Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Mañana jueves se celebra el Día Mundial
de la Filosofía, algo que, además de irrelevante, empieza a resultarme más
cargante de la cuenta. No solo porque haya ya un «día mundial» para casi
todo, sino también porque a los entusiastas del asunto nos parece que esto de
filosofar tendría que ser mucho más que flor de un día y estar presente en
todos los niveles educativos (como la religión), en las empresas (a servidor lo
contrataron en el «departamento
conceptual» de una), en la
calle (como diría el amigo Eduardo Infante), o incluso – les digo en broma a
los alumnos – en los gimnasios, como en la Atenas clásica; no en vano filosofar
es como hacer flexiones: «hacia
dentro» (ese volverse, reflexivo, hacia uno
mismo) y «hacia fuera» (ese volverse, flexible, hacia los otros), para pensar mejor en
lo que pensamos y dialogar menos torticeramente con lo que no.
Para hacer que todos los días sean días
mundiales de la filosofía sobran los motivos. Uno de ellos lo ha desvelado el
último disco de Rosalía. Tanto esa búsqueda de espiritualidad que dicen que
destilan sus canciones, como el que todos estemos hablando de ellas (como
mandan las buenas campañas de márquetin) son síntomas de que nos faltan
referentes con los que orientar la vida y una buena inyección de espíritu
crítico, justo todo lo que la filosofía regala (tal vez si lo vendiera caro,
otro gallo cantaría). Además, los jóvenes (y esto ya no es márquetin, sino
información) parecen estar viéndole la pata que cojea a la insomne bestia del
capital, y empiezan a preferir el oro de tener tiempo al tiempo entretenido en
acumular oro.
Contamos, así, con todo lo preciso para
una tormenta filosófica perfecta: aquella que debería elevarnos sobre el
marasmo o vacío espiritual de nuestro tiempo – con permiso del mindfulness –, y
aproximarnos a algún nuevo continente político – lejos de los cantos de sirena
del populismo –. ¿Lo conseguiremos? A los chicos y chicas a los que quiero
creer que enseño aún les tira mucho el mundo de sombras del meme y el oro del
éxito académico, pero no son pocos los que, además, abren los ojos para
escudriñar la caverna, la boca para practicar la mayéutica (la de Robe o la de
Sócrates) y, espero que pronto, las manos para dar un golpe sobre la mesa en
que los adultos nos damos un opíparo banquete a costa de su futuro. Porque la
espiritualidad (la filosófica y la de disfrazarse de monja) cunde más si se
tiene piso, un salario decente y aire limpio para respirar. A ver si a la
Rosalía le da también por cantar sobre todo eso.

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