Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
No es difícil encontrar filósofos defensores
y detractores, en uno u otro momento, de toda clase de ideas y posiciones
políticas. Es lo propio de ese diálogo continuo en que consiste la filosofía.
Sin embargo, bajo esta dialéctica incesante late una pregunta igualmente
filosófica, y en muchos sentidos decisiva: ¿existe algo que podamos entender todos
como radicalmente injusto? Algunos pensadores del siglo pasado apuntaron al
Holocausto nazi como un hecho moral singular, ante el que todos debíamos emitir
un juicio único y contundente. Pero tal vez esto fuera una exageración…
Pensemos en lo que ocurre ahora en Gaza.
¿Podría pensarse en la masacre de la población gazatí (por parte del Estado
heredero moral de Holocausto) como una acción universalmente injusta? Desde
luego, no lo es para Hamás, que la provocó para demandar atención y
desprestigiar al enemigo, ni para el gobierno de Netanyahu, que la utiliza para
acabar del todo con el nacionalismo palestino. ¿Pero y para los filósofos, o
para cualquier persona que no tenga intereses directos en el conflicto?
Una primera perspectiva podría fundarse
en el análisis de medios y fines. Los medios pueden ser racionales, pero los
fines no (y a viceversa). Curiosamente, Hamás y el gobierno hebreo emplean
actualmente los mismos medios (masacrar a la población civil, fundamentalmente
la palestina) para lograr un fin similar (suprimir a los enemigos y recuperar
la tierra sagrada de sus antepasados). ¿Pero es este fin racional? Si no lo es,
difícilmente podremos justificar los medios. Y si supusiéramos otros fines más
razonables (como la seguridad del Estado judío, o la construcción de dos
Estados – o uno plurinacional—), serían los medios actualmente empleados los
que serían discutibles (¿Será Israel un país más seguro tras haber matado
indiscriminadamente a miles de sus vecinos? ¿Estará más cerca la convivencia
política tras multiplicar el odio mutuo al infinito?).
Otra perspectiva posible tiene que ver no
con medios o fines, sino con principios. Una ética de principios podría decir
cosas como: “hagan lo que hagan otros, y sean cuáles sean nuestras circunstancias
o intereses particulares, no se mata a niños a sangre fría, no se deja morir a
enfermos sin necesidad, no se dispara a los hambrientos, no se bombardean
escuelas y hospitales repletos de gente, no se utiliza a civiles como escudos
humanos…”. Pero este planteamiento ético parece totalmente extemporáneo hoy. Si
algo hemos aprendido de la masacre (o, para algunos, el genocidio) de Gaza, es
que hemos retrocedido definitivamente a un mundo sin normas ni principios – ni
siquiera retóricos o simbólicos – distintos a los de la fuerza bruta.
Ahora bien, donde no hay predisposición a
considerar principios ni reflexión sobre los fines, no hay objetivamente nada
sobre lo que filosofar, y el diálogo se detiene frente al antagonista perfecto
del universal ético: la realidad desvelada como una simple y absurda pesadilla.
Me temo que en esas estamos.
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