Ya saben que anda ultimándose una nueva ley educativa y, con
ello, vuelve el debate en torno a qué materias y contenidos han de conformar, y
en qué medida, el nuevo currículo. ¿Qué debemos enseñar a los alumnos? El
asunto es complejo. Pero hay una serie de principios que parecen, en esto,
difíciles de refutar. Veamos.
En primer lugar, la educación no puede consistir en simple
transmisión de información (algo que está ya, por doquier, al alcance de todos)
sino, más aún, en capacitar para el análisis y la valoración crítica de la
misma. En segundo lugar, la educación ha de aunar lo teórico y lo práctico,
tanto en los contenidos como en el modo de enseñarlos y aprenderlos, y con lo
práctico no solo me refiero al conocimiento técnico, sino también a la moral (no
basta con formar para ejercer una profesión, también es necesario hacerlo para
ejercer una ciudadanía libre y responsable). En tercer lugar, una educación a
la altura de los tiempos ha de promover la relación entre disciplinas, lo cual
no equivale a confundirlas, sino a comprenderlas desde un enfoque más amplio y
profundo de lo que son el saber y la ciencia, sus métodos, supuestos y fines.
Finalmente, se impone partir de una concepción multidimensional del ser humano,
al que resulta imposible educar plenamente sin atender esos otros aspectos
suyos (la voluntad, las emociones, la sensibilidad, la sexualidad, la aptitud
física…) que no se dejan reducir a lo puramente cognoscitivo (de ahí el sentido
de la educación moral, estética, artística, física, etc.).
Ahora bien, estos cuatro principios enunciados coinciden con
precisión con los de la enseñanza de la filosofía, un saber que (1) tiene como
objetivo específico la reflexión en torno al modo de categorizar y valorar la
información que recibimos acerca de la realidad, (2) posee una naturaleza
teórico-práctica – en tanto nos mueve a pensar radicalmente el mundo a la vez
que a plantearnos cómo debemos vivir y convivir en él –, (3) se empeña en
descubrir la relación entre las ideas y ámbitos de conocimiento desde una
perspectiva integradora y crítica, y (4) promueve una comprensión global de lo
que es (y debe ser) el ser humano.
Ningún otro saber o ciencia se ocupa de investigar
racionalmente lo que es la realidad en su conjunto (las ciencias particulares
solo se ocupan de determinadas parcelas del mundo sensible), ni de tratar con
los valores o ideales de bondad, justicia o belleza (los valores no son hechos
sujetos a observación científica), ni de conocer lo que son el conocimiento
mismo y la verdad (no hay una “ciencia de la ciencia” más allá de la propia
filosofía), ni tampoco de concebir una idea unitaria e integradora de lo que es
en sí el ser humano.
Es esta filosofía – consecuente – de la educación la que
alienta la insistencia en librar a la nueva ley del recurrente error de reducir
la presencia de la filosofía en la educación secundaria. Es cierto que esta
materia necesita – como todas – de una profunda renovación, sobre todo en el
bachillerato (para que deje de ser un vetusto catálogo de textos y autores),
pero no lo es menos que es la única que permite dotar de un espacio curricular
específico a la reflexión y el diálogo racional en torno a todo lo que, en la
escuela o fuera de ella, y ya sea por dogmatismo, urgencia o inconsciencia, se
nos imbuye de modo parcial o totalmente acrítico.
Y esta necesidad de educar la competencia filosófica no solo
se da en educación secundaria, sino también en primaria. Hace poco, las
asociaciones de Filosofía para Niños de toda España lanzaban un
manifiesto en pro de la educación de los más pequeños en el diálogo y el
pensamiento filosófico; un viejo proyecto fundado en la evidencia de que los
niños también piensan, dialogan con los demás y consigo mismos, se hacen preguntas,
buscan argumentos convincentes o experimentan conflictos morales, y que solo
desde ese afán espontáneo y entusiasta por el saber, presente en la naturaleza
humana desde la infancia, se pueden construir dinámicas educativas
(científicas, morales, artísticas…) que no sean un mero simulacro o un simple
adiestramiento forzado.
Para educarse como personas conviene, en fin, filosofar
desde niños.
Este artículo fue publicado en El Periódico Extremadura. Para leeer el artículo en prensa pulsar aquí.
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