Este artículo fue originalmente publicado en el diario HOY
Como siempre que se aproxima una gran reforma, el patio
educativo está revuelto. Una de las causas de ese revuelo es el sorprendente
giro del ministerio de educación con respecto a la enseñanza de la ética y la filosofía
en secundaria. En 2018, todos los partidos políticos acordaron recuperar el
carácter troncal de ambas materias y reintroducirlas en cuarto de la ESO y Bachillerato.
Pero en lugar de respetar este acuerdo, que fue portada de periódicos y
demostró que las fuerzas políticas pueden coincidir de vez en cuanto en algo, la
cúpula del ministerio se ha empecinado en suprimir la filosofía en la
secundaria obligatoria y reducir su horario hasta hacerla impracticable en el
bachillerato.
Y lo peor es que nadie sabe a qué se debe este olímpico
desprecio. Más aún cuando todo el mundo, desde la UNESCO a los mayores expertos
en educación, insisten en la importancia de la ética y el pensamiento reflexivo
para la formación de una ciudadanía activa, crítica y comprometida con los
valores democráticos y los desafíos del siglo XXI. Y eso por la sencilla razón
de que todo ese conjunto de valores y compromisos éticos no se transmiten al
alumnado recitándolos, soltando sermones o explicando sus orígenes históricos,
sino a través de un diálogo filosófico paciente y argumentado en torno a las
razones que nos mueven a asumirlos.
De otro lado, el espíritu competencial, integrador y
transdisciplinar de la nueva ley educativa, ceñido a una metodología fundada en
la comprensión y el desarrollo del pensamiento crítico y autónomo, está ligado
a destrezas y actitudes que se corresponden exactamente con las de la práctica
filosófica. Por ello, apostar decididamente por la filosofía es consistente con
hacerlo por una educación moderna, eficaz, comprometida con los retos del
futuro y capaz de educar al alumnado en formas de pensamiento que aporten una
visión sistémica y global de los problemas, contribuyan a la lucha contra la
desinformación, y promuevan la reflexión y el diálogo en torno a los valores que
compartimos.
Es así que Extremadura tiene que dar otra vez ejemplo de
coherencia, visión a largo plazo y espíritu innovador, corrigiendo los defectos
de los decretos gubernativos y garantizando, en los mismos términos en los que
ya se imparte, la formación ética y filosófica en nuestra comunidad. Así se ha solicitado
al presidente de la Junta, a la consejera y al secretario general de educación,
con idénticos argumentos a los que el propio PSOE usó hace unos meses para
defender lo mismo (la permanencia de la filosofía y la ética en la ESO y su
refuerzo en el bachillerato) en una propuesta de impulso aprobada por mayoría
en la Asamblea, y de la que nadie entendería que se desentendieran ahora
(máxime cuando la presentó el mismo partido que gobierna).
Lo que se solicitó en esa propuesta de impulso es, además, relativamente
fácil de satisfacer. Lo primero, que se mantenga en nuestra región la materia
optativa de Filosofía, que tan buena aceptación está teniendo en el último
curso de la ESO, un momento vital y académico crucial para el alumnado y en el
que las cuestiones relativas a la propia identidad, la relación con los otros,
la información veraz, la legitimidad de las normas, el lugar de las emociones,
los criterios de belleza o el sentido mismo de la vida, tan arraigadas en la adolescencia,
han de ser tratadas con el cuidado que se merecen y en el ámbito educativo que
le es más propio.
Lo segundo es reforzar la formación ética como cimiento de la
educación ciudadana. No tiene sentido fiar a la educación la solución de todos
los problemas sociales (la violencia, el machismo, la corrupción, el
consumismo, la poca conciencia ambiental, el incremento de problemas mentales…)
y dar luego a la ética un espacio y horario marginal (una cuarta parte de lo
que se le da, por ejemplo, a la materia de Religión). Y no vale decir que se
trata de un asunto transversal. ¿Por qué no es transversal la lengua o la
historia? Al fin, todos los profesores hablan, y todos pueden mostrar la
dimensión histórica de lo que enseñan. La respuesta es que la lengua o la
historia son materias tan sumamente importantes que requieren de una enseñanza
específica y especializada. Exactamente igual que la ética, materia con la que
se dota al alumnado de las herramientas críticas y argumentativas, y el bagaje en
filosofía moral necesario, para que pueda adoptar por sí mismo aquellos valores
que considere razonablemente justos o convenientes.
Esperemos pues que la Consejería de Educación, coherente con
el compromiso adquirido en favor de una educación que promueva el talante ético
y reflexivo, la disposición al diálogo racional y la competencia para el pensamiento
crítico y sistémico que requieren el desarrollo integral de las personas y demandan
la sociedad y las empresas, esté a la altura de las circunstancias y dote a los
futuros extremeños de la educación que, sin duda, se merecen.
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