Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Correo Extremadura
Según una prestigiosa tropa de
economistas y expertos en tecnología de aquí a treinta años la
robótica habrá acabado con el 50% de los puestos de trabajo que hoy
conocemos. Robots, procesos automatizados y algoritmos de
computación arrasarán no solo con gran parte de los trabajos
manuales, sino con toda actividad que sea más o menos rutinaria.
Solo los oficios que impliquen
una dosis elevada de creatividad, reflexión o análisis crítico
seguirían siendo desempeñados por humanos.
Ante esta más que previsible
revolución, algunos han adoptado una perspectiva casi apocalíptica:
paro endémico, descenso abismal de los salarios, crecimiento de la
desigualdad... Yo creo más sensato apuntarse al carro de los
entusiastas. Mis razones son principalmente dos.
El uso generalizado de la robótica
eliminará los trabajos más mecánicos y alienantes. Despachar
gasolina, pasar artículos por un escáner, o registrar expedientes
no son trabajos que nadie desempeñe por vocación o gusto; no
desarrollan nuestro talento, tienden a embrutecernos o embotarnos.
La desaparición en muy poco tiempo de
la mitad de los empleos conduciría a una situación social y
económica insostenible, que haría inevitable la adopción de una
renta básica universal para todos los ciudadanos. Esta medida
es contemplada seriamente por un número considerable de economistas
y políticos de todas las tendencias ideológicas. Para los más
liberales, el reparto de una renta básica universal vendría a
sustituir, además, a la suma de subvenciones y seguros sociales que
comprende el estado de bienestar (a medio plazo – afirman – la
renta universal sería más barata y limitaría, en gran parte, el
control estatal del dinero público). Para la izquierda política la
renta universal supondría una garantía contra la explotación
laboral y un paso más hacia el efectivo cumplimiento de los derechos
humanos de naturaleza social y cultural (derecho a vivienda digna,
educación, participación en la vida cultural, etc.).
En cualquier caso, la automatización
de gran parte de la producción y el disfrute, por parte de todos los
ciudadanos, de una renta mínima con la que poder vivir, sin lujos,
pero dignamente, incluso sin trabajar, supondría una transformación
social, política y cultural de consecuencias difícilmente
predecibles, pero no necesariamente negativas – ni mucho menos –.
El abaratamiento cada vez mayor de la
producción (dependiente, en última instancia, de tecnologías de
software fáciles de compartir y desarrollar colectivamente, y con
costes marginales casi nulos – incluyendo energías renovables y
casi gratuitas – ) acabará, según expertos como Paul Mason, o
J. Rifkin, con el capitalismo tal como lo conocemos hoy, dando
paso a formas colaborativas, y más sostenibles, de economía. Y la
extensión de la renta universal haría posible un rearme cultural
y moral en masas de población que en la actualidad no disponen
de tiempo para formarse y desplegar sus aptitudes espirituales – un
despliegue que podría ser, además, notablemente incómodo desde una
concepción elitista y tradicional del poder –.
¿Qué pasaría, por cierto, y en estas
nuevas circunstancias, con la sociedad de clases? Las clases
propietarias seguirían siéndolo, pero si rebajan sus costes y
aumentan sus beneficios, también podrían asumir una mayor carga
impositiva – que, a través de la renta básica, se trocaría en
poder adquisitivo de sus potenciales clientes –. Por otra parte,
las clases no propietarias no tendrían que malbaratar su fuerza de
trabajo ni estar expuestas a la miseria. Podrían aspirar a
convertirse en clase propietaria, dados los bajos costes de
producción, o podrían invertir el tiempo de su vida en actividades
sin valor económico pero humanamente más enriquecedoras.
Obviamente, todo esto no es más que
una simplificación. No cuenta, por ejemplo, con que, hoy por hoy,
aún es más barata la mano de obra semiesclava de muchas partes del
mundo (aunque la disminución del coste tecnológico avanza
rápidamente, y las máquinas son más eficaces e infinitamente más
sumisas que los esclavos). Así pues, y a simple vista, la
automatización casi completa de la producción y la consecuencias
que esto podría acarrear, no parecen un mal plan par un futuro no
muy lejano. ¡Qué trabajen, pues, los robots!
A este paso se cumplirán las profecías de Asimov, pero si no se cumplen, benditos robots.(espero que nunva lleguen a desarrollar conciemcia)
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