Una de las últimas perlas de la
campaña electoral ha sido la declaración del líder de Ciudadanos,
Albert Rivera, cuestionando la condición de funcionarios de maestros
y profesores de la escuela pública. La demagogia de este tipo
afirmaciones (demagogia porque se funda en prejuicios, ignora que hay
mecanismos de control del trabajo de los funcionarios, y olvida que
en los países más civilizados de Europa hay más funcionarios que
en el nuestro –y funcionan, justo por eso, a la perfección
–) no logra ocultar el verdadero problema que tiene el partido de
Rivera con los funcionarios.
El problema es que los funcionarios
docentes representan, en el ámbito educativo, a la cosa pública,
que decían los romanos. Y tal cosa
no solo ha de repugnar, por principio, a un partido neoliberal, como
es Ciudadanos, sino que, encima, esta impidiendo aprovechar un
yacimiento inmenso y casi virgen de negocios: el de la educación. La
reforma educativa del PP (la LOMCE), de clara tendencia liberal,
consiste, de hecho, en ir transformando los centros educativos en
algo lo más parecido posible a empresas, y a los programas
educativos en algo lo más parecido posible a programas de
formación para empresarios o para empleados (según la rama,
preferente o de segunda clase, a la que se encamine a cada alumno ya
desde la E.S.O). Ahora bien, como la ciudadanía no está del todo
convencida, aún, de lo buena que es la idea de convertir la escuela
pública en una empresa privada, la estrategia consiste en hacerle
creer que la educación pública no funciona, en intentar
deteriorarla todo lo posible, para venderles después la imperiosa
necesidad de su privatización. Este, y no otro, es el problema
que tiene Ciudadanos con los funcionarios docentes.
Porque gracias a ellos, al trabajo
diario y casi heroico de maestros y profesores, y pese a todos los
esfuerzos, retóricos y políticos, para desacreditar y hundir la
escuela pública, esta sigue, mal que les pese a muchos, funcionando.
Y eso, pese a enormes problemas de dotación de medios y de personal,
o pese a haber tenido que integrar, en muy poco tiempo, no solo a
inmigrantes, sino a cientos de miles de niños y jóvenes de baja
extracción social que, en nuestro país, tras siglos de desidia y
elitismo, se han incorporado, al fin, al sistema educativo. Todos los
datos desmienten, además, la fama de “mala calidad” del sistema
de educación pública. Nunca ha habido en este país la tasa de
escolarización que hay hoy, nunca jamás ha sido tan baja la
tasa de abandono escolar (si contamos como abandono escolar el
no haber pisado jamás un Instituto de secundaria), nunca jamás ha
habido en este país tantos jóvenes tan preparados (demasiados, en
opinión del ministro de educación, para el que los españoles hemos
estudiado por encima de nuestras posibilidades). Y todo esto, hay
que repetirlo, ha sido gracias a Escuelas, Institutos y Universidades
públicas. Y públicas no porque sean (o hayan sido, hasta la
llegada del PP al poder) prácticamente gratuitas, sino porque
representan y persiguen el bien público, y no el negocio y el
beneficio privado, cosas que, aunque algunos simulen no entenderlo,
son diferentes, incluso opuestas.
Pero más allá de sus funcionarios, la
mayor prueba, para mi, de la calidad que sigue teniendo la educación
pública son sus alumnos. Contra muchos prejuicios al uso, no dejo de
ver aparecer por las aulas del centro público en que trabajo una
elevada y creciente proporción de alumnos brillantes, motivados,
inquietos. Tal vez no se les eduque bajo el modelo de triunfador que
defenderían Wert o Albert Rivera, pero no por ello (o precisamente
por eso) han dejado de formarse como personas sensibles, honestas,
comprometidas, lúcidas, críticas y libres.
Muchos de ellos no solo tienen
expedientes académicos magníficos, sino un compromiso decidido con
su entorno social. No pocos, y contra otro tópico injustificado, han
llevado ese compromiso incluso hasta el grado del activismo político.
No son dos ni tres, sino bastantes más los alumnos y ex-alumnos que
veo metidos en política. Muchos, es cierto, y no casualmente, en
Podemos. Digo que no casualmente porque Podemos es, en buena medida,
un fenómeno forjado en el seno de la educación pública: en sus
universidades y en movimientos sociales (las mareas, el 15-M...)
protagonizados, en parte, por estudiantes y docentes de la misma.
He de decir que jamás he estado más
orgullos de mis alumnos que cuando, contra todo “pronóstico”,
los he visto, megáfono en mano, pidiendo paso a sus ideales contra
todos los miedos, inercias e intereses de los que defienden, unos
como corderos y otros como lobos, su comodidad y sus privilegios. O
cuando los he tenido como compañeros de debate en los innumerables
foros con que Podemos ha hecho despertar a tantos jóvenes y no tan
jóvenes a la necesidad de protagonizar, como sociedad civil, los
procesos políticos y a hacer realidad una democracia que, hasta
ahora, se ha limitado a ser el ritual legitimador del poder de unos
cuantos.
Hace unos días, en un vídeo que se ha
hecho viral en las redes, un joven candidato de Podemos, David Bravo,
expresaba de forma muy gráfica, y divertida, lo que ha pasado en
este país desde hace unos años. Durante las protestas del 15-M, o
ante el Congreso durante el 25-S, contaba Bravo que los que
participaban en ellas eran frecuentemente interpelados con aquello
de: “si de verdad queréis cambiar las cosas, dejad las protestas y
fundad un partido político”. Pues... ¡Hola! Aquí está: Podemos,
y toda una nueva generación de jóvenes forjados, en su mayoría, en
la escuela pública, han aparecido y aspiran legítimamente a
gobernar lo que parecía propiedad de unos pocos. Pese a tener todo
en contra (todo el poder de los más poderosos y sus medios de
comunicación, todos los prejuicios y miedos posibles, toda la
inexperiencia del mundo), Podemos ya ha podido, como mínimo, abrir
un claro a la sociedad civil, reforestar a la izquierda, y darnos un
poco de aliento a todos los que defendemos el bien público, la
dignidad y la justicia frente al avance de la locura global del
negocio y la codicia sin límites. Y también, de paso, dejar una
vieja cosa nuevamente clara: la regeneración y el cambio de una
sociedad vienen siempre del mismo lugar: de la educación libre,
crítica, plural, y en el valor de lo común, de sus ciudadanos. En pocas palabras: de la educación pública.
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