Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Según un
reciente artículo de prensa, la Escuela de Estudios Orientales y Africanos
de la Universidad de Londres ha impulsado un conjunto de propuestas para «descolonizar» y hacer más «inclusiva» la enseñanza
universitaria de la filosofía, reemplazando el
programa centrado en pensadores occidentales clásicos (Sócrates, Platón,
Aristóteles, etc.) por otro con una mayor variedad de autores no occidentales.
Aparte de algunas tonterías, como
considerar que los exámenes son una manera «colonialista» de evaluar
(¡cuando los popularizaron los chinos!), o que emplear blogs o podcasts es más
adecuado a una pedagogía no eurocéntrica (¡cuando son perfectas herramientas de
colonización occidental!), la propuesta de esta Escuela es librar a la
filosofía, o a cualquier otra manifestación cultural supongo, de sesgos
eurocéntricos o racistas; algo la mar de loable. De hecho, sería bueno extender
este movimiento a otras culturas (siempre que, rizando el rizo, esta extensión
anti-etnocéntrica, tan occidental ella, no fuera considerada también una
práctica etnocéntrica…).
Ahora bien, una cosa es el provechoso
ejercicio de la autocrítica, o la no menos loable universalización de la mirada
a que nos aboca la perspectiva no-eurocéntrica (algo que, por cierto, ya nos
enseñaron los viejos filósofos griegos, que acostumbraban a viajar y aprender
de los sabios de otras culturas y latitudes), y otra muy distinta el incurrir
en la relativización absoluta de los conceptos o en los sesgos ideológicos.
Así, alguien podría pensar que, dado que
la filosofía se caracteriza desde sus orígenes como una alternativa crítica y
dialéctica a las creencias tradicionales, es difícil justificar que el
magnífico caudal de sabiduría de muchos pueblos pueda considerarse otra cosa
que un compendio ancestral de preceptos prácticos y creencias sobre el
mundo que, aunque dé mucho que filosofar, no sea estrictamente hablando «filosofía».
Es claro, por ejemplo, que la teosofía hindú o la tradición confuciana
tienen mucha profundidad filosófica (igual que la tienen la teología católica,
la escolástica marxista o el psicoanálisis), ¿pero responden realmente a una
especulación filosófica libre de dogmas y sometida a una duda radical?
Pasa algo parecido con algunos de los
intelectuales erigidos como candidatos a «filósofos no eurocéntricos»: que
parecen científicos sociales admirablemente aplicados a deconstruir y explicar
la cultura a partir de un determinado paradigma (el del anticolonialismo, el
del género, el del antirracismo, etc.), pero no tanto filósofos o filósofas
dispuestos a cuestionarlo radicalmente todo, empezando o terminando por su
propio marco de interpretación. Admito que la distinción no es fácil, como casi
ninguna en filosofía, pero no que sea irresoluble o dé pábulo a un relativismo
irrestricto.
En cualquier caso, me parece digno de
reflexión que todas estas consideraciones decolonialistas
se dirijan casi siempre a saberes como la filosofía o la historia del arte,
y casi nunca o significativamente menos a la ciencia. No entiendo bien por qué
todo el mundo exige diversidad cultural o paridad de género en el ámbito
filosófico o el artístico, pero no, por ejemplo, en el de la física o la
medicina. Mucho me temo que cuando vamos a tratarnos a un hospital o a
matricularnos en una Facultad de Física, solo exigimos que los médicos,
profesores y autores a estudiar sean los mejores en su campo,
independientemente de su color de piel, cultura o género.
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