Entre los asuntos que se plantean durante estos días aciagos
está el de la continuidad de la actividad educativa, especialmente con respecto
a aquellos chicos y chicas a los que por su edad o contexto socio cultural no
les basta una simple tutoría a distancia. ¿Qué pueden y deben hacer la
administración y la comunidad educativa frente a esta situación?
Lo primero es mantener el espíritu entusiasta y constructivo
con que muchos centros, docentes y familias han encarado, casi
instantáneamente, estas circunstancias. Ese espíritu es el que nos puede ayudar
a diseñar alternativas viables y eficaces para, no ya solo acabar el ciclo
académico, sino también y, sobre todo, mantener viva una estructura social de
referencia tan fundamental como lo es la escuela. Mantener la actividad
educativa no es solo un síntoma de fortaleza y estabilidad de la sociedad y sus
instituciones; puede significar también contar con un instrumento
imprescindible para insuflar compromiso cívico, madurez intelectual y sentido crítico
en un momento de confusión e incertidumbre tan grave como este.
Lo segundo es encarar la tarea con serenidad. Aún no sabemos
cuánto más puede durar el periodo de confinamiento, ni si, más adelante, cabrán
– y deberíamos exigir que así sea – estrategias de control de la pandemia menos
lesivas para la sociabilidad y la autonomía de los ciudadanos. Si es así y la
cuarentena no ocupa más de un par de meses, sería factible suspender el curso
académico durante ese tiempo (proporcionando a lo sumo tareas recreativas y de
repaso) y reiniciarlo, abreviado, y con las debidas precauciones sanitarias, en
los meses de mayo y junio (finalizar en julio sería factible con un horario
reducido para afrontar así las altas temperaturas).
En tercer lugar, y si lo anterior fuera inviable, se precisa
tener listo un plan detallado y flexible de educación a distancia a través de
internet, pero también de otros medios, como la radio y la televisión pública,
más accesible a todos. Este plan, que debería implementarse en todos los
centros sostenidos por fondos públicos, tendría que prever medidas
extraordinarias en el ámbito tecnológico (como el préstamo de equipos o el
asesoramiento técnico a familias), social (con la intervención de orientadores
y trabajadores sociales) y docente (profesores de apoyo que puedan prestar
ayuda domiciliaria). Sería necesario también formar, desde ahora mismo, a
maestros y profesores en el uso de recursos básicos para la educación a
distancia e, igualmente, permitir, con carácter excepcional, adaptaciones
curriculares generalizadas – no todas las materias permiten un trasvase íntegro
a la enseñanza no presencial –. Se trataría, ante todo, de hacer prevalecer el
principio de equidad y de “no dejar a nadie atrás” tampoco en el ámbito
educativo. La escuela ha de ser, ante todo, y más aún en estos momentos, un
instrumento de cohesión y solidaridad.
En cuarto lugar, nuestras sociedades (acostumbradas a
estándares de seguridad, salud y riqueza en realidad poco comunes) están comenzando
a experimentar una situación traumática que, a corto y medio plazo, va a
suscitar importantes dilemas morales y políticos. Los contenidos y la práctica
educativa han de adecuarse sustancialmente a este escenario, subrayar su
función como herramienta de empoderamiento social y personal, estimular la
reflexión crítica ante el mundo, y erigirse en un espacio de diálogo riguroso
frente al tremendismo y la demagogia profesional de parte de los medios, y el
ruido y la furia de las redes sociales.
No olviden que, en ninguna circunstancia, una sociedad
democrática debe acostumbrarse al estado de excepción ni a ser conducida
por simples técnicos o expertos. Por encima de la ciencia y los datos, y su
instrumentalización interesada, está el criterio moral y político de los
ciudadanos, de cuya formación como tales debe ocuparse fundamentalmente la
escuela
No solo, en fin, los sanitarios o las fuerzas del orden han
de estar en la vanguardia frente a esta crisis; también, a partir de una
concepción más amplia y crítica acerca de cómo afrontarla, tienen que estarlo
la escuela y los docentes. Ánimo y a trabajar.
Este artículo fue publicado originalmente en El Periódico Extremadura. Para leer la versión publicada pulsar aquí.
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