y ajena al tiempo, como si le diera igual que la pensáramos o
no.
Si para Platón el tiempo no era más que una ilusión (una «imagen móvil de la eternidad», decía), para el más prosaico Aristóteles era «la medida del cambio». Aunque antes de él, un inspirado Parménides había demostrado (¡en verso!) que el cambio era lógicamente imposible: ¿cómo puede acabarse un año y empezar otro? ¿Adónde va el que muere? ¿De dónde viene el que nace? Que las cosas desaparezcan y aparezcan (o como dijo grácilmente el filósofo poeta: que «lo que es no sea» o que «sea lo que no es») parece cosa de locos o de brujos.
Fíjense, para mayor confusión, que por el tiempo nunca pasa el tiempo. Cada hora es idéntica a la siguiente (¿serán la misma?), y no hay una sola fecha – la de su cumpleaños, pongamos por caso – que no sea por los siglos de los siglos la misma que es. Es como si, al dividir el tiempo, no encontráramos ni un solo gramo de lo que parece que contiene…
Pero además de en sus partes, reparemos en su «figura», en aquello que lo delimita. Fíjese: si el tiempo tuviera límite y hubiera comenzado en algún momento, tal como un cronómetro que empezara a contar desde cero, «antes» de ese momento no habría tiempo, lo cual es extrañísimo (¿Qué habría entonces? ¿Nada? ¿Un Relojero eterno?). Y si el tiempo fuera ilimitado o infinito, y no hubiera comenzado nunca, jamás habríamos llegado ni a 2025 ni a ningún otro momento posible. ¿Cómo llegar a ningún sitio si empezamos a correr desde el infinito?
Algunos sabios actuales piensan, en fin, que esto del tiempo es cuestión de perspectiva. Así, si nuestras campanadas de fin de año «suenan» en el pasado a quien nos estudia desde el futuro, a quien nos imagina desde el pasado le «suenan», seguro, a cosa de ciencia ficción. La idea de fondo es que realmente todo ocurre a la vez, y si no lo experimentamos así es porque – limitaditos que somos – necesitamos comprender las cosas en perspectiva y una tras otra. En cambio, desde la perspectiva de la no perspectiva (es decir: de la verdad completa), un conocedor perfecto lo experimentaría todo como presente; como un presente tan uno y cohesionado como lo es para nosotros el espacio, al que percibimos unitariamente, sin distinguir sus distintas dimensiones.
Dicho todo esto, y aunque el tiempo no exista, nosotros vamos a celebrarlo igual, y a hacer promesas y proyectos como si no hubiera un mañana escrito. Ahora bien, si quiere usted dar la campanada este año, brinde también por el «no» año nuevo. Igual marcamos tendencia y volvemos a poner de moda la eternidad, que es donde parece que se vislumbran, fugaz y brumosamente, las cosas que de verdad importan.
La eternidad se me haría muy larga!!
ResponderEliminarY ahora que estoy presto a la jubilación,no quisiera yo abonarme al hecho del "No tiempo",con la de cosas que quisiera hacer.
Fdo.:El tesorero