Este artículo fue originalmente publicado por el autor en El Periódico Extremadura
El hundimiento de la izquierda alternativa en Andalucía no ha sorprendido a nadie. Lo que sí que sorprende siempre es la diligencia con que ella sola se precipita una y otra vez al abismo. Una diligencia inversamente proporcional a la que debe tener uno en aprender de los errores. Estoy hasta por sospechar que son esos errores, junto a la altivez despechada de los que creen que es la humanidad entera (y no ellos) la que se equivoca, los que dan identidad y razón de ser a buena parte de esa izquierda siempre al borde de la irrelevancia política.
El desafortunado discurso de Inma Nieto, la cabeza de cartel
de Por Andalucía (la penúltima marca de la coalición entre IU y UP), la
noche del domingo, tras confirmarse su estrepitoso batacazo electoral, fue una
exhibición impúdica de esos vicios y errores en los que incurre constantemente
la izquierda, siendo el principal de ellos el insoportable complejo de superioridad
moral que muestran (algunos con iracundia de obispos y otros con desparpajo de
párroco molón, pero siempre con una naturalidad que espanta) buena parte de sus
dirigentes y militantes.
De este modo, y sin caer por un segundo en la tentación de
la autocrítica, la dirigente andaluza pasó a desgranar ante las cámaras las
causas de su fracaso electoral. ¡Y, por increíble que parezca, ninguna
tenía que ver ni con ella ni con su coalición! Así, la causa principal de
tamaño fracaso habría sido la falta de participación (y eso que ha sido casi la
misma de 2018, cuando la misma coalición obtuvo más del triple de escaños). Esa
menor participación – afirmó Nieto – habría supuesto una menor movilización de
los votantes de izquierda y, consecuentemente, una pérdida de votos.
¿Conclusión? Que la culpa, lejos de ser nuestra (vino a decir la líder de
PA), era de la desidia de nuestros potenciales votantes…
La segunda causa principal del desastre electoral de Por
Andalucía habría sido, según dijo Nieto ante toda la prensa, la profusión de
encuestas y propaganda mediática que (son sus palabras) habrían “modulado” a la
opinión pública para que votara a la derecha. Es decir que la culpa, de nuevo, no
es nuestra (vino a insinuar Nieto), sino de la gente que (es idiota y)
se deja manipular. Y la prueba es que, estando todos sujetos a las mismas
encuestas y a los mismos y maléficos medios de comunicación, solo unos pocos
(ellos y sus votantes) habrían sabido resistir tanta manipulación y votar como
es debido.
Indescriptible. Es tal la soberbia que se gasta esta
izquierda dogmática y completamente fuera de la realidad que, en lugar de
entonar el “ahora toca recuperar la confianza de la ciudadanía” de los partidos
cuando pierden (más aún ante un fracaso de la magnitud del sufrido), la
dirigente se infló a repetir (a coro con Ione Belarra) que el resultado
electoral era “una mala noticia para el Pueblo andaluz” ¡No para ellos – ojo –
sino para el Pueblo andaluz, que es el que, por lo visto, se había equivocado!
Pues si el Pueblo es el que vota, y lo que vota representa una mala noticia
para él, la conclusión está clarísima: es el Pueblo, pobrecito mío, el que no
sabe lo que hace. Menos mal que Yolanda Diaz estuvo más contenida, y matizó un
poco después que el resultado era una mala noticia solo para los
progresistas (algo es algo).
Lo único lejanamente parecido a una autocrítica que hizo
Nieto fue a la (obvia, crónica, patética) falta de unidad de la izquierda. Y
digo aparente porque realmente no fue autocrítica, sino crítica al partido
escindido de Teresa Rodríguez, con quien se estuvieron peleando durante toda la
campaña (después de pelarse públicamente entre sí por ver quien encabezaba la
coalición). Ya saben: lo del Frente Popular de Judea y el Frente Judaico
Popular. ¿Pero cómo diablos creen que el electorado puede confiar en una fuerza
política dividida por dentro y por fuera, que cambia de siglas en cada proceso
electoral, que vive ensimismada en reivindicaciones simbólicas, disputas
ideológicas e incomprensibles luchas por una microscópica porción de poder y
que, en vez de reconocer su fracaso y hacer propósito de enmienda, se sube al
púlpito para reprochar a la gente su desidia, maleabilidad e ignorancia? Pues
tal como ven: de ninguna manera.
No sé si está ya perdida toda esperanza, pero si la
izquierda alternativa quiere tener aún una mínima expectativa electoral (y
falta haría frente a la que se nos avecina) tiene que despabilar, unir fuerzas,
abrir ventanas, salir de la parroquia, abandonar el estilo tribal, escuchar,
hacer política, dejar de sembrar miedo, tener ideas en lugar de consignas,
exhibir proyectos ilusionantes en vez de un cabreo permanente, mirar al futuro
en lugar de obsesionarse con la historia y los símbolos, tratar de lo que de
verdad importa a la gente y no de delirantes batallas culturales… Y, sobre
todo, y por favor, y antes de nada: bajarse de una maldita vez del púlpito.
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