EL ROTO |
Escribo bajo el volcán reactivado del nacionalismo catalán,
comprobando como, para desgracia de todos, una sustanciosa cantidad de
ciudadanos antepone la charanga patriotera al cumplimiento de las leyes y
obligaciones cívicas. Algo que, por otro lado, tiene su lógica: si quieres
justificar que las leyes reconozcan tus presuntos derechos, no ya como persona
o ciudadano de un Estado, sino específicamente como catalán (español, inglés,
mexicano o mogol) no tienes más remedio que echar mano de las fanfarrias, las
banderas, los desfiles y las movilizaciones patrióticas; porque lo que son
razones...
Ha coincidido la sentencia del “procés” y el rebrote
independentista en Cataluña con la más discreta polémica acerca de la
celebración de la Hispanidad y el descubrimiento de América. Una disputa que,
en los términos en que suele presentarse, no es más que una burda pamema. De
entrada, porque ambos bandos tienen una proporción similar de razón. Los
unos por recordar que, como toda conquista que se precie, aquella estuvo
plagada de crueles abusos e imposiciones. Y los otros por hacer valer todo lo
que los españoles aportaron (una lengua común, ciudades, universidades,
ciencia, etc.), amén del espíritu ecuménico que, mal que bien, orientó su
conquista bajo cierto conato de reconocimiento de derechos para los indígenas y
un mestizaje cultural (y humano) que para sí hubieran querido los americanos –
simplemente exterminados – más al norte.
Pero el problema, decía, no es el de esta vieja polémica. El
asunto interesante – y que conecta con el tema catalán – es si hay algún
acontecimiento histórico, relacionado con cualquier nación, que no sea, de
hecho y por principio, igual de moralmente ambiguo que lo es la conquista de
América. Y la respuesta es que no. No hay imperio, país, nación o proyecto de
nación que no deba su existencia (o su deseo de existencia) a la apropiación
del territorio y el sometimiento de poblaciones previamente asentadas que, con
casi total probabilidad, hicieron lo propio con las anteriores, y así hasta el
principio de los tiempos. Y esto incumbe al viejo Reino de Castilla, a las
culturas e imperios precolombinos, y a las naciones que componen hoy
Latinoamérica; a la España actual y la
proyectada República catalana; y a todas las naciones, en suma – las más
fuertes y las que esperan serlo en el futuro –, que comparten, en distinto
grado, ese mismo pecado original que es la violencia y el robo... (De esto trata nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí)
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