viernes, 20 de mayo de 2016

De tribus y familias


Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura
 


Hace unos días saltaron a las portadas y a las tertulias unas palabras de Anna Gabriel, dirigente de la CUP, criticando a la familia tradicional y mostrando su predilección por la crianza colectiva de los hijos. No es nada que no se haya dicho un millón de veces – sin mayores consecuencias – desde Platón a (salvando todas las distancias) los hippies del siglo pasado. El problema, tal vez, es que Anna Gabriel y su partido representan una cierta amenaza, no ya a la familia tradicional, sino a las familias que, tradicionalmente, han dominado este país (sea el que sea, porque en eso no se distinguen Cataluña y España). De ahí tanto estrépito por parte de las jaurías mediáticas.


Pero dejemos ahora eso, y centrémonos en las palabras de Gabriel: el modelo tradicional de familia monógama – dice – es empobrecedor y posesivo. ¿Tendrá razón? De entrada, la monogamia es algo casi incuestionable. Cuando sondeo a mis alumnos sobre este asunto compruebo que no ponen reparos a las parejas homosexuales, a las que comparten hijos de relaciones anteriores, a las que no se casan... Lo que sí que no les entra en la cabeza es cuestionar el concepto mismo de pareja. Cuando les muestro que en muchas culturas las familias no son monógamas, sino polígamas (poligínicas e incluso poliándricas) lo perciben como “cosa de bárbaros”. Y si, mucho más allá de la poligamia (que es casi siempre una relación patrimonialista y poco “amorosa”), les hablo del “poliamor”, es decir, de la simple posibilidad de que varias personas se quieran y convivan juntas siendo más de dos, les parece algo del todo imposible.


¿Pero de verdad os parece imposible – les pregunto entonces yo – que alguien ame a más de una persona, tal como, por ejemplo, una madre ama a todos sus hijos, o cualquiera de vosotros a todos vuestros amigos? ¡¡Pues claro que sí – protestan en seguida ellos –, porque el amor de la pareja es muy distinto!! ¿Y en qué son tan distintos – reparo yo, disfrutando por anticipado de su perplejidad – ? ¿No solemos decir que nuestra pareja es, ante todo, un buen amigo o amiga? ¿Qué hay más que eso?... Por muchas vueltas que le damos, al final mis alumnos solo encuentran una diferencia estimable entre la amistad (en la que se permiten las relaciones múltiples) y el amor (en el que se exige exclusividad); esa diferencia es el sexo y las perturbadoras emociones ligadas a él. Pero aún así – prosigo yo –, ¿tan equivocados están los que prefieren tener varios amigos con los que tener relaciones afectivas y sexuales, e incluso hijos? ¿Está acaso la sabiduría contenida en un solo libro – les digo, ya en broma, y con cierto tono bíblico – ? ¿No es preferible amar, desarrollar nuestros afectos, y convivir o criar hijos con todas las (buenas) personas posibles? ¿No aprenderíamos más o viviríamos más plenamente así?...


Sea como fuere, lo cierto es que la familia monógama, fundada como está en la propiedad del sexo del otro (y en la reproducción exclusiva de nuestros genes), parece una institución mucho más primitiva y visceral que, por ejemplo, la amistad. Incluso en sentido moral. Recuerden que la institución familiar no depende (para muchos de sus miembros) de una elección libre, ni en ella, y por lo general, se anteponen los principios de justicia o razón a los vínculos e intereses subjetivos (¿cuántos denunciarían un delito cometido por algún miembro de su familia?) …


La familia monógama puede ser, así, irracional, empobrecedora, posesiva y hasta inmoral ¿Hay que preferir, entonces, otros maneras de amar y criar a los hijos? Tal vez. Hace 2500 años el filósofo Platón decía algo parecido a lo que afirma la dirigente de la CUP: la crianza en común – según Platón – compromete fuertemente a los ciudadanos unos con otros, en cuanto hace que todos ellos se sientan parte de una gran familia en la que nadie conoce (ni falta que hace) quien es su padre o hijo carnal. Sin ese compromiso, experimentado desde la niñez, con el grupo, la sociedad se disgrega en la turbamulta de los intereses particulares. Eso sí, Platón circunscribía ese modelo colectivo de convivencia a las clases dirigentes (las únicas, según él, que estarían preparadas, por su educación, para asumirlo).


Ahora bien, también esta propuesta tan filosófica tiene inconvenientes. Muchos la han tachado, por ejemplo, de totalitaria, en cuanto es el Estado el que – según Platón – debe instituir y planificar esa especie de “familia colectiva”. De otro lado, la idea – más anarquista – de tribu que esgrime Anna Gabriel no está exenta tampoco de peligros (como el del gregarismo y la presión social sobre el individuo – pasa hasta en las mejores tribus – ), ni de ídolos o mitos, como el del “buen salvaje”, o el de la “identidad nacional”, del que vive en gran parte la CUP (y casi todos los demás partidos)...


En fin. Tal vez, en un futuro no muy lejano, los modelos de sexualidad y crianza sean muchos y variados. Y el monotipo y el monopolio de la monogamia sean un atavismo a superar. Entretanto, lo más razonable es esto: pensarlo, la poligamia intelectual. Y no montar un escándalo cada vez que alguien pone en cuestión este o cualquier otro tabú. Eso es propio de tribus – o de familias apegadas al poder – Y no de una sociedad civilizada.

1 comentario:

  1. Respecto al monoamor y a las relaciones de pareja actuales, mucha gente alega que su única diferencia con una amistad no es el sexo, sino el tiempo que se le dedica a reforzar el vínculo entre las dos personas, ya sea pasando tiempo juntos o manteniendo conversaciones constantes por los "medios modernos". Sin duda, si un miembro de la pareja pasara más tiempo con un/a amig@ del sexo opuesto, esto resultaría amenazador para la otra persona. Las relaciones actuales monógamas no buscan sólo un compromiso en cuanto a fidelidad y exclusividad sino también, en muchos casos, a sentimientos; van enfocadas a asegurar la permanencia de la otra persona junto a ti. Esto sin duda proviene de la falta de confianza, tanto en uno mismo como en los sentimientos del otro y resulta sin embargo contraproducente, ya que, al intentar asegurar, lo que se crea que un conflicto de intereses y una represión que al final acaba desencadenando en la mayoría de los casos un desenlace fatal. Además, este tipo de relaciones no sólo pueden resultar dañinas, inculcando valores de posesión y de obligatoriedad, sino que perjudican gravemente la autonomía racional de las personas. Es decir, al venir ya impuestas por protocolo en la sociedad, en el romanticismo que se nos inculca con películas, series y hasta libros, nos alejan de decidir por nosotros mismos cómo administrar la relación personal con otra persona, que es realmente lo que nos enseñaría más a relacionarnos y a actuar de manera moral.
    Sin embargo, como todo lo que nos proyectan hoy en día, resulta difícil someterlo a crítica, ya que parece demasiado normal como para ser cambiado.La única salida es el descubrimiento de la razón y la reflexión, lo que cada día parece más difícil en nuestro entorno.

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