Menudo cambalache, que dice el tango. Los pequeños y medianos agricultores clamando contra lo mismo que puede salvarlos de las garras del mercado y los efectos del cambio climático, mientras la derecha, copromotora de los tratados de libre comercio, de los privilegios de las distribuidoras y del reparto injusto de las subvenciones, subiéndose al tractor a ver qué cae en las urnas gallegas y europeas…
Las quejas de los agricultores y
ganaderos contra las exigencias medioambientales son desconcertantes, pues es
de tales exigencias de lo que depende precisamente su futuro. Por muchos
controles que se apliquen, los productos de los países extracomunitarios, cuya
mano de obra puede ser hasta cinco o diez veces más barata, serán siempre más
competitivos. Es por ello por lo que hay que proteger el único valor añadido de
nuestra agricultura y ganadería: su calidad y la garantía que ofrecen para la
salud (la nuestra y la del planeta, que vienen a ser la misma); algo que
supone, obviamente, someter a más controles la actividad agropecuaria. Es eso,
junto a la educación de la ciudadanía en las virtudes de un consumo sostenible
y responsable, lo único que puede salvar el campo europeo. Eso o cerrar
fronteras, reivindicar la autarquía e irse a Davos a gritar con los ecologistas
y la izquierda alternativa contra los males de la globalización…
Y un apunte sobre la burocracia: los
agricultores y ganaderos europeos están entre los más protegidos del mundo.
Entre pagos directos y ayudas al desarrollo rural la UE invierte casi el 40% de
su presupuesto en un 4.5% de la población, generadora de apenas un 1.6% del
PIB, siendo España el segundo país receptor de estos fondos. Se pagan
subvenciones y ayudas públicas frente a todo tipo de contingencias, algo
impensable en casi ningún otro lugar del planeta. Y es obvio que a todos nos
parece esto muy bien. Pero este gigantesco esfuerzo económico – que proviene de
nuestros impuestos – implica trámites burocráticos, que no se imponen para
torturar a nadie, sino para asegurar que los fondos llegan sin corruptelas a
quienes lo necesitan. Y para cuidar de la seguridad alimentaria de todos, no se
nos olvide. ¿O es que nadie se acuerda ya de cuántos desastres sanitarios han
estado relacionados con la relajación del control burocrático sobre productos
agrícolas y ganaderos? ¿Se acuerdan del aceite de colza, de la enfermedad de
las vacas locas, de la peste porcina, del coronavirus…?
Otro tiro disparatado de los agricultores
es el que apunta a la Agenda 2030, una relación de objetivos liderados por la
ONU en la que se apuesta literalmente por duplicar la productividad agrícola,
aumentar los ingresos de los productores de alimentos a pequeña escala y
apoyar a los agricultores y ganaderos familiares. ¿Nos subimos a un
tractor para poner a parir un proyecto que viene a subrayar el valor de nuestra
agricultura y ganadería tradicionales frente al avance imparable de las macrogranjas
y el monocultivo industrial controlado por grandes corporaciones? Eso no hay
quien lo entienda.
Si los indignados autónomos y pequeños
empresarios agrícolas y ganaderos quieren tomar un rumbo coherente deben
dirigir sus quejas y tractores (como excepcionalmente hacen) a otro sitio: a
las multinacionales de la distribución, a los fondos de inversión que especulan
con la tierra y los precios, o a las sedes de aquellos partidos políticos que
defienden sin condiciones los tratados y convenios bilaterales de libre
comercio. Denunciar esos tratados, exigir la aplicación estricta de la Ley de
la Cadena Alimentaria o demandar medidas para que no sean los grandes propietarios quienes arramplen con el
80% del dinero que llega desde la UE, son algunas de las cosas concretas por
las que sí que tendría sentido cabrearse y sacar el tractor a la calle.
Es cierto que exigir medidas regulatorias
y de control del mercado son cosas de esos malditos rojos de la izquierda
(al menos, de la que no está entretenida con las bobadas de la guerra
cultural), pero ¿quién sino la izquierda habría de defender a los que están
abajo alimentando los beneficios astronómicos de los de arriba – esos que, más
que urbanitas o gente de pueblo, son nativos de islas privadas y paraísos
fiscales –?
Mientras no se entienda todo esto, me
temo que lo recorrido y bloqueado no habrá servido para casi nada, salvo para
que se suban al carro, disfrazados de salvapatrias, aquellos que no tienen otro
propósito que el de liberalizar aún más el sector primario, aunque eso suponga
reconvertir y vaciar del todo la España rural.
Magnífico artículo
ResponderEliminarGracias.
EliminarMuy bueno, Víctor. Acertado y lúcido. Y valiente. Un abrazo grande.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Eliminar