Cada vez que me preguntan por “lo que dice la filosofía” con
respecto a todo lo que está pasando, me hago el sueco. Ahora no es el momento –
digo –. Y es verdad: la filosofía es pura impertinencia; más aún en momentos en
que todo se rebaja a salvar la bolsa y/o la vida. Supongo, de otro lado, que
los que me preguntan esperan frases motivadoras con aire de profundas o
poéticas, como las que se comparten en las redes junto a una puesta de sol o
cosas así. Y eso sí que no. ¿O sí? Tomaremos por el camino de en medio.
Expondremos con cinco impertinencias (básicas) en qué consiste eso que la gente
llama “tomarse las cosas con filosofía”. Ahí van.
(1) La realidad nunca es lo que parece. Apague un
momento la TV y pregúntese hasta qué punto, en el mundo inmediato que pisa,
está la muerte asolando el planeta. La verdad: no mucho más que de costumbre.
Por tanto, relájese. No quiero decir que se olvide de las UCI colapsadas (o los
recortes en sanidad), ni de los ancianos muertos (o de lo solos que mueren y
viven); solo que repare en que la pandemia, el confinamiento, sus efectos
económicos y el correspondiente y sobreactuado despliegue informativo, no son toda
la realidad. Está también usted, que es un mundo, ¿no? Y el otro, el de fuera,
que sigue girando – a saber por qué ni para qué –. Si es usted de la clase de
ciego que necesita ver para creer, medite un rato frente al espejo y, luego,
contemple igual de ensimismado el firmamento. Verá como todo le parece distinto.
O, al menos, más pequeño.
(2) Vamos a morir todos. A usted y a mí nos quedan
unos años de vida (muchos, pocos, no vamos a entrar en detalles). Todos los
días, con pandemia o sin ella, mueren cientos de miles de personas. En todas
las culturas se trata con la muerte a través de prevenciones rituales, tabúes,
interpretaciones religiosas; pero en ninguna se la niega o esconde. En la
nuestra – en la que ya solo envejecer parece un fracaso – el mercado, con su
elixir tecnocientífico, nos ha vendido la quimera (solo para humanos premium)
de una vida indefinidamente larga y bien surtida. Por eso la muerte nos deja más
patitiesos de lo normal. ¿Cómo es posible que la gente muera así-aquí? Pues ya
ve: sin entrar en detalles, como en todos lados.
(3) No se crea nada. Al menos, nada que no entienda.
Es tentador dejarse llevar por todo tipo de expertos, periodistas, famosos,
filósofos y blogueros iluminados. Nada. No haga caso. Tampoco de los políticos
(esto es más fácil: repiten frases ensayadas, como en el teatro). Menos aún de
los científicos (más allá del microscópico campo de su ciencia no saben de lo
que hablan). Manténgase despierto y haga el esfuerzo de entender por sí mismo.
Piense que si no piensa acabará por acabar aplaudiendo al primer salvapatrias
que cambie la mascarilla por la jeta.
(4) Haga de la necesidad virtud. No hay teoría ética
que no concuerde de algún modo con este aserto popular. La inteligencia humana
es capaz de vislumbrar algo valioso casi en cualquier circunstancia. Aprovéchela,
pues, para hacerse – en ese orden – más sabio, bueno y hermoso; al fin, con
algo tendrá que compensar lo pobre que va (a volver) a ser. Ah, y ríase de
todo. Se lo merece.
(5) No sea ingenuo: el Reino no va a advenir por un virus.
Lo que se expande por el mundo es un virus nuevo, no una nueva idea. Y aunque –
faltaría más – la culpa de todo la tiene el capitalismo, la mayoría seguirá
pensando que la vida no merece la pena sin (soñar con) conducir un Lamborghini y
tutear al director de su banco. Habrá cambios, desde luego, pero para que todo
siga más igual (más endeudamiento, más precarización, más privatización, más demagogia
nacionalista, más control de la población...). Habrá nuevos ricos (en Oriente) y
pobres (en Occidente) – en el sur la miseria se mantendrá estable – y, probablemente,
algún nuevo organismo internacional de relumbrón. Y usted seguirá leyendo artículos
como este – o mejores y verdaderamente revolucionarios – gracias a las empresas
que “generosamente” permiten crearlos y difundirlos en red.
Ahora, tras estas cinco espantosas vulgaridades, pensemos en
algo serio y realmente impertinente. O quedémonos callados.
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