Se ha hablado estos días del nuevo “máster” de formación
prematrimonial de la Iglesia. Más allá de la habitual crítica a su desfasada
concepción de la sexualidad (cosa que, por otro lado, solo representa una
pequeña parte del curso – en el que también se incluyen asuntos como la
fidelidad y los celos, la concepción del amor o la resolución de conflictos –),
lo que más ha llamado la atención es su duración: entre dos y tres años. El
argumento – al decir de los obispos – es que si para ser sacerdote, médico o lo
que sea, se exigen años y años de formación, ¿cómo van a bastar veinte horas –
lo que dura el cursillo prematrimonial de toda la vida – para formar a alguien
como esposo y padre o madre de familia?
La verdad es que no puedo estar más de acuerdo. Yo mismo
suelo plantear algo parecido a mis alumnos. “A ver – les digo –, si yo, vuestro
profe, para educaros tres horas a la semana en una materia muy determinada y
durante un solo año, he tenido que estudiar una carrera, superar una oposición,
realizar decenas de cursos y diseñar una programación detallada, ¿cómo es que
para tener un hijo y educarlo en todo y durante toda la vida no se requiere –
por lo general – ni un mísero test
psicotécnico? ¿Nos es esto un poco extraño?”... De todo esta tratamos en nuestra última colaboración en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo completo pulsar aquí.
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