Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
Una de las cosas que dan más risa son los
iluminados. Siempre que no tengan la sartén por el mango, claro. En ese caso lo
que dan es miedo, y la risa se queda para el carnaval. Eso en los lugares en
los que lo hay. Entre los puritanos, en los que el carnaval no existe o es cosa
de brujas, como en los USA, la cosa acaba a veces con un tipo pegando tiros en
el aparcamiento de un supermercado.
Dudo que esto último pueda pasar, por ejemplo, en Cádiz. Porque en Cádiz se ríe de lo lindo. Libremente y durante todo el año. De los iluminados y poderosos, y de los que no lo son. Tal vez por eso durante el carnaval son tan tiquismiquis y te dejan que te rías de todo, pero con un orden y unas formas que ya quisiera un sacerdote egipcio. Sí señor. Igual que hay que saber beber – te dicen –, hay que saber reírse de todo con arte y con parte (de razón). Donde se ríe por principio, el carnaval no tiene que ser un turbio desahogo, una bacanal irracional o una matanza catártica.
Tampoco ha de ser una patochada
propagandística, como la de esa chirigota «fake» reventada por el
público hace unos días (cantando y riendo, como debe ser) en el teatro Falla.
No ya por su contenido (una torpe apología del santoral conspiranoico y voxero:
vacunas, chemtrails, negacionismo climático…), ni porque apenas supieran
cantar ni ajustarse a los estrictos cánones de la chirigota (ese cachondeo
elevado a religión o arte), sino, sencillamente, porque les faltaba lo principal
que hay que tener en Cádiz: ingenio y buen humor.
Porque fíjense que hasta para ser malo hay que ser bueno. Un buen iluminado habría de serlo tanto como para cachondearse – en carnaval – de sus verdades infinitas. Un conspiranoico verdadero habría de serlo tanto como para pensar en la guasa que tendría un plan para fabricar conspiranoicos. Y un carnavalero de ley habría de serlo tanto como para reírse de la que se ha formado, del escándalo de los puristas, y de la chirigota que se va a hacer de todo ello en la calle.
El carnaval, como casi todo, es política,
de uno u otro signo. Y a veces arte, de una u otra manera. Pero principalmente
es risa libre y franca; es el pueblo riéndose del Pueblo y de los iluminados
que aspiran a dominarlo; es el propio carnaval riéndose del Carnaval y de los
capillitas que aspiran a controlarlo; y es el juego libre del juego social bajo
un único, omnipresente, infalible y todopoderoso rey: su majestad la gracia. No
la de Dios, sino la de Cádiz, que no tiene que andar muy lejos.
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