Este artículo fue publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Soy incapaz de aprender nada de memoria. Al menos, voluntariamente. La razón fundamental es que no me da la gana. Y no me da la gana porque memorizar atonta, y no hay nada más aburrido que embotarse en la repetición mecánica de algo. Tal vez esto de memorizar sirva, a lo sumo, para relajarse (como rezar o hacer meditación) pero (como rezar o hacer meditación) no sirve para aprender nada.
Tal es mi tirria a memorizar que cuando tuve que estudiar el
código de circulación intente reescribirlo, more geométrico, como la
Ética de Spinoza, a ver si así me lo aprendía. Fue imposible, claro: ni yo soy
Spinoza ni el sistema de señales de tráfico es lógicamente sistematizable, te
pongas como te pongas. Pero eso sí, gracias a que me puse, se me quedó el dichoso
código en la cabeza. Está claro: razonar (sin más) implica memorizar; mientras
que memorizar (sin más) no supone necesariamente razonar; ni de lejos.
Una ventaja de no querer o saber memorizar es que uno tiene
que repensar con frecuencia las cosas. Y esto, en relación con asuntos de
enjundia (que son los que hay que pensar, ¿para qué si no?), es un ejercicio muy
saludable. Saber no consiste en memorizar enciclopedias (¿se acuerdan de las
enciclopedias?), sino en mantener el tono intelectual de aquellos que las
hicieron posibles. Y cultivar esa inquietud intelectual no se logra memorizando
o calculando mecánicamente. Ni siquiera leyendo lo que suponemos que pensaron
otros. Ya advirtió Platón en el Fedro (y no cito de memoria) que la
generalización de la escritura iba a acostumbrar a la gente a repetir ideas
solo por el hecho de haberlas leído y memorizado, aumentando significativamente
el número de eruditos atorrantes…
Por supuesto que siempre hay necesidad de recordar datos,
aunque esto es algo secundario para alguien que razone con cuidado. Tengo un
amigo filólogo que es capaz de leer en varias lenguas (todas románicas, cierto)
sin haber memorizado listas de reglas o vocabulario. Le basta dominar las
estructuras del idioma (por haber traducido mucho latín y griego), reconocer
algunas palabras muy comunes, e ir induciendo o deduciendo hipótesis a partir
de ellas y del contexto. Piensen que un número excesivo de datos o detalles
impiden pensar y saber nada. ¿Recuerdan (grosso modo) a Funes el
memorioso, aquel personaje de Borges incapaz de olvidar y, por lo mismo, de
pensar en nada?...
Es por todo esto que me resulta tan extraña y desencaminada
la defensa numantina que hacen de la memoria algunos de mis colegas docentes.
Piden que no caricaturicemos su posición mencionando aquella práctica estúpida
de memorizar listas de reyes godos y cosas parecidas, pero es que no se sabe
muy bien qué es, entonces, lo que defienden. Si es que todo proceso cognitivo
implica emplear la memoria, a esto no se opone nadie. Y si de lo que se quejan
es de que los alumnos no manejan tantos datos de memoria como antes, la réplica
es fácil: no hace falta. Igual que la aparición de la escritura (pese a la
objeción de Platón) permitió que la gente dedicara menos tiempo a repetir
cosas, y más a crear y pensar, el auge, hoy, de la cultura digital está
acabando con rémoras (como pasarse un mes recabando datos que se pueden
encontrar y organizar ahora en unos minutos) que obligaban entonces, por
economía del tiempo, a utilizar mucho más la memoria…
Estos colegas míos deberían saber, en fin, que aprender no
es nunca el resultado de memorizar nada, sino que es el memorizar lo que
resulta (entre otras cosas) de un buen aprendizaje, es decir, de aquella
experiencia que, lejos de limitarse a instalar datos en la cabeza, cambia y
reorganiza tu forma de pensar y vivir.
Sé todo esto porque estudié con aquellos viejos profes sesentayochistas
que, como pedagogos deseosos de aprender a enseñar les darían hoy unas
cuantas vueltas a algunos de mis colegas más jóvenes. Y lo hice, además, en un
cole en el que no te obligaban a memorizar nada (ni a hacer demasiados
exámenes). Gracias a ello hoy soy, como decía, casi completamente incapaz de
aprender nada si no lo pienso y ordeno antes de forma crítica en mi cabeza…
Pese a esto, creo que no me ha ido mal del todo. Como
tampoco a la mayoría de los alumnos que han pasado durante años por mis manos.
Ellos me han confirmado que no hay otra forma posible de aprender que rehuyendo
de toda memorización mecánica (es decir, de toda memorización a secas), y, por
supuesto, de esa obsesión por los exámenes – casi todos de memorieta – que
pervierten el aprendizaje, transformándolo en adiestramiento perruno y
alienante.
Muy de acuerdo con esta descripción de memorización
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Y casi el mismo modelo podríamos aplicar a la llamada " cultura del esfuerzo"...por el esfuerzo. Como la memoria, el esfuerzo aparecerá cuando la actividad que me proponga me motive lo suficiente como para que este esfuerzo sea asumido , digamos, gozosamente.
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