miércoles, 20 de abril de 2016

La pedagogía castiza.

Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El diario.es Extremadura.


Entre tanto se deroga, se reforma o se acaba de aplicar la LOMCE (la ley educativa del PP), vuelve el debate entre “nueva” y “vieja” pedagogía. La “nueva” pedagogía es aquella que, muy en general, aboga por una educación integral y diferenciada, se centra en los procesos de comprensión sobre los de memorización, refuerza el sentido lúdico y libre del aprendizaje, insiste en la educación en valores, y pone entre paréntesis los métodos de evaluación cuantitativos (tal como los exámenes típicos). De otro lado, la “vieja” pedagogía (aquella que representa la LOMCE) suele defender una formación formación estrictamente académica, competitiva y dirigida a la excelencia y el mérito profesional como piedra angular el esfuerzo y la disciplina del alumno, es muy parca con la educación en valores (el niño debe venir educado de casa, dice), y considera imprescindible la evaluación cuantitativa del rendimiento (exámenes, reválidas, etc.).

A la “vieja” pedagogía (que no es estrictamente “vieja”: muchos filósofos y pedagogos muy antiguos la rechazarían de plano) a mi me gusta llamarla “pedagogía castiza”. No ya solo porque reivindique una – idealizada – tradición educativa (libre de pedagogías modernas), sino también por esa típica actitud prepotente suya que desprecia lo que, generalmente, ignora, a la vez que exhibe soluciones simplonas para problemas cuya complejidad apenas alcanza a concebir. A estos pedagogos castizos los leo y escucho desde hace muchos años, pero aún no he logrado coincidir con ellos... ¡Absolutamente en nada!

Hace unos días, alguien colgó en el tablón de mi instituto una entrevista a uno de estos antipedagógicos pedagogos. El titular remitía a unas palabras del entrevistado: “La escuela – decía – tiene que dar formación, no es un lugar donde enseñen la búsqueda de la felicidad”. El mensaje es contundente y tremendo. ¿Qué escuela podría ser esa que desvincula el aprendizaje de la felicidad del alumno? – pensaba yo – La respuesta, me temo, está muy clara: una escuela consagrada, exclusivamente, a la formación académica y profesional. La educación del alumno como persona que busca ser feliz, o como ciudadano preocupado por su entorno, quedaría relegada al ámbito privado de la familia o al mundo extraescolar. Esta distinción (entre formación y educación) suele defenderse en nombre de la libertad del individuo para escoger sus propios fines y valores. Pero esto un profundo error. ¿Qué libertad tiene nadie sin esa educación en la pluralidad y la racionalidad que, no la familia, ni el entorno, sino solo la escuela – una escuela que eduque para la felicidad y la justicia, y no solo para el trabajo – puede garantizar a todos?

Tampoco logro coincidir con la insistencia en la disciplina y el esfuerzo. El deseo del hombre por saber es natural, decían los viejos filósofos. Observen a cualquier niño (y casi a cualquier animal superior) y se convencerán. No hay nada que nos guste (y necesitemos) más que observar, interpretar, discutir y entender lo que pasa a nuestro alrededor. Lo hacemos a cada momento. Gozamos de la vida, o de cualquier otra cosa, en la medida en que la comprendemos. Aprender y saber son, esencialmente, algo gozoso. Entonces, ¿cómo es que hay que imbuir en los aprendices toda esa “cultura del esfuerzo y la disciplina”? ¿Cómo es que, para tantos niños y adolescentes (y profesores), ir a la escuela parece ser un verdadero suplicio?

No es difícil responder a esto. Una escuela fundada en el logro de la excelencia académica, la competencia y el mérito es incompatible, no ya solo con la búsqueda de la felicidad, sino con el más simple de los gozos. ¿Qué niño puede aspirar a desarrollar felizmente su individualidad cuando tiene que perder su tiempo en competir con otros y malbaratar su talento para ajustarse a unos determinados estándares de excelencia (no elegidos ni relacionados, por lo general, con sus reales intereses)? ¿Qué niño podría entregarse gozosamente a la experiencia del aprendizaje si supiera que es permanentemente juzgado según “méritos” y “deméritos” que, además, no son suyos? (¿Qué mérito tiene alguien por nacer inteligente o rápido, o por ser más o menos voluntarioso o sumiso a tareas mecánicas que no entiende y a las que se aplica por pura debilidad? La respuesta es: ninguno. La idea de mérito carece de todo mérito).

Si vaciamos al aprendizaje de todo su sentido natural, si cambiamos el amor al saber por el adiestramiento útil, el desarrollo personal por la competencia en pos de unos logros predeterminados, la entrega desinteresada por la conducta vigilada, premiada y castigada... No hay, en efecto, gozo ni felicidad que valgan. Por lo que solo cabe (intentar) enseñar por la fuerza. El que no comprende ni comparte el valor de lo que hace, solo puede hacerlo (si es que eso es hacer y no parecer que se hace) por fuerza de voluntad y disciplina marcial. Aunque con ello no aprenderá nada, por supuesto (salvo a disimular y conformarse). Dijo el filósofo Platón – que recomendaba el juego y el placer como medios naturales para el aprendizaje – que nada puede entrar en el alma de un hombre libre que le haya sido impuesto por la fuerza. ¿Aprenderemos alguna vez esto?

Pese a mis muchos años de profesor, todavía no he averiguado qué diablos tienen que ver los exámenes con la educación. Cuando, por sufrirlos o incluso tener que hacerlos yo mismo, me olvido de lo que es aprender, recuerdo cómo lo hace naturalmente un niño, cómo investiga un científico, o cómo crea un artista. El aprendizaje es una actividad desinteresada y apasionada, como lo es el amor. Pues bien, imaginen ustedes que les obligaran a cumplir un estricto horario de efusiones amorosas, y que, tras ellas, fueran examinados y evaluados por el profesor que las estuviera observando y juzgando. ¿Podrían dar, en esas condiciones, un solo beso genuino?...

¿Entienden ahora mejor – o más castizamente – por qué es imposible que un niño aprenda absolutamente nada (salvo a doblegarse y sobrevivir) bajo la – castiza – pedagogía de la LOMCE? Por suerte, hay otros muchos enfoques pedagógicos, con otros fines, y que demuestran cada día su eficacia, y no solo en Finlandia, también aquí, en centros pioneros de nuestra comunidad, y cada vez más. Esperemos que cuando toque elaborar una nueva ley educativa, no nos olvidemos de esa “nueva” pedagogía.



2 comentarios:

  1. Hola! Soy Tato, un aficionado a la filosofía y en general un entusiasta de los debates. Me voy a permitir la licencia de tutearte, que por el tono que se deja entrever en tus entradas creo que lo prefieres. Si no es así, házmelo saber.

    Me resulta bastante interesante el tema de cómo se plantea la educación para las generaciones venideras, ya que en mi entorno más cercano se encuentran varios profesores y me cuentan los problemas a los que se tienen que enfrentar cada día. Dicho esto, no tengo experiencia directa en el tema y no podría discutir al mismo nivel que otros. En fin, sólo voy a exponerte mi opinión al respecto.

    Si bien es un ideal que la escuela suponga más que la mera instrucción académica de sus alumnos, la manera en que esto deba realizarse y el impacto que tiene en la felicidad son aspectos que merecen una discusión más profunda que una mera suposición optimista de las inclinaciones naturales del hombre.
    En mi opinión un sistema educativo ideal debe comprender lo bueno de las nuevas tendencias, en cuanto al desprecio de las categorías, asignaturas, taxonomías y cuantificaciones que no sean imprescindibles; y en cuanto a la canalización de las motivaciones naturales del alumno para la optimización de su propio proceso educativo. Lo que en cambio sí que debería conservarse del sistema que con sorna llamas castizo (es fácil cebarse con el engendro que es el actual sistema educativo) es, en la medida en que lo consideras representativo de esto, la promoción de la excelencia y la educación en el esfuerzo y la disciplina. Si, esfuerzo y disciplina son palabras que a muchos les dan asquete, pero lo más valioso de cuanto he conseguido en mi vida ha necesitado de ellas desesperadamente. Son cualidades básicas para poderse edificar como persona y moldearse según marquen las adversidades, así como la capacidad de autocrítica o la humildad. Porque muchas veces en la vida hay que aguantarse, comer mierda y poner a prueba la propia resiliencia. Por otra parte, nos vemos puestos a prueba en muchos momentos de la vida. Las auditorías, los feedback de satisfacción, la gestión de proyectos por hitos y las entrevistas personales son situaciones en que, literalmente, nos someten a examen. Cualquier prueba de admisión que sea mínimamente imparcial precisa de un método de evaluación cuantitativo. No digo que el nuevo sistema educativo que se propone no tenga estas cosas en cuenta, pero tal como muchas veces se explica, parece que la energía de los deseos del alumno ya es fuerza suficiente para que se le abra una plaza en el mercado laboral.

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    1. Que el deseo de saber es algo natural en el hombre es algo que, por muchos filósofos que lo hayan dicho, es algo temerario, o al menos tomando el significado literal de las palabras. Mucha gente encuentra su felicidad aparte de la cultura, e incluso sin priorizar su realización profesional dentro de sus vidas. Si se habla de la felicidad hasta el punto en que la propia formación puede garantizar vale, ¿pero cuánta gente se hace funcionaria (como profesores) para ser feliz?¿Cuántos alumnos no saben lo que quieren ser y hacer, incluso habiendo entrado en primer curso de universidad? Es muy fácil sentarse en el sillón del filósofo y filosofar a lo Rousseau que el ser humano es bueno por naturaleza y que todos aspiran al conocimiento esencial de la realidad, que todo hombre persigue un sueño, al igual que un tronista de gimnasio duda que exista más satisfacción que el culto al cuerpo y el sexo esporádico.

      Para terminar, plantear lo peligroso de dejar la felicidad de una persona en manos de una agenda estatal. Los límites a la libertad pueden ser devastadores y el adoctrinamiento a por efecto de una ingeniería social planificada contribuye a la reducción de las personas a masa. Ya es en sí suficientemente difícil abstraerse de la constante manipulación de la prensa y de la "opinión pública", como para dejarse llevar totalmente por dogmas sociales. Al final los políticos que crean esa agenda son personas con intereses privados y pasiones irracionales, así como los miembros que vertebran el sistema educativo, y no se les puede suponer en ningún caso como actores imparciales del sistema. ¿Cómo descuidar la imprescindible labor privada de formación personal, para garantizar la libertad interior? La búsqueda de la felicidad, así como la formación en valores, pueden ser reforzadas pero en ningún caso únicamente sustentadas por un sistema educativo.

      Esta es mi opinión, creo que he abierto muchos frentes pero el simple hecho de debatir algunos será un placer. Un saludo

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