Publicado originalmente por el autor en el Correo Extremadura.
Acierta y se equivoca la izquierda
española en relación al problema catalán. Acierta (como, por otra
parte, casi cualquiera que no esté ciego) al interpretar el
conflicto como parte de la estrategia electoral tanto del gobierno
como de los independentistas. Se equivoca, entre otras cosas, al
presuponer el derecho a una consulta soberanista en Cataluña.
Lo primero es fácil de ver. Como dijo
Errejón hace unos días, Rajoy y Mas parecen estar dirigiéndose
mutuamente la campaña electoral. Ambos se necesitan. Ni el gobierno
ni el frente independentista catalán (ese extraño pacto
anti-capitalista-liberal liderado por Convergencia, Esquerra y la
CUP) están en su mejor momento. ¿Qué mejor que renovar el ardor
patriótico de los votantes para recuperar fuerzas? No es ninguna
casualidad que a las provocaciones de los independentistas en el
Parlamento catalán les acompañe la difusión casi ininterrumpida de
los vericuetos del caso Pujol, o de las comisiones del 3% con que se
ha estado financiando el partido de Mas. Partido Popular e
independentistas buscan con descaro la provocación. El Partido
Popular, que no va a despegar electoralmente vendiendo sus presuntas
hazañas con la prima de riesgo, necesita presentarse como el sólido
contrafuerte de la unidad de España. Y los independentistas,
incapaces de convencer a más catalanes de las ventajas de cambiar de
estado, no tienen otra que excitar el sentimiento patrio con un
desencadenante infalible: los agravios del Estado español. Al
PP y a los independentistas les vienen de perlas tanto las amenazas
veladas de Rajoy como las apariciones teatrales de Más (e incluso
Pujol) en los juzgados. Es la perfecta armonía de los contrarios. Si
la jugada les sale bien, el PP podría volver a gobernar en España
(probablemente con Rivera), y Cataluña podría acabar de ser, en no
mucho tiempo, propiedad exclusiva de la burguesía catalana que la
gobierna desde hace siglos (a los de la CUP siempre le quedará el
consuelo de que, puestos a soportar capitalistas, mejor que sean
autóctonos –amén de las competencias en auxilio social y en
cultura republicana, que seguro que, en señal de agradecimiento, se
las dan a perpetuidad —).
Ni que decir tiene que, de todo este
cambalache político, quién sale más perjudicada es la izquierda.
Ni el conflicto independentista le beneficia en España (en donde da
votos al PP y a Ciudadanos –mucho más que al PSOE y a su
fantasmagórica propuesta federalista--), ni tampoco en Cataluña,
donde la izquierda no independentista casi ha desaparecido, y la
independentista se inmola en aras de la Patria (y de las huestes de
Convergencia que, de un modo u otro, van a seguir en el poder). La
apuesta de Podemos e Izquierda Unida por condescender con el
independentismo solo les acarrea el desprecio de la izquierda
patriótica catalana (que no quiere condescendencias, sino la
independencia y lo más rápido posible), y la incomprensión en el
resto de España.
Además, la izquierda española se
equivoca al defender el derecho a un referendum soberanista en
Cataluña. Se equivoca estratégicamente (porque ni siquiera los
independentistas están ya en esa fase del proceso – hace apenas
unas semanas que han votado, de hecho, en un referendum que ya
era secesionista, y que no les ha salido bien – ). Y se equivoca,
también, y sobre todo, políticamente, asumiendo el presunto derecho
de los catalanes a decidir si quieren romper con España e instituir
un estado propio.
Es pura demagogia y una completa
falacia afirmar que en una democracia todo está sujeto al escrutinio
de los votos. En ningún Estado democrático hay derecho a votar
contra el propio marco jurídico que representa el Estado (y que es
el que te permite votar). Para romper con el Estado hay que
salirse de él y, por tanto, también del derecho. Así
que no, no cabe legitimar con la ley la ruptura con la propia ley.
Si así fuera, yo y unos cuantos colegas docentes también
exigiríamos el mismo derecho a votar si abandonamos o no el sistema
educativo y hacemos uno nuevo. O yo mismo exigiría mi derecho a
decidir independizarme en mi propia casa, como reza la publicidad de
una conocida marca de muebles. ¿Por que no habríamos de tener ese
derecho yo, o un grupo de amigos, si lo tienen un grupo de catalanes?
¿Qué tiene la catalanidad que no tengan unos mismos
principios educativos, o una personalidad tan coherente que
no quiera seguir sino sus propias normas?
El ejemplo paradigmático de esta
falacia de afirmar el derecho a acabar con el derecho es el
presunto derecho a votar y decidir sobre la propia soberanía. ¿Cómo
se puede votar la soberanía, si es ella misma la que legitima tu
voto? Es tan absurdo como querer decidir con los votos si hay que
decidir las cosas votando. Si los catalanes se suponen a sí mismos
soberanos para votar o decidir su propia
soberanía, ya no hace falta que voten: ya se
han concedido la soberanía a si mismos antes de empezar a votar
nada.
Como afirmaba Kant, el “derecho a la
rebelión” es una contradicción en sus términos. No hay ninguna
ley que ampare saltarse la ley. Lo que hay son rebeliones a secas.
Y una rebelión no puede ser, por principio, legal. Lo que sí puede
ser es legítima o justa, o ilegítima y por la fuerza. Pero la
legitimidad en el caso del independentismo catalán depende de que
nos convenzan de cosas (tan peregrinas) como que los pueblos son
entidades soberanas detentadoras de derechos (más o tanto que
los individuos), que la identidad de las personas está en la
lengua que hablan (en lugar de en lo que dicen y piensan con
ella), o que Cataluña es una colonia del Imperio español (en
vez de ser y haber sido los españoles, muchos y durante mucho
tiempo, emigrantes – y vendedores de materias primas, y compradores
de manufacturas— en la gran metrópoli catalana). Si no nos
convencen de todo esto (como parece que no es el caso), a los
independentistas solo les queda el recurso a la rabieta y a la
fuerza: el chantaje político, la provocación victimista, la
demagogia y la manipulación elevadas a la enésima potencia. Y,
finalmente, el golpe de estado sobre la mesa del Parlamento. Saben de
sobras que nadie va a sacar los tanques a la calle. Entre otras cosas
porque eso, también, les vendría que ni pintado.
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