jueves, 11 de junio de 2020

¿Para qué sirven un profesor y un aula?



Políticos y expertos repiten con insistencia que la educación on-line (lo que hemos estado haciendo profesores y alumnos durante la cuarentena) “ha llegado para quedarse”. ¿Qué querrán decir? ¿Qué jamás superaremos esta pandemia? No creo. ¿Qué hay que digitalizar la educación? Tampoco: los centros ya están más que informatizados (ordenadores por doquier, pizarras digitales, plataformas educativas…). ¿Entonces?

Da vértigo pensarlo. Pero sospecho que a algunos les encantaría que profesores y alumnos continuáramos enseñando y aprendiendo regularmente desde casa. Al menos parcialmente, para algunos niveles o materias. No va a pasar mañana, pero… ¿Se figuran cuántas aulas o centros podrían cerrarse? Calculen el dinero que recobraría el Estado liberando terrenos y dejando de pagar transportes, comedores, mantenimiento y, sobre todo, personal.  ¿Se imaginan a cuántos alumnos se podría enseñar a la vez con unos buenos recursos digitales (vídeos, tutoriales interactivos, juegos...) y un profesor conectado en alguna parte para resolver dudas? ¿Cien, quinientos, mil?

Se impone el teletrabajo, el comercio por internet, la teleasistencia. ¿Por qué no también la educación telemática, al menos en la enseñanza pública (“quien quiera presencialidad que lo pague”, se diría por ahí)? Imaginen un día de clase en alguna nueva normalidad lejana: el alumno enciende su portátil y recibe, sucesivamente, un tutorial autoevaluable con la lección de matemáticas, un espectacular documental didáctico sobre historia, la sesión práctica de inglés (con chat abierto a hablantes nativos de todo el mundo) y, para acabar, un divertido videojuego para hacer ejercicio… La necesidad de dotar a los alumnos de equipos, conexión y otros materiales generaría, además, suculentos contratos para las empresas del sector y, en comparación con lo que cuesta la enseñanza presencial, no supondría más que calderilla presupuestaria para el Estado. Bien, ¿qué más hace falta? Al fin y al cabo, ¿para qué sirven un profesor o un aula, ahora que todo puede saberse apretando un botón desde cualquier lugar del mundo?

En un viejo artículo, Umberto Eco respondía hace años a la primera de estas preguntas. Frente al “todo está en internet” un profesor sirve – decía el humanista italiano – para enseñar a analizar, categorizar y valorar el torrente caótico de información que proporcionan medios y redes, para relacionar ideas, examinar supuestos, buscar causas últimas y, sobre todo, para dialogar argumentativamente con sus pupilos en torno a todo esto. De otro lado – añadiría yo – el profesor puede ser un referente personal y moral insustituible para sus alumnos (hagan memoria y verán como lo que más recuerdan de sus maestros es la forma de ser y estar que mostraban en clase).

Ahora bien, el entorno virtual generado por las redes ha cambiado mucho desde que Eco escribió ese artículo. Ahora por internet también se puede dialogar y mantener un cierto contacto personal. ¿Entonces? Repetimos ¿Para qué sirve hoy un profesor en un aula? Más allá de cursilerías en torno a la “mirada” del alumno o la presencia “aurática” del profesor (¡cómo si todo esto no pudiera darse también en la pantalla!), la inmediatez física de la comunicación en el aula supone ventajas aún inasequibles a la interacción digital.

Una de ellas es la de esa sociabilidad invasiva y espontánea que obliga a nuestro narcisismo congénito a tolerar y negociar (y, por el camino, aprender) con la particularidad del otro – un “otro” al que resulta tan fácil bloquear o eliminar en el entorno virtual –. El aula (como cualquier otro foro físico y público) representa un resquicio de convivencia descentrada con respecto al “yo”, un lugar más pleno de comunidad y de realidad en el que aún podemos contrastar el mundo de la pantalla con todo lo que queda delante o detrás de él.

Si un profesor sirve para perderte (tentándote con el fruto prohibido del conocimiento), un aula sirve para buscarte en el encuentro pleno con la otredad de un mundo necesariamente extraño y desafiante. En esa trama de extravíos y encuentros está todo el jugo de la vida. Y ojo que tal vez no haya desde donde hacer un tutorial al respecto.

Este artículo fue originalmente publicado en El Periódico Extremadura. Para leer el artículo original pulsar aquí. 


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