Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura
Menos mal que la cosa se ha quedado en
una multa de nada. Llegan a meter a Messi en la cárcel y ríanse
ustedes del motín de Esquilache. Habría barricadas y muertos en
las calles. Cataluña se independizaría a las bravas. El país sería
una mezcla entre Irán, Venezuela y el resto del eje del mal sin
necesidad de que gobierne Podemos. Fernández Díaz conspiraría
contra los jueces, y Rajoy moriría de agotamiento botando ante el
tribunal de apelación. Pero no. No es posible. ¿Cómo van a meter a
Messi en la cárcel? ¿Y los niños que le esperan para animarlo y
pedirle una foto en la puerta del juzgado? ¡Por Dios! ¿Es que nadie
piensa nunca en los niños?...
Decían los pitagóricos – unos
filósofos griegos muy antiguos – que en la vida, tal como en un
estadio olímpico, hay tres tipos de persona: los deportistas que
van a competir, los negociantes que van a hacer su agosto, y los
espectadores que van a ver el grandioso espectáculo del mundo. Pero
solo aquellos que se dedicaban a mirar y entender (los espectadores)
son los que hacen algo propiamente humano, mientras que deportistas y
negociantes solo hacen cosas propias de animales. Los deportistas, es
obvio, porque dedican su vida a correr, brincar y otras actividades
igual de simiescas. Y los negociantes porque todo lo hacen bajo el
mismo principio interesado y económico que el resto de la fauna:
lograr el máximo beneficio con el mínimo coste o esfuerzo.
¿Cómo es, entonces, que los jóvenes
(y la mayoría de los mayores) prefieren soñar con ser deportistas o
negociantes en lugar de sabio contemplativo? Es cosa de nuestra
época. En otros tiempos el modelo a imitar era el noble guerrero, o
el santo virtuoso, o incluso el sabio ilustrado. En el nuestro,
los arquetipos morales son el deportista encumbrado y el vendedor de
batas (u ordenadores) multimillonario. Si unes ambas cosas ya
tienes el logotipo de esta loca época dominada por la raza de los
tenderos: la estrella de fútbol, el tarugo despabilado que no solo
vive de dar patadas a un balón, sino que hace una multinacional de
sí mismo y de su reflejo en la mente de infinitos niños que, entre
patada y patada para apartar la miseria (o para encontrar un trabajo
que no sea una patada a la dignidad), pueden soñar que Messi, o
Ronaldo existen. Que la justicia existe.
Y para que el mito sea más veraz, y el
sueño más lúcido, Messi se ha sentado en el banquillo, no en el
del estadio, donde ya es el rey, sino en el de los grandes
emprendedores – de Mario Conde a la Infanta de España – : en
el banquillo de los acusados. Y ha hecho el paseíllo, como
los toreros, del coche al juzgado, en olor de multitudes, bajo la
metralla de los fotógrafos, como los grandes héroes, para solaz de
todos los niños. Porque Messi – y su padre – sí que piensan en
los niños. Al menos, en los que vienen con un balón debajo del
brazo...
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