Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura.
Lo comentaba el otro día con un amigo y
colega de fatigas docentes: ¿Qué hacemos con el alumno o alumna que se toma en
serio la encendida defensa del pensamiento crítico que hacen las leyes
educativas? ¿Pueden ser críticos también con sus profesores o sus padres, o
solo con sus iguales, los influencers de Youtube o las letras de
reguetón? Cuando pienso en la de veces que he visto alabar al alumno dócil y calladito,
y denostar al que mostraba una mínima actitud crítica, me entran las dudas… «¡Cuidado,
que ese es de lo que te contestan!» – he escuchado en multitud de
ocasiones—; o de «los que te lo cuestionan todo» – he oído otras tantas –…
En ocasiones he tenido que confesar a mis
alumnos que por mucho que en los temarios se diga que hay que desarrollar la
competencia crítica, el esforzarse en ello no siempre acarrea el premio merecido…
Diga lo que se diga (les digo), a muy poca gente le agrada la crítica. Y en
esto casi da igual que esta sea argumentada, respetuosa y constructiva, o
furibunda e insultante (como las que abundan en las redes). ¡Casi diría que
puede ser peor la primera, pues obliga a tomarse la crítica en serio y, a
veces, a algo tremebundo: a cambiar públicamente de opinión!
Algunos compañeros más sabios, y quizá
escarmentados, me dicen que a los alumnos hay que enseñarles también a
diferenciar lo ideal de lo real: lo ideal es que sean críticos y
lo cuestionen todo, pero la cruda realidad es que en ocasiones, y si no quieren
problemas, «estarán más guapos con la boca cerrada». Como consejo no está mal.
El problema es que en el ámbito de la filosofía esto de lo ideal y lo real no
está tan claro. Platón, por ejemplo, decía que hay que tender a lo ideal y no cejar
en la crítica razonada, cueste lo que cueste (¡qué se lo digan a Sócrates!). Y
Kant, otro filósofo que se enseña en clase, decía que la ética consiste en
actuar según principios, y no movido por ningún cálculo de costes y beneficios.
¿Entonces? ¿Animamos a los chicos a ser siempre críticos? ¿O solo cuando conviene?
El propio Kant esbozó una sugerente
teoría política al respecto. Él pensaba que una nación sería cada vez más justa
e ilustrada si en ella se enseñaba a los ciudadanos a criticar libre y públicamente
lo que quisieran, siempre que se guardaran de hacerlo durante el ejercicio de
su función o cargo profesional. Así, un militar, un profesor, un inspector
fiscal, etc., deberían poder criticar libre y razonadamente como ciudadanos (fuera
de su horario laboral por así decir) a las instituciones para las que
trabajaran, siempre que en el desempeño de su cargo cumplieran fielmente sus
obligaciones y se ajustaran a la doctrina imperante (y mientras esta no fuera
totalmente contraria a sus principios, claro). Esto permitiría que la sociedad
progresara – gracias a la actitud crítica de la ciudadanía – sin que peligrara
el orden social.
Kant solo hacía una excepción a su regla.
Había un solo oficio en que el Estado debería permitir la misma crítica sin restricción
que se permitía en el ámbito cívico: el de filósofo. La razón es que este
oficio es el único que consiste, justamente, en cuestionarlo todo. Kant pensaba
que un régimen que quisiera ser ilustrado habría de tolerar, e incluso desear,
ese grado radical de crítica interna. Un régimen fundado en la razón solo
podría legitimarse permitiendo que se razonara sobre y desde sí mismo.
¿Qué les parece? Reparen, por cierto, en
que Kant publicó estas revolucionarias ideas allá en la Prusia del siglo XVIII
y bajo la monarquía de Federico el Grande, quien parece que se mostraba de
acuerdo con el filósofo («Razonad sobre todo lo que queráis, pero obedeced» era
su lema, según Kant). ¡Ya quisieran los iranies, los chinos o los rusos
actuales (que se lo digan a Alexéi Navalni) vivir en un régimen como el de este
déspota (ilustrado) de hace tres siglos!
¿Y en cuanto a nosotros? ¿Qué respuesta
deberíamos dar a la pregunta del principio desde nuestras modernas democracias
liberales? ¿Deberíamos empeñarnos en enseñar a niños y adolescentes a ser
ciudadanos libres y críticos?... Parece obvio que sí (más aún si el Estado,
como es nuestro caso, ha dispuesto a la filosofía como materia troncal del
sistema educativo). Esos alumnos y alumnas criticones y respondones deberían ser,
pues, el modelo a imitar (y no a denostar), los primeros de la clase, los hijos
e hijas a exhibir ante las visitas…
Tal vez por ese camino llegáramos algún
día a vivir en democracias plenas, en las que no solo los filósofos (y sus
alumnos) tuvieran el privilegio de criticarlo constantemente todo, sino
también, y sin más límites que los de su saber o ciencia, el resto de
intelectuales, científicos, periodistas... Aunque para ello tuvieran que ser
algo parecido a funcionarios. No habría gasto mejor justificado para un Estado
que el de tener en nómina (y a salvo de los gobiernos de turno) a aquellos tábanos
encargados de mantenernos despiertos a todos…
Gran Mensaje práctico de una real y necesaria enseñanza de comportamiento
ResponderEliminarMuchas gracias.
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