Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
San José Valdeflórez tiene nombre de cuento de Juan Rulfo. De
pueblo levantado al furor expoliador de alguna compañía bananera, como aquella United
Fruit Company que inmortalizara García Márquez en Cien años de soledad.
En San José Valdeflórez, a la sombra de la montaña que
corona Cáceres, se pretende abrir un complejo minero, grande como una ciudad, a
ochocientos metros de otra. Tan increíble como cierto. Es como si en lugar de
Cáceres habláramos de la prodigiosa Macondo.
Sostienen mis amigos más enterados que la mina, se pongan
los paisanos como se pongan, es ya prácticamente un hecho. La compañía
australiana que lidera la empresa (la Infinity Lithium Corporation) amaga
con lo mismo: sea por las buenas, sea a golpes en las mesas de la Comisión
Europea, los despachos de Madrid o los tribunales competentes, el litio de
Cáceres es suyo.
¿Y cómo es que algo tan arriesgado y novedoso como abrir un
complejo minero a cielo abierto al lado de una ciudad les parece algo tan claro
a algunos? ¿Será por los grandes beneficios que el proyecto promete a los
extremeños? Lo dudo. A Vincent Ledoux, uno de los ejecutivos de la empresa, se
le escapó, tiempo ha, que entre lo mejor de la mina estaba su cercanía a la
carretera de Madrid; y al siempre informado Enric Julia le parecía –
escribía hace meses – que el litio extremeño (que también daba por seguro)
estaba pidiendo a gritos una gran fábrica de baterías en Barcelona. En
cualquier caso, lo único cierto (promesas aparte y de momento) es que ninguno
de los grandes proyectos industriales relacionados con la transformación de
este mineral va a situarse siquiera en España.
Ahora bien, si no es por el desarrollo industrial, ¿a qué
viene esto de construir un complejo minero alrededor de Cáceres, sacrificando
una ciudad que vive de vender cultura, historia, sosiego, y un entorno natural
aún bien conservado? ¿Será, acaso, por el empleo? Tampoco. La empresa prometió
195 puestos de trabajo y 25 años de actividad (luego, conforme a su estrategia
de comunicación, las cifras han ido creciendo). ¿Pero cuántos de esos
empleos serán para los cacereños y cuántos para obreros cualificados de la
propia empresa? ¿Y cuántos se perderán, a cambio de los de la mina, cuándo, en
lugar de “Cáceres, patrimonio de la Humanidad”, el eslogan para los turistas sea
“Cáceres, la (segunda) capital europea del hidróxido de litio”? ¿Tienen ustedes
esto claro?
Seguimos: si no es ni por el desarrollo industrial ni por el
empleo, ¿por qué va a ser, entonces, tan imperioso abrir un complejo minero a
dos mil metros del casco antiguo? ¿Será para luchar contra el cambio climático?
Bueno: si fabricar millones de coches eléctricos fuera una solución, la cosa
merecería pensarse. ¿Pero es una solución? ¿No será más bien una huida hacia
adelante (amén de un gigantesco negocio para algunos)? ¡Lástima, por cierto,
que no se haya encontrado litio en otras ciudades, para así darles también la
oportunidad de sumarse a la “economía verde”! ¿Se imaginan a la Infinity
Lithium presionando y ofreciendo las mismas baratijas a parisinos o
madrileños para abrir una mina a dos mil metros de La Cibeles o la Torre
Eiffel? Yo tampoco.
Acabamos. Si está claro que no hay nada claro, ¿cómo es que es
tan seguro que la mina se vaya a hacer? ¿No se lo huelen ya? ¿Un gran
yacimiento de litio en un lugar barato, pobre, medioambientalmente limpio,
semidespoblado, y relativamente próximo a las factorías del norte de Europa? El
negocio es de tal magnitud que es… innegociable.
Ante esta perspectiva, mucho van a tener que pelear el
municipio y los vecinos de Cáceres. Más aún cuando la empresa (que ya vende
acciones a tiro hecho) se ha asegurado el apoyo financiero de la UE, que acaba
de incluir al litio en su lista de materiales críticos para el desarrollo.
Parece que las nubes de polvo, los ruidos, el tráfico pesado, las montañas de
escombros, o el uso masivo de químicos y de millones de litros de agua, son
solo un pequeño precio a pagar por los cacereños para cuidar de los intereses
de la industria automotriz europea.
Al menos, digo yo, alguien sacará una buena novela de todo
esto. Una novela al estilo de las de Rulfo o García Márquez. Me la imagino: el
gobierno sedado por una inyección de promesas y calderilla fiscal, la gente
obnubilada por los anuncios publicitarios, y los ingenieros de la Infinity
Lithium Corporation penetrando al fin, a lomo de sus máquinas, en San José
Valdeflórez. Eso, y los consiguientes e inevitables cien años de soledad para
sus vecinos. Puro surrealismo, que diría Garicano.
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